NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El tiro del 2024 no será de dos bloques, sino entre tres fuegos en el camino hacia el relevo presidencial. La precampaña empieza con la mirada puesta en la disputa de plazas clave para la futura gobernabilidad, como la CDMX y del Congreso, para contener a Morena ante el posible regreso del partido hegemónico.
Pero Morena erraría de pensar que tiene todo ganado de antemano con la alta aprobación de López Obrador. Si bien la carrera arranca con una arrolladora percepción de triunfo de Sheinbaum, simplificar la decisión de los votantes sería un error. El primero, confiar en que la imagen del Presidente lleve en automático a superar los 30 millones de votos con que llegó en 2018. La esperanza de que gane aun sin estar en la boleta, por primera vez en tres elecciones, acabaría por plantearla como examen de un gobierno que tiene menos aprobación que la popularidad del líder. No son lo mismo.
Convertirla en un referéndum puede ser una mala estrategia ante un electorado en que la mitad tiene una valoración ajena y distinta a la de Morena sobre la marcha del país. El mismo López Obrador calcula que sus adversarios son de 25 a 30 millones de mexicanos, que ya han castigado a gobiernos morenistas, como al de Sheinbaum en 2021 en el bastión de la izquierda, la CDMX. Además, decepcionados e indecisos pueden inclinar la balanza en una competencia en que la presencia de Samuel García, de MC, puede llevarla a tercios con una mayor fragmentación del voto. Si esa división perjudica al frente opositor, también al objetivo de Morena de quedarse con el Congreso.
La defensa de López Obrador de su sexenio como Presidente en campaña va a contrapelo de la tendencia en AL del voto de castigo a los gobiernos. A propósito del triunfo de Milei en Argentina, es llamativo el recuento de derrotas de partidos en el poder en 17 de 18 elecciones presidenciales desde 2019 en la región, como recoge El País. Los votantes, sin importar ideología, han optado por la alternancia, igual que en México se volcaron los últimos 4 años al cambio en favor de Morena en los estados. Sin embargo, ahora tiene que defender su ventaja inicial con el desgaste de un sexenio en el poder, aunque mantenga un discurso contra la clase política del pasado que cada día entusiasma menos a jóvenes, indecisos y clases medias.
El discurso de Sheinbaum es la continuidad del “segundo piso de la 4T”, pero rehúye tomar distancia con el “obradorismo”, atrapada entre la necesidad de recuperar decepcionados de las clases medias y perder el voto duro de los sectores populares. La derrota de Harfuch, lejano a la ortodoxia de la izquierda, no le deja mucho espacio para el revisionismo y menos sin el peligro de la división interna. Menos aún para virajes con figuras y nuevos rostros que refresquen la imagen porque descuadraría los equilibrios políticos de los “barones” de Morena y su coalición en la puja por alcaldías en la CDMX, diputaciones federales y locales, así como la compensación del Senado para los perdedores de las gubernaturas. Una lógica de partido en el poder.
Los tres candidatos presidenciales iniciaron con demostraciones de músculo en actos partidistas tradicionales, quizá a excepción del impacto del tándem García-Rodríguez, de MC, en su operación en redes. Sheinbaum apeló a la memoria de los jóvenes para no olvidar los gobiernos neoliberales; García, a un nuevo comienzo en el país con un aspirante joven; mientras que Xóchitl lidia con fracturas del frente, como la de Rubalcava y su decaimiento en las encuestas. Pero quizá lo más importante para tranquilidad de Morena es que ninguno representa, a diferencia de otros procesos en América Latina, candidaturas ajenas a los partidos. Ni siquiera Xóchitl, que trató de presentarse con esas cartas credenciales, se desmarca de ellos.
La oposición empieza la carrera abajo en las encuestas. También se equivocaría si sólo apuesta al voto antiobradorista para ganar, dado que el impulso de la alternancia es aparentemente menor que en otros países latinoamericanos. Los tres competidores harán bien, entonces, en prepararse para una batalla terrestre cuerpo a cuerpo, en la que será clave la división del voto, el debilitamiento por la división interna y el trasvase de operadores y cuadros políticos, eso sí, contado y magnificado por las redes.