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Obviamente entre Maximino Ávila Camacho y Alejandro Armenta hay enormes diferencias.
El primero asentó su impúdica conducta en las armas y el capital para construir un poder arbitrario y un patrimonio sin freno a ciencia y paciencia de su hermano el “presidente caballero” y aun antes.
El segundo doblaba la cerviz para lograr favores de su mentor político, Mario Marín (PRI), quien durante su gobierno lo hizo secretario de Desarrollo Social. Antes fue un mediano alcalde en Acatzingo de Hidalgo impulsado por el mismo grupo marinista y el mismo partido.
Quién sabe cuántas cosas le habrá aprendido al “Gober precioso” –hoy preso en Almoloya–, pero a Maximino lo imita tanto como para ser ahora otro “Gober codicioso”.
Cuentan de los modos de Maximino:
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–Si alguien no le quería vender un terreno o una propiedad cualquiera, le sonreía con la pistola en la mano y le decía, ¿quieres el dinero ahora o le doy a tu viuda la mitad la semana entrante?
Ese método de chantaje persuasivo revive en las amenazas de Armenta. No importa en contra de quién ni para qué. Los fines no justifican así los medios o al menos no todos los medios; no para quien pregona el “Humanismo mexicano”. En este caso el “humanismo mexitransa”.
“…El gobernador de Puebla, Alejandro Armenta Mier pidió a la empresa inmobiliaria Grupo Proyecta donar un terreno de dos hectáreas para construir viviendas para policías, y en caso de no acceder, dijo, habrá “procesos de expropiación a cuatro hectáreas”.
“Durante una conferencia de prensa, el gobernador poblano dio un ultimátum de un mes al grupo inmobiliario para la donación de terrenos, argumentando que “les ha ido muy bien”, al tiempo que pidió “que compartan la riqueza por el bien del pueblo”.
“Grupo Proyecta (dona) dos hectáreas en un mes o (hay) un proceso de expropiación a cuatro hectáreas, lo que ustedes decidan, con todo cariño y respeto, pero vamos a trabajar por la seguridad”.
De acuerdo con la Constitución el interés público determina a la propiedad privada. Aún si la construcción de esas viviendas fuera asunto de interés público, el argumento para forzar una donación, tan voluntaria como el temor de ser doblemente expropiado, resulta aberrante.
El “Minimaxi” se comporta como Trump. Si no me das agua te pongo aranceles; si no me detienes migrantes, te pongo aranceles; si no me das dos hectáreas, te expropio cuatro y mañana ocho, como quien dobla las apuestas de un interés social desfigurado por artes de fullero.
Las raíces de estos poderes caciquiles, al estilo de Gonzalo N. Santos, Roberto Cruz o el ya citado Ávila Camacho, han hallado espacio en la mirada de algunos historiadores y literatas, como Ángeles Mastreta cuya novela “Arráncame la vida”, se inspira en aquel tiempo poblano cuya resurrección parecemos atestiguar:
“…Michael Meyer y Wiliam Sherman, citando a Frank Tannenbaum: Este período … es desconcertante.
“Si fuese posible descubrir qué le ocurrió al liderazgo mexicano durante aquellos nebulosos y degradantes años, arrojaríamos luz sobre una gran parte de la historia mexicana. Hete aquí un grupo de hombres nuevos, muchos de los cuales venían de las filas de la revolución y habían arriesgado sus vidas en cientos de batallas para rescatar al pueblo de la pobreza y de la servidumbre … y, sin embargo, a la primera oportunidad, todos cayeron presa del poder y del lucro…
En este caso ni hubo riesgo ni se libró batalla, simplemente la conversión a la Cuarta Transformación en cuyo seno caben transas y traidores.
Y hablando de chantajes, dice Mastretta:
“…La tarde anterior [Andrés] había hablado con [mi padre]. Le había dicho que se quería casar conmigo, que si no le parecía, tenía modo de convencerlo, por las buenas o por las malas.
–Por las buenas, mi general, será un honor -había dicho mi padre, incapaz de oponerse”.