Número Cero/ Excelsior
La alianza inédita de los partidos históricos, PRI, PAN y PRD, convalida la idea de su creciente irrelevancia. El escaparate de la crisis de partidos. Una fuga hacia adelante de fórmulas huecas y periclitadas, que la reacción del populismo aprovecha para llenar con los contenidos políticos más diversos de izquierda o derecha, sin que importen las diferencias ideológicas. Los frentes antiLópez Obrador ponen el terreno para el encuentro del desencanto de la política y la impotencia ciudadana ante la ausencia de alternativas y la representación ficticia del futuro con las mismas caras y nombres del pasado.
La antipatía hacia López Obrador ha logrado que la oposición sacrifique agendas y señas de identidad (quizá ya no las tenía) para salvar a sus dirigencias de la dispersión del voto, aun a costa de la desafección interna, como si ése fuera el precio obligado a pagar por la falta de renovación. La unión hace la fuerza, pero hay sumas que restan o no alcanzan para construir una alternativa sin un relato propio que vaya más allá de destruir al contrario o presentarse como baluartes de un paraíso perdido de sistema político que poco satisfizo a las mayorías. Su acuerdo se basa en candidaturas comunes en casi la mitad de los 300 distritos electorales, que encabezará el PAN con 61 lugares, seguido del PRI en 53 y 44 para el PRD. Su objetivo, impulsar una gran coalición política que supere a Morena en el Congreso y deje al gobierno “populista” sin mayoría legislativa en la segunda mitad del sexenio, como condición para regresar al poder en 2024. Aunque lo que ofrecen es un reparto de distritos, no un programa alternativo.
En los últimos días, la alianza logró superar uno de los mayores obstáculos entre los consejeros nacionales del PAN, que aprobaron por unanimidad ir con el PRI en 2021, aunque se les revuelva el estómago a sus viejos liderazgos, que jamás hubieran pensado que pedirían el voto para un adversario al que siempre consideraron irreconciliable ideológicamente. En su caso, la crisis de los partidos los hace explorar terrenos desconocidos desde su fundación, como una fuerza para oponer a la hegemonía del PRI el siglo pasado.
Pero la oposición defiende la alianza como una circunstancia imposible de sustraerse o resistirse. Como dicen, responde a la necesidad de enfrentar la “anormalidad” democrática de López Obrador, aunque sin explicarse la insatisfacción de la mayoría, que hace dos años los castigó por el Pacto por México de la oposición con el gobierno priista de Peña Nieto o el Frente por México del PAN y el PRD contra López Obrador. Su razonamiento es simple, apuestan a sumar el descontento contra la 4T con una visión distópica y liberadora de conciencias alienadas, como la vieja oposición en los tiempos del antiguo régimen de la presidencia imperial del PRI, aunque no tengan identidad ni sientan ninguna pertenencia con la alianza antiAMLO. Regresar a la serenidad, pero su mayor riesgo: el aislamiento.
Creen que es suficiente alertar del peligro de la concentración de poder presidencial y su intervención en la elección para producir una especie de defensa de la democracia, pero a su favor; o de los valores como el pluralismo, el consenso y la imagen de gestores eficaces e inteligentes para superar el “populismo”. El pragmatismo de la propuesta, sin embargo, los ubica donde López Obrador siempre ha buscado ponerlos. Como defensores del statu quo, que se estrelló con las urnas en 2018, y del sistema de privilegios que provoca el deterioro del bienestar y de la cancelación de posibilidades vitales para la mayoría de la ciudadanía; de descontento generalizado con las instituciones e indignación por la corrupción de la élite política y económica.
Así, el pragmatismo de la oposición termina por ser un buen aliado de la reacción populista que quisiera combatir. No sólo porque la alianza sirve al Presidente para decir que el PRIANRD se quita la máscara de la “mafia del poder”, sino porque la falta de alternativas abona en la impotencia ciudadana en que germinan los votos dispuestos a destruir al contrario ideológico e imponer su relato sin importar los resultados del gobierno o de su líder. El cálculo de avanzar con el odio no hace más que fortalecer la polarización y exhibir la debilidad de la oposición.