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Últimamente se ha venido discutiendo sobre lo fuerte que se ve en las encuestas Morena y el presidente frente a una oposición que no acaba por definirse, fuera de hacer posicionamientos por la unidad y por elegir a un solo candidato que la represente.

Se ha especulado mucho sobre el fenómeno de la popularidad del presidente frente a los resultados catastróficos de su gobierno y ante la mala imagen que tiene la ciudadanía de su gobierno. Pero, sin embargo, dicha imagen no mancha la popularidad del presidente.

Sabemos que el presidente no estará en las boletas en las elecciones del 2024 y que su popularidad no necesariamente pasa a Morena y a sus aliados. También sabemos que, históricamente, la popularidad o buena imagen que han guardado los anteriores presidentes no han pasado a un triunfo electoral de su partido.

Pero debemos de comprender que el fenómeno político en el que nos encontramos entrampados fue creado por un sistema en el que dejamos a los más aviesos intereses gobernarnos, y que el advenimiento de la democracia electoral no pudo resolver el fenómeno de manipulación política realizada hacia los electores por parte de dichos intereses.

La oposición partidista no ha encontrado la fórmula adecuada para resolver la problemática en la que nos encontramos porque sus dirigencias son cómplices de esa manipulación que las élites ejercen.

Tenemos a un pueblo que adora al actual presidente que ha desarrollado un discurso político (narrativa en términos modernos) impecable para que los electores desconfíen de la oposición partidista.

¿Cómo es posible que los electores escojan al llamado “PRIAN” con los ojos cerrados ante el discurso de que ellos son los causantes de todos los males que les aquejan?

Un amigo me dice en palabras más y palabra menos, que en los partidos, los oligarcas manipulan la postulación de candidatos para que, una vez elegidos, representen sus intereses y no los de los electores. Así, las decisiones legislativas, en cuanto a presupuesto, favorecen a las élites que intervinieron en la postulación de los candidatos.

De esta manera, los electores ven en la oposición partidista a un sistema que los usa para continuar con sus privilegios e intereses. Entonces, ¿Cómo se puede romper con ese paradigma perverso?

Por lo pronto, yo estimo, que con una fuerte intervención de la sociedad civil en la toma de decisiones en la postulación de candidatos. Mientras los partidos políticos de oposición sigan reciclando a la misma gente, el ciudadano no va a percibir la frescura necesaria para brindar la confianza de que las cosas van a cambiar para bien del país.

Sí, debemos fortalecer nuestras instituciones. Sí debemos de defender al INE para que nuestra democracia electoral no se vea amenazada. Sí debemos de fortalecer la división de poderes. Sí debemos de respetar el Estado de Derecho, sí debemos tener gobernantes capaces, con experiencia, honestos y con voluntad de servicio. Todo eso puede ofrecer la oposición. Pero ello no basta.

Es necesario brindar la seguridad a la ciudadanía que no queremos regresar al pasado inmediato, que sí queremos acabar con los privilegios, que deseamos que haya piso parejo para todos los empresarios y emprendedores. Que el presupuesto sea dedicado a generar bien común; seguridad y justicia; salud y educación; servicios públicos eficientes mediante el otorgamiento de fondos debidamente supervisados en su ejercicio a los Municipios; vivienda y demás añadidos para dar una vida digna a los ciudadanos; la generación de un entorno de orden y respeto a la ley para generar seguridad y certeza jurídica que permita la generación de inversión y de empleo.

Para todo ello, es necesario que los partidos se abran a los ciudadanos y los ciudadanos se dispongan a participar en política a través de los partidos. Es necesario que haya un gran cambio de la mentalidad política del mexicano para que todo esto suceda. La grave crisis en la que nos encontramos nos puede dar la oportunidad que necesitamos para que, de una vez por todas, cambiemos el paradigma político de México y entremos de lleno a la democracia que de frutos de bien común.