* ROCÍO BARRERA DECIDIDA A ENFRENTAR AL OFICIALISMO EN LA ALCALDÍA VENUSTIANO CARRANZA
Desde hace mucho tiempo —tanto en petit comité, como en mis colaboraciones periodísticas—, he externado mis preocupaciones anticipadas respecto a la importancia de evaluar la salud mental y física de los líderes políticos, especialmente de quienes aspiran a la presidencia, pues considero que esto no es sólo una cuestión de interés personal o médico, sino un asunto crucial de seguridad nacional.
Inspirado en movimientos proactivos, en el contexto de la necesidad de efectuar evaluaciones de salud mental para los cargos políticos y administrativos —como una respuesta anticipada y preventiva a problemas potenciales, antes de que ocurran incidentes o situaciones adversas causadas por este tipo de inconvenientes—, a través de la plataforma Change.org, propuse que todos los candidatos a cargos políticos importantes, desde la presidencia de la república, hasta gubernaturas y presidencias municipales, al registrarse debieran someterse a rigurosas evaluaciones psicológicas, psicométricas y de aptitud física, avaladas por el Instituto Nacional Electoral (INE).
La idea detrás de mi iniciativa, era garantizar que estas figuras de autoridad operaran dentro de un rango de normalidad aceptable, minimizando así los riesgos de decisiones impulsadas por problemas de salud mental y física, no detectados.
Mi propuesta se basó en la idea general de que es mejor prevenir problemas antes de que surjan, una estrategia común en diversos movimientos que buscan mejorar sistemas y procesos en todos los ámbitos, incluida la política. En este caso, la evaluación psicológica, psicométrica y física para estos candidatos a cargos políticos importantes sería una manera de asegurar que estén adecuadamente preparados, no sólo en términos de aptitud física, sino también en cuanto a su estabilidad mental, habilidades y conocimientos.
En el fondo, con mi propuesta —“quijotesca”, la llamaron algunos—, buscaba proteger la integridad de nuestras instituciones democráticas, y asegurar que las decisiones críticas de quienes nos gobiernan, y que afectan a millones de personas, fueran producto de una mente clara y estable. Expliqué además que la implementación de estos exámenes serviría como un filtro necesario para prevenir situaciones en las que un líder pueda tomar decisiones perjudiciales bajo la influencia de trastornos mentales y de salud no declarados, aunque estos últimos, a nuestro pesar, luego sean tratados en la penumbra, lejos del escrutinio público, como hasta ahora ha ocurrido.
En la función de gobierno —sobre todo porque desde los principales cargos se tiene la responsabilidad de ejercer el poder, al cual se deben ajustar millones de personas, quiérase o no—, se precisa de la fortaleza mental necesaria para enfrentar los retos inherentes al liderazgo. Argumenté que implementar tales medidas podría ser un paso significativo hacia una función de gobierno más responsable y transparente, en beneficio de toda la sociedad.
De antemano consideré que la implementación de tales medidas enfrentaba desafíos significativos que podrían incluir la estigmatización potencial, la invasión a la privacidad de los candidatos y la objetividad de los procesos de evaluación. Pero a pesar de estos retos, reiteré que la necesidad de tales evaluaciones era evidente y tal vez urgente e impostergable, dada la complejidad y el alto impacto de las responsabilidades políticas.
Es claro que estipulé que era esencial que estos exámenes fuesen manejados por profesionales independientes y que los resultados se utilizaran de manera ética para informar al público, sin comprometer la dignidad personal de los candidatos. Subrayé además que los resultados debían ser un filtro aplicado por el INE, de forma pragmática. “No estás apto, no acreditaste, no te puedes inscribir”. Así de simple y punto.
Hace unos días, Alfonso Zárate, articulista del periódico El Universal, planteó en este sentido sus serias preocupaciones sobre la salud mental del presidente Andrés Manuel López Obrador y sus implicaciones para la gobernabilidad del país.
Zárate señaló varios comportamientos que sugieren que la salud mental de López Obrador podría estar comprometida. Destacó la supuesta convicción del político tabasqueño de que fue elegido por una entidad divina para liderar una transformación histórica en México, algo que podría interpretarse como un delirio de grandeza y señaló que esta percepción podría distorsionar su juicio y llevarlo a tomar decisiones que no se basan en la realidad objetiva, sino en una visión mesiánica personal.
La creencia en una misión divina —como sugirió Zárate—, puede tener un impacto directo en la forma en que López Obrador maneja la administración pública y responde a las críticas. Hay que considerar que, si un líder se ve a sí mismo como una figura mesiánica, cualquier oposición puede ser vista no como un disenso legítimo, sino como una amenaza a su visión “divinamente ordenada”. Es obvio que esto puede erosionar la democracia al desalentar el debate abierto y la crítica constructiva, elementos vitales para un ejercicio de gobierno efectivo y, sobre todo, democrático.
Reseñó Zárate en su artículo “AMLO, un hombre enfermo” que el presidente frecuentemente se compara con figuras históricas como Miguel Hidalgo y Benito Juárez y argumentó que este tipo de comparaciones no sólo son un signo de sus posibles delirios de grandeza, sino que también indican cómo su percepción de sí mismo podría estar influyendo en sus políticas. Tales comparaciones pueden llevar a un liderazgo que busca emular un pasado idealizado en lugar de abordar las realidades contemporáneas de México —indicó.
Un síntoma particularmente alarmante que el analista destacó, es la insistencia de López Obrador en utilizar sus famosos y recurrentes “otros datos” que contradicen no sólo la información a la vista de todos los mexicanos, sino incluso sus propias estadísticas oficiales.
Quienes se dedican al estudio de las ciencias cognitivas —es decir, a analizar las actividades y funciones mentales como el pensamiento, la percepción, la memoria, la atención, el lenguaje, la resolución de problemas y la toma de decisiones—, aseguran que este desdén por los hechos objetivos es característico de comportamientos esquizoides y puede resultar en políticas que no tienen en cuenta la realidad de las situaciones que buscan remediar.
Zárate también se refirió a la tendencia del presidente a percibir conspiraciones y golpes de estado en críticas legítimas, una forma de paranoia que puede ser perjudicial. Esta actitud puede llevar a un aislamiento político y social, donde sólo las voces que refuerzan su visión del mundo son escuchadas, dejando de lado opiniones valiosas y necesarias para el equilibrio democrático.
Por ejemplo —escribió—, la decisión de cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco, ilustra cómo los posibles trastornos mentales pueden tener repercusiones económicas significativas y que este tipo de decisiones impulsivas, aparentemente basadas en un juicio alterado, no solo reflejan una gestión caprichosa sino también un posible desprecio por los procedimientos establecidos y las evaluaciones técnicas.
Igualmente, las promesas de transformar radicalmente el sistema de salud a un nivel comparativo con Dinamarca, como señaló Zárate, muestran una falta de realismo. Estas afirmaciones utópicas pueden ser indicativas de un optimismo desmedido o de una comprensión errónea de las capacidades administrativas y los recursos disponibles.
DISCUTIR PÚBLICAMENTE EL ESTADO DE SALUD DE UN LÍDER NO DEBERÍA SER UN TABÚ
Partiendo de mi premisa inicial, que dio pie a mi solicitud ante la plataforma Change.org, estimo que la salud mental y física de un líder o un jefe de Estado —aunque a algunos este título les quede exageradamente grande—, no debería ser un tema tabú.
Lo expliqué claramente: se deben establecer mecanismos transparentes y regulares para evaluar la salud mental y física de los funcionarios públicos, asegurando así que estén en condiciones de llevar a cabo sus deberes de manera efectiva y segura. Incluso, se podrían incluir evaluaciones independientes, realizadas por expertos, cuyos resultados sean parte del dominio público para fomentar la confianza en un liderazgo auténtico y no producto de las elucubraciones de un supuesto iluminado.
Establecer estos controles es imprescindible, significativo y crucial para la integridad y estabilidad de nuestras instituciones democráticas, pues proporcionan un fundamento sólido sobre el cual la ciudadanía puede construir su confianza y respeto hacia aquellos que les representan. Por ende, promover una cultura de evaluación y transparencia, no solo eleva el estándar de nuestro liderazgo, sino que también refuerza el tejido mismo de nuestra sociedad.
En este contexto de reflexión crítica, es esencial retomar y valorar la perspectiva de Alfonso Zárate, quien, podemos intuir, no emite juicios a la ligera, ni por mero capricho, sino que nos ofrece una visión que es crucial para el debate público y destaca una preocupación que va más allá de intereses de grupo o partidistas, que impactan directamente la percepción nacional sobre la figura presidencial, bien sea que se le ame o se le deteste.
En un país tan diverso como México —donde las decisiones del presidente influyen en la vida diaria de millones—, su estabilidad mental y física no puede ser subestimada. Por ello digo que es imperativo establecer garantías sólidas que aseguren este bienestar, no como una medida de segregación, sino como una política de prevención y cuidado.
Implementar evaluaciones regulares llevadas a cabo por profesionales independientes, debería ser un estándar en la valoración de cualquier candidato a un puesto de tal magnitud, que de hecho sería un paso esencial hacia la maduración política y la salvaguarda de nuestro futuro colectivo.
En este tenor, el comentario de Zárate —incisivo y sin concesiones sobre la salud mental del presidente López Obrador—, debe ser visto estrictamente como lo que realmente es: un aporte indispensable, tal vez muy crudo, que nos conmina a velar por la integridad y la aptitud mental de nuestros líderes, lo cual no es un lujo, sino una exigencia fundamental.
México se merece una dirección más competente y sensata y, sobre todo, que las decisiones que se tomen en los más altos niveles de gobierno beneficien genuinamente al conjunto de la sociedad mexicana y no sean el resultado de percepciones mentales distorsionadas o intereses mal interpretados.
GRANOS DE CAFÉ
Rocío Barrera, está decidida a enfrentar al oficialismo en la alcaldía Venustiano Carranza y arrebatarle el triunfo a Evelyn Parra Álvarez, candidata de Morena-PT y Partido Verde. En reciente conversación que sostuve con la abanderada de la coalición opositora “Fuerza y Corazón por México” —conformada por los partidos PAN-PRI y PRD—, me comentó que el objetivo primario general es ganar la Ciudad de México y aseguró que se hallan plenamente convencidos de que Santiago Taboada triunfará sin ninguna complicación frente a Clara Brugada, abanderada de Morena. Posicionada como la candidata lista para enfrentar y desmantelar una dinastía política, su promesa de seguridad y renovación se perfila como la respuesta a la necesidad de cambio en la alcaldía, frente a una administración estancada en prácticas añejas y promesas incumplidas
Destacada política mexicana, con más de dos décadas de experiencia —quien estudió Ciencias Políticas y Administración Pública en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y la carrera de Derecho en la Universidad del Valle de México (UVM)—, señala que meta es convertir las expectativas de sus electores en una realidad tangible, restaurando así la confianza en el potencial olvidado de Venustiano Carranza, una alcaldía centro oriente que tiene todo para ser una de las mejores. Me explicó que la percepción pública sobre el quehacer gubernamental es negativa en todos los niveles y que este declive fue impulsado también por la situación nacional, y por las actividades de alguna manera cuestionables tanto del presidente, como de Claudia Sheinbaum, candidata oficial a la presidencia, quien era la jefa de gobierno de la capital.
“En 2018, muchos, incluyéndome, depositamos toda nuestra confianza en el supuesto proyecto alternativo de nación. Sin embargo, como yo, muchos están decepcionados al ver que el país parece desmoronarse, especialmente en temas de seguridad. El enfoque de “abrazos, no balazos” no ha resultado efectivo, y el país necesita alternativas distintas”. Cuestiona a la candidata presidencial “quien ha estado haciendo campaña durante cinco años con recursos públicos; se percibe un deseo de continuar con las mismas prácticas del actual gobierno, lo cual tampoco es del agrado de la población. Por ejemplo, se habla de hacer un segundo piso de la transformación, pero es difícil entender a qué transformación se refieren, dado que todo parece haber sido en detrimento de los ciudadanos, la propia democracia y las instituciones establecidas” —dice.
La también exdiputada federal y asambleísta capitalina, se muestra muy convencida de que en la Ciudad de México ganará Santiago Taboada “sin ninguna complicación, porque es muy buen candidato. La candidata de enfrente presume lo que hizo en Iztapalapa, pero creo que mejores resultados obtuvo Santiago en Benito Juárez. Y desde el momento en que la candidata de Iztapalapa perdió su identidad, pues ahí ya perdió. Yo les digo que uno ve a una Clara Brugada muy distinta a la que hoy aparece en sus promocionales; y desde el momento en que pierdes tu identidad estás mal. Por el contrario, Santiago es el mismo Santiago que gobernó Benito Juárez con esas ganas, con ese ímpetu de querer hacerlo cada día mejor. Siempre quiso hacer la mejor alcaldía y lo logró. Pero anticipo que vamos a trabajar de la mano con quien quede de jefe de gobierno y con quien quede de presidenta, no para beneficio de nosotros, sino para beneficio de los vecinos de nuestra alcaldía” —comentó. La entrevista completa con Rocío Barrera se puede leer en https://mexico.quadratin.com.mx/rocio-barrera-decidida-a-enfrentar-al-oficialismo-en-venustiano-carranza/