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México y Estados Unidos siempre han estado de una manera u otra vinculados, no nada más geográficamente, sino de una manera social, demográfica, política y económicamente. Más aún desde el desarrollo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Por más que el presidente Trump pretenda engrandecer a su país aislándolo del mundo, impulsando el establecimiento de una obsoleta política proteccionista, en estos tiempos de globalización es imposible sustraerse de las tendencias económicas que ejercen una fuerza de gravedad irresistible.

Imaginemos a los estadounidenses obligarse a comprar productos hechos en en su país en su integridad, estarían condenados probablemente a comprar bienes a cuando menos el doble de su valor, generándose una inflación incalculable y un decaimiento en el estándar de vida de sus habitantes.

Curiosamente, en nuestro país, con el nuevo gobierno, hay tendencias en ese sentido, al promover cerrar la economía hacia los monopolios de Estado e impulsar la economía interior con mega proyectos inviables, pero con contradicciones relativas a mantener un libre comercio en el subcontinente de Norteamérica.

Debemos de considerar que desde el advenimiento del TLCAN, se han venido sincronizando las economías de Estados Unidos, Canadá y México de una manera exponencial, porque precisamente esa fue la intención del Tratado, generando un bloque de socios comerciales (no de competidores entre sí), que compitieran en los mercados globales, de Europa y el lejano Oriente, pero aprovechándose de la economía globalizada del libre mercado, de los bajos costos de producción de otras regiones, específicamente las de China, Taiwán, Corea del Sur y Vietnam, haciendo combinaciones de ventajas para la llamada producción compartida.

Así, México se convirtió en el socio ideal para Estados Unidos y Canadá, en donde la propiedad intelectual se mantuvo desarrollándose en estos dos países, con sus complementos de servicios de alta especialidad, con las capacidades de producción industrial que México poco a poco fue desarrollando, utilizando la buena mano de obra de nuestros obreros y las capacidades administrativas y gerenciales de los profesionistas mexicanos, que se han venido capacitando desde hace más de 50 años, desarrollándose en México grandes aptitudes e infraestructura logística y de servicios de apoyo a las exportaciones, siendo nuestro país muy competitivo en productos automotrices, en los productos que son sensibles por su alto contenido de propiedad intelectual, por los que tienen necesidades de entrega de materiales en “justo a tiempo”, los artículos de consumo duradero voluminosos y cada vez más, en sus capacidades de ingeniería para el diseño de nuevos productos industriales y servicios de bajo costo.

En materia agrícola, México es muy competitivo en el cultivo de hortalizas, de aguacate y frutas tropicales, habiendo desarrollado grandes capacidades agroindustriales, produciendo guacamole y diversos enlatados que atraen al consumidor estadounidense que apetecen los mismos.

Sin embargo, ahora nos encontramos con las amenazas del presidente Trump en imponernos aranceles, pero, sobre todo, nos encontramos con una mayor amenaza de perder competitividad derivada de la desincronización de nuestra economía con la de Estados Unidos y Canadá, como resultado de la incomprensión e incompetencia de nuestro nuevo gobierno de López Obrador de las dinámicas económicas más elementales.
AMLO tiene una responsabilidad primordial de serenarse en sus filias y fobias ideológicas que están hundiendo a nuestra economía y darse un baño bien frío de realidad.

La asincronía generada con nuestros socios de Norteamérica va a subirnos los costos de todo a los mexicanos, al incrementarse las tasas de interés, al reducirse los flujos de capitales, generándose una recesión, que lo único que va a crear es más pobres, en total despropósito de lo que ha venido pregonando nuestro presidente.