Cuando le queremos dar condición de importancia indiscutible, pretexto para el comprensivo e indulgente orgullo previo o inmortalidad a cualquier cosa, le colgamos la distinguida etiqueta de la primera vez.
Y ya con eso es suficiente para olvidarnos de cualquier otro análisis o consecuencia posteriores.
Ya no importa si el asunto funciona o no, basta con el mérito de su arribo primerizo y novedoso para ser presentado frente a la indulgencia prefabricada, la lenitiva esperanza de abrumadora eficacia, utilidad o al menos promesa para soñar.
Obviamente hay un contrapunto: la última ocasión. Ya cuando algo ocurre por primera y última vez, nos estamos acercando a la maravilla celestial. No importa ya el porvenir si algo tiene el título nobiliario desde el inicio y el fin del camino.
Cuando los mexicanos llegamos al siglo XXI, el PRI perdió –por primera vez–, la presidencia de la República.
El candidato ganador, una especie de entenado del PAN, se sintió tan distinguido por la historia, como para desentenderse (tampoco tiene muchas entendederas) del gobierno, pues su primigenia victoria ya le había adjudicado un honroso sitio en la historia, como le sucedió también al señor Ingeniero Cárdenas, cuyo desempeño en el gobierno del entonces Distrito Federal nadie juzga, porque su primera condición de elegido por el pueblo, resulta suficiente –como dicen en Cuba–, para no discutir más nada.
Hace muchos años José Emilio Pacheco nos explicó este asombro de manera literaria: cuando los primeros hombres reflexionaron asombrados y primitivos tras mirar con espanto la primera noche (cito de memoria), creyeron que el sol nunca más volvería a nacer. Para conjurar ese miedo, los mexicas le regalaban al sol los sangrantes corazones de los guerreros sacrificados.
Hoy los mexicanos, ya sin vísceras sacrificables (o sacrificadas por otros motivos), estamos muy contentos porque por primera vez una mujer se va a sentar en la silla presidencial.
Y esa condición tan novedosa, ya le otorga a la señora doctora CSP, una carga social de extendida comprensión y mejor disposición para elogiar sus decisiones sin esperar sus resultados. Cuando uno mira cómo quedó esta ciudad después de su administración, tiene muchos motivos para pedirle tiempo al tiempo. Yo cavilaba en esto cuando me hundí en una coladera sin tapa en una calle sin alumbrado.
Pero esa fue mi primera vez.
Quienes nacimos a mitad del siglo pasado convivimos con los parteros de muchos asombros primitivos.
El primer viaje a la Luna; el primer convoy del Metro y su primer derrumbe; el primer segundo piso en el Periférico (en cuya obra tuvo mucha responsabilidad la doctora CSP, quien ahora le hará por primera vez un paso elevado a la inconclusa 4T); el primer Premio Nobel mexicano, los primeros juegos olímpicos y el primer campeonato mundial de futbol, la primera Montaña Rusa y muchas otras cosas novedosas e iniciales, como los teléfonos celulares, el fax tan añorado, los autos eléctricos más allá de los carritos chocones de la feria; los autobuses de dos pisos (pioneros del segundo piso) cincuenta años después del paisaje londinense, la primera credencial para cualquier cosa, hasta para votar; el primer desnudo masivo en el Zócalo, la primera fornicación en el último vagón (ah, cabrón), y así una interminable lista de primeras cosas cuyo envejecimiento comienza al día siguiente de su aparición.
Por lo pronto es la primera columna sobre este tema de primicias, novedades y estrenos, siempre con la memoria de aquella confesión tardía de doña María Félix, cuando Verónica Castro le preguntó sobre su inicio en la vida sexual:
Fue horrible, doloroso y violento, contestó la Doña.