NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
Emoción negativa. Las campañas del junio-6 dejan ese sabor a pérdida que resulta de descubrir que algo no es como se imaginaba. El electorado vive una crisis de expectativas políticas no resueltas por la democracia, y ya no sólo por el desgaste de los partidos, que parecían revitalizarse con el fenómeno de Morena y el castigo a los tradicionales en la elección presidencial. El riesgo mayor ahora es que la decepción en los logros de la democracia abre espacios que ocupa el crimen. La mexicana es una democracia en que la violencia encuentra cabida.
Morena se impondrá en las urnas con algunos raspones en la elección federal y 8 gubernaturas muy competidas, aunque su eslogan fundacional, “la esperanza de México”, de apenas 2014, hoy sólo indique la improbabilidad de que pueda contrarrestar la creciente decepción democrática. Ninguno de los escenarios electorales que pintan las encuestas se aparta de ese diagnóstico, que, traducido a un estado de ánimo, podría describirse como victoria en la desazón. De la incertidumbre del juego democrático sólo resta despejar la interrogante sobre el peso de los votos en las perspectivas del gobierno para la segunda mitad del sexenio. La mayor duda es si obtendrá la mayoría calificada con sus aliados en la Cámara o el bloque opositor de los viejos partidos restarán fuerza al proyecto “obradorista” con una victoria menos holgada. En caso de que su voto tope en la mayoría simple, conservará el control en la aprobación del presupuesto para programas y obras del gobierno. Y si alcanzara las dos terceras partes del Congreso se le abriría vía libre para consolidar las reformas de la 4T, aunque tuviera que negociar con el Verde o el PT, que acompañan a su coalición.
Pero el gran dilema del proceso está en que refrendar su mayoría no devuelve la esperanza que levantó en la elección presidencial con la promesa de un cambio de régimen que recuperara la confianza en los partidos y en los resultados legislativos, que siguen sin representar los intereses de sus comunidades. El hartazgo que se expresó en 2018 vuelve a rezumar en el desinterés y los sentimientos de abandono de electores que expulsan a candidatos porque sólo regresan cada tres años, sus expresiones de enojo por igual contra todos los partidos y, sobre todo, la pasividad como respuesta al asesinato de sus políticos. La mirada impasible del escaso 12% de los mexicanos que confían en los partidos.
Morena contribuye a ahondar en esa crisis de expectativas políticas porque repite las mismas prácticas clientelares del PRI. El partido mayoritario no ha demostrado ser una opción distinta a las anteriores para llegar a un puerto diferente. Las campañas han sido una feria de acusaciones, memes de insultos, falta de transparencia en los dineros millonarios que sostienen la “guerra sucia” en redes sociales, chapulineo de candidatos y la presencia del crimen con la última palabra sobre el resultado antes de llegar a las urnas. La ejecución de Alma Barragán, candidata en Moroleón; el secuestro de Omar Plancarte (Verde), en Uruapan; el levantón de Zudikey Rodríguez (PRI) en Valle de Bravo, y el cuerpo en una acera de Abel Murrieta, en medio de la indiferencia, en Cajeme, se suman a la larga lista de 88 políticos asesinados en la campaña. La mayoría de ellos ocurrida en el entorno de sus comunidades como opositores a los gobiernos municipales o estatales.
A la sociedad mexicana no le duelen sus políticos y opta por mantener silencio frente al voto del miedo de la violencia, que en el extremo puede ahogar su crisis de expectativas políticas en la abstención. El reflejo de ese desánimo abarca también a la oposición, que no logra ocupar espacios, a pesar de ofrecerse como salvadora de la democracia. Si los pronósticos se cumplen, verá que la coalición contra López Obrador no conseguirá su objetivo de detener a la 4T con la nostalgia de restablecer una “normalidad institucional” inexistente en el pasado.
La violencia ha encontrado lugar en la democracia mexicana, no sólo a través del lenguaje polarizador del Presidente y el eco de la oposición, sino que trasciende en la política de plata o plomo del crimen para vetar o impulsar candidatos. Éste es el mayor fracaso de Morena en la elección, aunque se alce con el triunfo, porque socava el sistema de los votos de la democracia.