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elcristalazo.com

En el ya lejano 2018, cuando Morena se hizo de la presidencia de la República, un grupo de nostálgicos del viejo régimen discutía acaloradamente sobre el futuro. El pasado ya no servía ni para analizarlo.

–Estos se van a quedar en la presidencia por lo menos cuatro sexenios, decía uno de ellos.

Otro, cuya fama de político brillante lo había llevado a puntos cimeros (presidente de ambas Cámaras, líder del Partido, gobernador de su estado y quien sabe cuántas cosas más), dijo con plena confianza.

–No van a durar tanto. El canibalismo es su naturaleza política además de su condición cultural. Se van a hacer pedazos entre ellos. Mira cómo desbarrancaron al PRD. Así lo hacían en el Partido Comunista (hasta inventaron un Partido Socialista Unificado de efímera historia), cuando imitaban al purgante Stalin sin tener un líder notable…

Y seguía vehemente:

“…Hoy tienen a un Stalin tropical. Mientras López Obrador los controle, tendrán un dogma bajo el cual, disciplinarse. El dogma es el presupuesto.

“Pero cuando su poder vaya mermando, así imponga a su sucesor o les herede el partido a sus hijos, se van a tirar de las greñas y así van a comenzar su debacle”.

Hoy algunos hechos apuntan en el sentido del vaticinio de tan docto personaje. Si bajo el mando del macuspano se disciplinaron y humillaron todos ante el capricho de la sucesión, una vez logrado el reparto del primer plato del banquete, comienzan a brotar los viejos rencores, como lo prueba el fuego cruzado entre Adán Augusto López, coordinador moreno en el Senado y el coordinador de los diputados de esa misma fracción en la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal..

Es una rencilla cuyo origen –al caer al suelo– suena como una corcholata en piso de cantina, en cuya barra atiende Gerardo Fernández Noroña y en turnos extra, Sergio Gutiérrez Luna.

Por ahora, la instrucción es torpedear un día sí y otro también a Ricardo Monreal, quien, tras su oportuno desempeño en el proceso de reformas constitucionales, ya no resulta tan útil como hace dos meses.

Desde entonces lo atacan y lo exhiben.

El primer golpe fue haberle regalado a su hija Katy, un ejemplar de “Cien años de soledad”.

La abandonaron cuando peleaba por la alcaldía Cuauhtémoc. Desde dentro — como no hacen con los Batres o las Alcaldes o los López y el cuñado en Miami y muchos ejemplos más– , la tundieron dizque por el nepotismo. Y con esa línea tuvieron hasta en el TEPJF, cuya autonomía es imaginaria.

Después se hizo un mitote extraordinario porque Monreal subió a un helicóptero.

Si hubiera disfrutado el Museo Nacional de Arte para la boda de su jefe de oficina, no habrían amplificado su pecado hasta la traición de lesa austeridad. Hasta en el Salón Tesorería, , donde a otros (as) se perdona y defiende, a él se le regañó.

Pero si todo eso no fuera suficiente, Adán Augusto, cuyo talante pendenciero se ha venido agudizando conforme mal asimila a regañadientes su condición de corcholato desdeñado, habla de los “negocitos” en el Senado, como si el funcionamiento de esa cámara se le hubiera revelado hace apenas una semana. A su paso por ahí, no se dio cuenta de nada. O se hacía…

Pero sea como vengan las cosas, esto se parece a Yugoslavia. Su desmembramiento con violencia, guerra, genocidio, etc, ocurrió –en el último episodio balcánico– cuando desapareció el dogmático Mariscal Tito. No creó una federación; controló personalmente una república “federativa”.

Dice Moshik Temkin, autor de “Guerreros, rebeldes y Santos”: “el dogmatismo no es necesariamente malo. ¡Depende del dogma!”

Pues sí, y cuando el dogma no es una idea ni un credo, sino una persona, sólo quedan dos caminos: ese individuo es responsable de la turbulencia por no haber creado una institucionalidad o es culpable de incitar los pleitos para prevalecer interna y externamente.