NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
La reducción histórica de la pobreza en el sexenio de López Obrador diluyó algunos de los mitos más mediocres de las gestiones anteriores, que llegaron a asumir la miseria con un relato tradicional, cuasi sagrado, de las “limitaciones estructurales” del país. Que 13.4 millones de mexicanos la abandonaran con la 4T es un espejo de las carencias de las políticas económicas y sociales de los últimos gobiernos.
La narración simbólica de la pobreza como “mito genial” quedó esculpida en esa aseveración de Pedro Aspe, exsecretario de Hacienda de Carlos Salinas, como sinónimo de la insensibilidad política y de la verdad única del credo tecnócrata neoliberal; una condena histórica asociada a la cosmogonía de un pueblo, que necesitaría de hechos extraordinarios para liberarse de ella. Todo el que aspiraba a la Presidencia prometía la salvación, pero ninguno lo logró, porque nadie se atrevería a desafiar el dogma económico y sus beneficiarios; por el contrario, la sumisión política soliviantaba el deterioro del nivel de vida como enseñaría el enojo en la elección de 2018.
En efecto, la caída de la pobreza no se puede entender sin una propuesta y voluntad política para derrumbar “mitos” que las normalizaban. La proclama “primero los pobres” no fue sólo lema de campaña como muchos otros, desde Solidaridad hasta Progresa, sino una realidad. Un logro indiscutible y una demostración del carácter fantasioso de explicaciones sobre su origen y fatalidad. ¿Qué sí funcionó esta vez? ¿Es posible acabar para siempre con ella? Muchos hablaron antes de que sí era posible superarla. La diferencia con López Obrador es que detrás de su bandera política estaba la convicción de que nada funcionaría sin una mayor separación del poder político y económico. La decisión clave fue empeñar su liderazgo en rescatar la autonomía del gobierno frente a las resistencias de la cúpula empresarial y dirigentes sindicales domesticados con prebendas. Ésa sería la condición sine qua non para atacar los molinos de viento que anunciaban catástrofes económicas si se duplicaba el salario, como ocurrió en su sexenio, para repartir mejor el pan en los bolsillos de los mexicanos.
Los datos de la primera medición multidimensional de la pobreza del Inegi muestran que su reducción se debe fundamentalmente al incremento del salario y una mejor distribución del ingreso; y en menor medida a programas sociales de transferencias directas, que tienen mayor impacto en clientelas políticas que en el nivel de vida. Pero, sobre todo, demuestran la falacia de la patronal de bloquear esa ruta durante tres décadas con el petate del muerto de la espiral inflacionaria si había aumentos “inmoderados” de salarios. Según el Inegi, el ingreso real promedio de los hogares mexicanos se incrementó 15.6% entre 2018 y 2024 debido a que el salario mínimo se duplicó, y en zonas fronterizas se triplicó. La política salarial también tuvo un efecto redistributivo, dado que donde más creció fue en 10% de los hogares más pobres, en casi 36%, seguido en escala progresiva en el decil inmediato con 27%, y así sucesivamente, hasta los estratos más ricos, donde apenas subió 4%. Es decir, también se redistribuyó.
Ese impacto socava otro mito de la ortodoxia económica que exige crecer antes que redistribuir el ingreso, que con López Obrador fue muy bajo, de apenas 0.8% anual y, además, lastrado por la parálisis de la pandemia, que canceló su promesa de llegar a 6% al final del sexenio. Eso nunca llegó, pero el costo se reflejó claramente en un fuerte programa de austeridad y el debilitamiento de políticas públicas de las que depende superar carencias sociales como la educación, seguridad social y salud. Por eso, el deterioro del acceso a la salud, que se duplicó en el sexenio, de 16% a 34% de la población, encienden focos de alerta sobre la sostenibilidad de acciones antipobreza sin relanzar la dimensión social y elevar la productividad para fortalecer el ingreso. El acierto de López Obrador fue poner su capital en liberar la lucha antipobreza de los mitos que la atrapaban, dentro de la gran sacudida política del sexenio. La ruta de la mejora del ingreso para abatirla ahora es clara, aunque también es evidente que la política social necesita cambios urgentes para ser efectiva. Pero el mayor aprendizaje es el papel central de la política, aunque ahora para impulsar el diálogo y la concertación con empresarios y sindicatos con que asegurar la viabilidad antipobreza.
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