NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El sorpresivo regreso de Ricardo Anaya, tras dos años en el desierto, es la imagen viva de la orfandad de liderazgos de la derecha política tras el tsunami electoral de 2018 que barrió con la oposición. El castigo fue duro para el excandidato presidencial del PAN y una coalición informe de partidos unidos por su aspiración de poder. Su fracaso acabó de desarticular esa franja del espectro político, que ahora quiere reflotar con movilizaciones de corrientes radicales, como FRENAAA o nuevos partidos como el conservador México Libre, mientras el aparato panista trata de cerrarles el paso.
El excandidato presidencial anuncia su vuelta a la vida pública por sentirse llamado a combatir el “desastre del gobierno de López Obrador”, lo cual sugiere otra versión de oposición “antiAMLO” para relanzar voces que representan a ese electorado. En efecto, Anaya decide volver a escena en un momento en que se acumulan conflictos en el horizonte de la 4T por turbulencias sociales que agrava la pandemia y la crisis económica. El cálculo político indicaría una coyuntura favorable a sus propósitos, aunque es menos clara la definición de su posicionamiento y su tamaño para recuperar liderazgo en oposición de contraste al Presidente.
Porque, primero, tendrá que explicar su ausencia desde la elección cuando los liderazgos se forjan también en la derrota, como muestra la trayectoria de López Obrador. Anaya justifica su desaparición por no interferir con el gobierno en sus primeros dos años y tomar tiempo para reflexionar sobre su derrota, pero sin hacerse cargo del vacío para 12.6 millones que votaron por él. Y segundo, por la necesidad de balance autocrítico por los errores que lo llevaron a los peores resultados de un candidato panista en 20 años en un segundo lugar lejano a Morena con su alianza “contra natura” de tres partidos de izquierda y derecha del PAN, PRD y MC. Y como el mismo reconoce, su soberbia.
No obstante, ofrece documentar su regreso con 12 videos de crítica fuerte al gobierno y propuestas alternativas, pero con ideas de su campaña como el cambio de régimen político, ingreso básico universal o infraestructuras tecnológicas, que tuvieron poco eco en las mayorías del país si bien trataron de proyectar una imagen de modernidad. ¿A quién representa Anaya? Su estrategia es mostrarse, otra vez, como opción de futuro en contraste con la imagen del pasado de López Obrador, aunque sin deshacerse de sus viejos socios en el sistema de partidos y las denuncias de corrupción que aún lo acompañan por Odebrecht.
Sus indefiniciones sobre todo expresan la carencia de liderazgos en la derecha política por el descrédito de los pasados gobiernos del PAN y las divisiones internas. La falta de conducción que los aglutine se observa en las calles con el ala radical sinarquista ligada al gobierno de Fox, de FRENAAA y el intento de reconstrucción del calderonismo en México Libre, mientras el PAN presiona por evitar su registro.
En ese contexto de rupturas y confrontaciones, Anaya tendrá aún que definir si su ruta pasa por buscar una posición en el Congreso en 2021 y su política de alianzas para reorganizar al voto conservador. El excandidato ha dialogado con la dirigencia panista sobre su reaparición, mientras que con el calderonismo tiene una cordialidad distante después de que provocara su ruptura con el PAN. Una primera definición que pedirán en su partido es saber con quién jugará esta vez, aunque la dirigencia panista parece encaminarse a repetir la coalición que armó Anaya en 2018 con el PRD. Otra fotografía de la desorientación de la derecha y la izquierda perredista, pero, sobre todo, una prueba de su falta de lectura del pasado que requieren para tener futuro. Queda por conocer su relación con los barones del PAN, en que se replegaron a sus bastiones para impulsar un proyecto de gobierno distinto que oponer a López Obrador en las urnas, sin importarles el partido nacional. El contexto del regreso de Anaya se define por el archipiélago de grupos y rencillas al interior de la derecha, aunque sólo observe la coyuntura favorable por los conflictos que se agolpan en el horizonte del gobierno. Sin embargo, López Obrador lo menosprecia, mientras sonríe con la fragmentación de su enemiga la derecha.