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Bruce Sprinsgteen alza la voz contra Trump Bruce Sprinsgteen alza la voz contra Trump. (EFE/EPA/WILL OLIVER/EFE)

Hay dos fenómenos culturales recientes dignos de atención. Uno en México y otro en los Estados Unidos.

Aquí el gobierno pierde el tiempo y el dinero en promover un certamen cancionero nacional, para alabar la fraseología ideologizada de Morena y tener un material melódico para oponerlo a los “narcocorridos” cuya prohibición proviene, con más enjundia, desde el retiro de la visa americana, no a Marina del Pilar y su marido, sino a “Los alegres del barranco”, figuras mayores en el cantar de gesta actual de los delincuentes.

El otro, la gira europea de Bruce Springsteen, en la cual hace cera y pabilo de Donald Trump, a quien no baja de corrupto, incompetente y traidor. Obviamente, también se debe registrar la reacción del presidente –contraproducente para sus denuestos– quien no halla mayor recurso: Springsteen es un idiota y debería tener la boca cerrada.

Cosa difícil para un cantante, cuya voz lleva, además de la armonía simple de sus canciones, el mensaje político cuya amplitud es suficiente para escaldar al furibundo habitante de la Casa Blanca.

Bruce ha sido llamado por sus seguidores (y sus agentes de publicidad, obviamente), “El jefe”. No se sabe realmente a quién jefatura, pero se ha convertido desde hace tiempo en una voz importante como en su tiempo fueron Woody Guthrie, Pete Seeger o Bob Dylan.

“Tengo –dice– sentimientos encontrados sobre… subirme a un pedestal. Sigo creyendo que la gente acude a la música fundamentalmente para entretenerse; sí, para abordar sus preocupaciones cotidianas, y sí, también para abordar temas políticos; creo que la música puede hacerlo bien. Pero sigo creyendo que, fundamentalmente, es un asunto del corazón. La gente quiere que vayas más allá de la política, que llegues a su yo más íntimo y a sus luchas más profundas en la vida diaria…”.

Obviamente, los cantantes y la música popular siempre han caminado al borde del juego político y han servido en muchos casos de himnos sociales en favor de una u otra causa. Todo el movimiento de la canción de protesta en América Latina fue una fabricación de la Revolución Cubana y sus apéndices.

Hasta el expresidente Andrés López y su esposa cayeron tarde y mal en la mediocridad de Silvio Rodríguez, un delator al servicio del fidelato.

En este caso, Springsteen ha cantado ahora sobre la idílica imagen de una América longeva en sus características democráticas y libertarias durante 250 años y el señalamiento de cómo ahora está en manos de un gobierno inepto y corrupto. No tiene caso recalcar su papel activo en las campañas de Obama, Biden y Hillary Clinton, ni su militancia demócrata. Es obvio.

Quizá si la respuesta de Trump a lo dicho en Gran Bretaña, al iniciar la gira “Tierra de sueños y esperanza”, no se hubiera producido, el mensaje adverso habría tenido mucho menor repercusión. La incontinencia trumpista frente a la crítica, no hace, sino, duplicar la potencia del adversario, como le sucedió con el discurso de Robert De Niro en el festival de Cannes.

–¿Cuál?

De Niro dijo al recibir su magna Palma de Oro en la fiesta europea del cine:

–“En mi país, estamos luchando con todas nuestras fuerzas por la democracia que alguna vez dimos por sentada… (Estados Unidos tiene hoy) un presidente filisteo” que “…ha recortado la financiación y el apoyo a las artes, las humanidades y la educación… Debemos luchar contra el autoritarismo… Libertad, Igualdad, Fraternidad».

Los (as) artistas forman parte del poder suave. Sus palabras no derriban edificios, como las bombas de los militares (Masters of war, les decía Bob Dylan antes del Premio Nobel), pero mueven conciencias y por eso los políticos los consienten, acarician, llenan de adulaciones y permiten (porque necesitan) su cercanía.

Y ellos (as), se dejan querer… y utilizar. En México hasta las bataclanas de medio pelo pueden llegar al Senado o a una embajada.


*El arte por el arte.