No es tema menor la versión de que durante el movimiento estudiantil de 1968 operaron grupos con “ocultas intenciones” como dijo el rector de la UNAM, Enrique Graue, en la sesión solemne de la Cámara de Diputados el pasado 2 de octubre.
Con esa versión se ha buscado erosionar la legitimidad del movimiento. La especie de que aquella lucha, como otras, fue manipulada desde las oscuridades siempre ha tenido como propósito la descalificación proveniente de las fuerzas, y partidos conservadores.
Esa acusación contra el movimiento del ´68 se produjo desde los inicios de éste. El que tantos jóvenes enarbolaran un programa de libertades democráticas sin una sola demanda puramente estudiantil era repudiable en las filas del despotismo oficial y otros alineamientos reaccionarios. En ese contexto represivo, sólo fuerzas oscuras o desde la oscuridad tendrían que estar promoviendo la movilización.
El rector Enrique Graue se equivoca también al señalar que el gobierno de entonces “creía ver en las genuinas manifestaciones estudiantiles las maquinaciones de una conspiración internacional encaminadas a derrocar al régimen establecido”. Era al revés, el poder no creía ni un ápice de su argumento público sobre una conspiración internacional ni de un fantasioso objetivo de derrocarlo, sino que se encontraba convencido que la calumnia era un medio de propaganda para desprestigiar al movimiento y justificar su propia violencia.
La conspiración comunista internacional, procedente del extranjero, siempre fue la versión del Ministerio Público federal. Sin embargo, el procurador Sánchez Vargas sabía de sobra que todo ese cuento era absolutamente falso, pero lo sostenía como móvil de múltiples delitos dentro de las acusaciones formales en los tribunales.
Enrique Graue profundiza su error al ubicarse en el filo de la justificación de la masacre. Dice: “por lo menos yo quiero imaginar que esa fue la razón principal [creer en la conspiración internacional] por la que el Estado se dedicó en forma sistemática a intentar acallar el movimiento a través de la negación, la represión y la sinrazón”.
Fue en este contexto discursivo que Graue afirmó: “tampoco dudo ni por un momento que intenciones de grupos de poder, o en búsqueda de él, hayan aprovechado o aprovechen circunstancias de conflicto para escalarlas, persiguiendo ocultas y obscuras intenciones. Si ese fue el caso en aquel entonces, no por eso demerita lo genuino, lo espontáneo, el (sic) auténtico del Movimiento Estudiantil de 1968”.
En mi turno, respondí improvisamente al rector en forma un tanto general: “No había poderes ocultos, doctor Graue. Nadie, nadie, nos manipuló, éramos libres, decidíamos nuestras resoluciones, no había nada oculto. ¿Sabe qué había?, un poder unido al mando de los asesinos en Tlatelolco, que era el despotismo presidencial del viejo sistema que aún da, a veces, ciertas señales de existir”.
Entre las versiones descalificadoras que tienden a negar el carácter genuino del movimiento del ´68 también se encuentran, como variante de “fuerzas oscuras”, aquella que consiste en que había injerencia de políticos oficialistas, priistas, que estaban en pugna con otros dentro del proceso de sucesión presidencial. En verdad, no había tal pugna. Todos los grupos priistas estaban absolutamente alineados con Díaz Ordaz, como lo demostraron con su propia obsecuencia, cuando no su complicidad.
Luego de 50 años parece que no sólo nos persigue aquella violencia y la matanza del 2 de octubre sino otros daños, uno de ellos es la mentira, la calumnia. No hay movimiento político mexicano que haya sido más denostado, al grado que no pocos de sus participantes, como Enrique Graue, se han creído dos de las muchas mentiras: que hubo fuerzas que desde posiciones oscuras quisieron aprovecharse del movimiento y que el gobierno creía que aquel expresaba una conspiración comunista internacional para derrocarlo. Mentiras persistentes que no se caen con el simple pasar del tiempo.