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Número cero/EXCELSIOR

El liderazgo de AMLO ha servido como válvula de escape a la presión social y canalizar inconformidades por malos resultados de anteriores gobernantes, pero eso es muy diferente a pensarse como el hombre necesario para impedir sólo por sí mismo, ahora como gobernante, que los problemas se desborden. La arraigada creencia de que el país exige al hombre fuerte, que se impone a las circunstancias, vence a la realidad y resuelve el futuro con claridad. Nada de esto se observa en el horizonte, donde se agolpan nubarrones por la descomposición de la violencia y el parón de la economía, sin planes para mitigar la incertidumbre de un rebrote de la pandemia.

El momento es delicado porque el espectro de covid y nuevas variantes abren interrogantes sobre la reactivación económica mundial, la inflación y aumento de tasas que agita los mercados o el titubeo de los bancos centrales sobre el retiro de estímulos sociales. Aquí la economía se le descuadra a la 4T en un momento también crítico en que el crecimiento enfrenta su mayor desafío en 25 años y exige un liderazgo que entienda los problemas y las circunstancias del país, disociadas del “yo y mi popularidad” plasmado en el “yo o el caos” con que alcanza su tercer año de gobierno.

La polarización hoy de poco ayuda a cultivar la incertidumbre en un mundo, de por sí incierto, con la apelación al lugar común, según la cual el futuro del país descansa en un presidente que hable por arriba de todas las cabezas y conduzca con mano firme el timón sobre la fragilidad de las instituciones. Ése es en resumidas cuentas el mensaje que López Obrador envió en una de las mañaneras de esta semana cuando alardea de que si él no hubiera sido presidente, el país sería un caos. Que sin su triunfo en la elección de 2018, el país estaría hundido y “no hubiera podido enfrentar la pandemia… hubiera costado muchísimas más vidas, estaría destrozado”. Lo sigue estando, y eso es lo que tendría que preocuparle.

Sí creo que el voto por el cambio en 2018 tuvo efectos para catalizar la violencia que cultivaron otras presidencias con sus banalidades, más contingentes que necesarias, voluntaristas o frívolas, pero eso no quiere decir que sea imprescindible la figura del “indispensable” para el rumbo de la nación. Lo que requerimos es un liderazgo que comprenda y se mantenga en contacto con nuevas realidades que deja la pandemia como refleja el último dato sobre la caída del PIB con problemas como la precarización del empleo, subsistencia de empresas, aumento de la pobreza e informalidad, y desarticulación de las cadenas globales de suministros. No la disyuntiva entre la salvación y la confusión, sino un gobierno que actúe para reducir tensiones políticas y administrativas, a pesar de los obstáculos que se pone, y le ponen sus adversarios, para frenar su proyecto. Y que no se empeñe en llevar a trancas y barrancas al “paraíso” de la transformación, como prometían sus antecesores con sus reformas sin mejorar nunca las condiciones de vida de la población.

El país se mueve en arenas movedizas en las que patalear con movimientos bruscos de decretazos administrativos o virajes en el Banxico, sólo aumenta las tensiones, aunque se quieran justificar por el proyecto del gobierno. Para zafarse del hundimiento es necesario ofrecer la mayor superficie corporal del país en su conjunto, no sólo la espalda de un hombre por amplia que sea la aprobación numérica en las encuestas. Es momento de buscar apoyos para escapar de las restricciones de un cambio estructural en la economía que detiene el crecimiento como indican los datos de la última semana sobre la inflación al mayor nivel en 20 años, estancamiento del empleo, déficit al alza de la cuenta corriente y fuga de capital.

El Presidente dice que el país se salvó del caos porque él tiene sensibilidad, la cual, vale decir, mostró en su última visita a EU con propuestas acertadas de crear un bloque económico de América del Norte o la ventaja de una reforma migratoria. Pero esas oportunidades a futuro, como también debe percibir, pasan por generar condiciones internas que reduzcan las contradicciones y dosificar acciones de una atropellada transformación en el corto tiempo de su gobierno, amagado por su propia sucesión.