NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
La percepción del gobierno de Sheinbaum en sus primeros 100 días ha sido mejor de lo que lo que muchos esperaban por dudas sobre su liderazgo. Alcanza esta etapa con altos niveles de aprobación, a pesar de críticas por mantener la lógica de las reformas de López Obrador y lidiar con la comprometedora herencia de un Estado debilitado por la personalización del poder…, y ahora también con el poder expansivo de Trump.
Desde su asunción como la primera mujer en la historia del país en ocupar la Presidencia, sus palabras y actos han pasado en la opinión pública por un examen concienzudo en el cedazo de la pregunta que acompaña la segunda temporada de la 4T: ¿cuánto de continuidad y de cambio?, la fórmula con que encuadro su proyecto de Segundo Piso de la Transformación como una vaga manera de diferenciarse de su predecesor sin caer en la crítica abierta.
Pero la interrogante deja ver la presión a la que está sometida entre los leales al exmandatario en el Congreso, el ala dura de Morena y la sombra de Trump sobre México. Sheinbaum, con una aprobación cercana a 80%, según todas las encuestas, ha logrado transmitir la imagen de tener las riendas del país frente a los cuestionamientos sobre la influencia de López Obrador en su gobierno. La Presidenta se mueve en un complejo equilibrio interno sin una base social organizada propia, que necesita articular para ampliar su margen de maniobra, aunque paradójicamente tenga el fuerte mandato que recibió de las urnas como las más votada de la historia.
Los riesgos, sin embargo, no han frenado su marcha con un maratón legislativo de una veintena de polémicas reformas constitucionales y otras tantas iniciativas por venir que cambiarán el rostro del Poder Judicial y la seguridad pública y que representan el entierro del pasado régimen en la prolongada lucha por la Republica entre dos proyectos de nación desde que llegó el obradorismo al poder.
Por ello, la pregunta insistente es si esas reformas reflejan su visión del país, como parte del reclamo opositor de deslindarse de su antecesor, con la esperanza de que abandone el proyecto que ambos comparten. Eso es lo que le pide el expresidente Zedillo con la acusación de destruir la democracia con la revocación de reformas que su gobierno impulsó y que derivarían en una mayor centralización del poder, como la anunciada reforma electoral; le demanda liberarse de López Obrador.
Pero Sheinbaum ofreció un gobierno de continuidad y sigue la lógica del “obradorismo” porque es la base y sustento de la gobernabilidad que no quiere arriesgar ni tiene oportunidad de hacerlo, y que le ha dado como resultado altos niveles de aprobación, aunque sin desistir de buscar un sello propio con formas y tonos distintos para impulsar cambios en áreas neurálgicas, como la seguridad pública o transición energética.
El combate al crimen y la violencia es, quizás, el ejemplo más claro de cambios en la estrategia sin atacar públicamente la política de contención de “abrazos y no balazos” de López Obrador. En sus primeros 100 días ha puesto el foco en acciones contra la violencia y delitos de alto impacto, así como operaciones para atacar la connivencia del crimen con la política en el Operativo Enjambre, con una disminución de 16% de homicidios en los últimos tres meses y cierta contención de focos rojos de la violencia en Sinaloa como parte importante de sus avances.
Aunque ha continuado relegando la preocupación por los derechos humanos con reformas como la prisión oficiosa y la militarización de la Guardia Nacional; no así en el caso de reformas para ampliar derechos de las mujeres y ha fijado postura contra la impunidad, pero la agenda anticorrupción está paralizada. Un gobierno de claroscuros que rema contra el debilitamiento de un Estado en el que el peso del fuerte liderazgo de López Obrador y la concentración de poder en su figura dejó una herencia de desinstitucionalización del poder político.
Los primeros pasos de Sheinbaum están marcados por el reto de la gobernabilidad en un Estado debilitado por los liderazgos fuertes y resistir las presiones externas que implican las amenazas de Trump para el comercio y la soberanía. Eso, quizás, explique la paradoja de tener un mandato fuerte y elevada aprobación y, a la vez, necesitar afianzar su liderazgo con movilizaciones masivas para mostrar músculo, como hoy hará en el informe por sus primeros 100 días de gobierno.