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“Cuando un amigo se va…” Alberto Cortez

Las malas noticias deben llegar de a poquito en poquito, porque de golpe duelen cabrón y devastan el alma…

De por sí, cuando se hila el destino de la adversidad se nos debilita la vida en la soledad y las ausencias golpean a la memoria. ¡Caray!

Mire usted.

Ayer falleció mi compadre Alfredo Camacho Lara.

Debo decirlo así, directo como a él le gustaba llamar a las cosas por su nombre, sin eufemismos, pero siempre con el corazón por delante, amable, cálido, con la sonrisa enmarcada por el bigote arqueado en las puntas.

Fue charro de los de verdad, gallero, periodista, bohemio, maestro universitario, publirrelacionista, chef. Sobre todo, amigo y un gran ser humano.

–¡Pinche compadre! ¿Por qué no has venido? –reclamabas a su estilo cuando las ausencias a comer en su casa eran largas.

Y sí, uno de esos días de hace algunos ayeres me convocaste a comer en tu casa de Iztacalco. “Voy a guisar mariscos y vienen los amigos”, me dijiste y nos reunimos a saborear camarones, langosta, pescado, escanciados con vino y cerveza.

Muy fifís.

La pura chaviza en torno de esa mesa enorme a cuya vera atestiguaba una barrica de tequila; pero se bebía moderado, el tiempo pasa y más gasta la plática que el brindis.

Los días de bohemia se convirtieron en tema de lo que fue, de lo vivido entre tequilas y alguien que rasgaba la guitarra y las canciones entonadas por Pedro Infante, el ídolo de mi compadre Alfredo Camacho Lara.

–¿Te acuerdas, compadre? Antes hablábamos de mujeres, de conquistas. Hoy sólo hablamos de niveles de glucosa, presión arterial, colesterol… –dijo Alfredo en voz alta y la muchachada sexagenaria, entonces, presente se carcajeó.

Ayer fui a despedirme de ti. Compadre.

Quise verte por última vez, no suelo hacerlo con quienes descansan dentro del féretro abierto, protegidos por un cristal. Y estabas vestido de charro, con el moño charro por supuesto. Y barba y bigote bien peinados. ¿Te arregló mi comadre Maricela? Tal vez, pero te veías de figurín.

Recordé los días en que hubo caballerizas en tu casa y le pegabas duro a la tecla y montabas como sólo tú sabías hacerlo. Estilo de charro y la profesión de la mano, periodista y hacedor de famas, promotor de políticos, publirrelacionista.

¡Caray, compadre!

¿Te acuerdas de cuando fuimos a la Meseta Purépecha a seguir los pasos de la ingeniera que metió paz a un centenario pleito entre dos comunidades que se peleaban terrenos de un valle por rumbos de Cocucho, Nurio y Ocumicho?

De retorno pasamos a almorzar a casa de tus padres en Metepec. Una delicia de desayuno elaborado por tu mamá. Ese delicioso rompope casero no lo he vuelto a probar y era uno de los orgullos que presumías salido de la cocina familiar.

Y volvimos a Michoacán, a una elección en la que perdió Cristóbal Arias, candidato del PRD y ardió Morelia. Días políticos y aplicabas la tarea.

¡Ay, compadre! ¿En qué momento comenzó a desgastarse la vida?

Un día, cuando escaseaba el trabajo periodístico, me comentaste que te habían encargado cocinar cien chiles en nogada. ¡Cien!

¡Ah!, porque quien lea estas líneas y no haya tenido el privilegio de conocerte, debe saber que eras un excelente chef, cocinero para mejores señas que el 12 de diciembre, cuando festejabas con una misa el cumpleaños tu hija después de la misa oficiada en la capilla de tu casa, se degustaba el almuerzo.

Hubo quienes dejaron de asistir a ese festejo de Tsandeni, pero la mayoría fuimos constantes en esa fecha y devorábamos tacos de esa birria que te quedaba de lujo como el chicharrón en salsa verde y las costillas en morita, ¿era morita?

Pareciera que este es un relato de menú de cocina, de tragones y bohemios, pero, compadre, quién te manda haber sido un excelente anfitrión y más cuando el negocio que comenzó con los chiles en nogada se volvió la constante de fin de semana.

Presumías tus moles y los ofrecías y al final de la comilona preguntabas a los clientes qué les había parecido el mole de tamarindo, el negro de Oaxaca, o el poblano y el de rosas. Tus moles que llegaron a disfrutar tus ahijados Daniel y Carlitos, mis hijos y mi hija Astrid Daniela, a quienes entristeció tu partida.

Te conocieron bien, pasaron una Navidad en tu casa. ¡Chingao!

Debo confesarte que se me escapó la lágrima, compadre, y se me atoró el lamento en la garganta. Me dolió saber de tu fallecimiento; mi comadre Maricela me lo comunicó temprano, en mensaje de texto, luego Lupita Moreno lo hizo por teléfono. Y me quedé en silencio…

¿En serio, falleciste?

Compadre, la amistad fue, es sólida. Fuiste mi maestro en esto de caminar por la vida con la frente en alto y caerse y levantarse. Platicabas en tu cocina, mientras me tomaba un café y hacíamos planes cuando eché a andar entresemana.

Fuiste una pluma en ese portal y luego dejaste de escribir de asuntos que conocías al dedillo, como la política tabasqueña y las andanzas de un pillastre llamado Andrés Manuel López Obrador, de quien conocías vida y obra.

Anoche te vi dormido, con alba barba bien recortada y peinada. Sí, sí, dormías. Y le dije a mi hermano César: ¿a poco no se ve de poca con ese moño charro?

Te recuerdo, compadre, te recuerdo como los amigos que ayer te visitaron en ese espacio lleno de flores y olor a nostalgia.

Mi comadre Ercilia Feria, mi compadre Efraín Salazar, Víctor Godínez y Marcela Moyeda; Patito Ramírez, Arturo Rafael Pansza Sáenz –mi gemelo–, Paty Zelaya y todos con el mismo sello: amigos tuyos, colegas que de vez en vez coincidíamos en la comida en casa Camacho.

En esas palapas que fueron caballerizas, al lado del horno en que preparabas barbacoa de suyo riquísima pero que, en una ocasión no supiste cómo cobrar, porque todos, tortilla en mano, arrancamos trozos de carne y le dimos fin a la cabeza de res y el costillar de cerdo.

¡Vaya momentos! Vaya.

Pero, compadre, déjame recordarte así, en plena camaradería, en el despliegue de tu bonhomía. De esa sonrisa y don de gente que repartiste cuando las dos exitosas comidas ofrecidas a los colegas del Canal Once, de aquel Canal Once que era orgullo del periodismo en la tele.

Y ni qué decir de mis ex compañeros del Colegio de Ciencias y Humanidades, plantel Naucalpan, que trabaron amistad contigo luego de esas reuniones que terminaban en bohemia.

Compadre, ya es tarde, de madrugada. Podría seguir platicando contigo y de ti hasta el amanecer; quise compartir con mis 15 lectores que fuiste, eres, un amigo a carta cabal. No te voy a extrañar porque estás aquí dentro de este sentimiento que me acompañará por el resto de mis días.

Chingón, compadre, allá nos veremos. Un abrazo. ¿Te parece, Drakko? Digo.