En este análisis se examinan los sorprendentes resultados electorales en México, donde Claudia Sheinbaum y su partido Morena obtuvieron una victoria contundente, según los datos del Instituto Nacional Electoral (INE). El texto destaca la insólita aceptación de estos resultados por parte de los líderes de la oposición sin mayores objeciones, a pesar de las evidencias de irregularidades y discrepancias con los resultados parciales de las casillas. Puntualiza que la falta de resistencia de la oposición podría reflejar complicidad o resignación, y subraya que las irregularidades en los procesos electorales pueden llevar a una profunda desconfianza en el sistema democrático, disminuyendo la participación ciudadana y fomentando la inestabilidad política. Al par de criticar la inacción de los líderes opositores —y de la propia Xóchitl Gálvez, candidata presidencial PAN-PRI-PRD—, hace un llamado a defender la democracia y la integridad del proceso electoral y propone la formación de nuevos partidos, la movilización ciudadana y la exigencia de reformas electorales como soluciones para enfrentar la situación y asegurar la transparencia y justicia en los futuros procesos electorales en México.
La madrugada de hoy, los resultados electorales arrojados por el Instituto Nacional Electoral (INE) sorprendieron a muchos mexicanos al dar un triunfo aplastante a Claudia Sheinbaum y a Morena, su partido y demás aliados, en las gubernaturas y prácticamente en el Congreso del país. Ciertamente, hubo encuestas que —dinero de por medio o no—, premeditaron las cifras, lo cual no debiera sorprendernos, pero o que resulta particularmente extraño es la aceptación casi inmediata y sin protestas por parte de las dirigencias y candidatos de los partidos opositores. Este comportamiento electoral, así como los resultados obtenidos, han generado dudas y sospechas en millones de mexicanos, entre los que obviamente me incluyo.
Luego, vino el mensaje de Xóchitl Gálvez, dirigido a quienes apoyaron su candidatura. En él refleja una mezcla de agradecimiento, una llamada a la acción futura, pero, sobre todo, un reconocimiento pleno de la derrota. Este obviamente merece una crítica profunda, especialmente en el contexto de los sorprendentes resultados electorales y las acusaciones de irregularidades y queda la duda de que si este agradecimiento es suficiente para confortar a sus seguidores, que esperaban una postura más combativa y resistente frente a las irregularidades percibidas.
Reconocer su derrota y “confiar” en las instituciones parecería un acto de madurez democrática, pero no en este contexto, cuando hoy, a pocas horas del proceso, podría interpretarse como una falta de liderazgo y de compromiso con la lucha por la transparencia electoral y que —una vez fuera máscaras—, desgraciada y lastimosamente parece que nunca tuvo. Aceptar los resultados sin una resistencia significativa, desmoraliza a sus seguidores y fortalece la percepción de una oposición débil.
Gálvez, en su menaje, mencionó su confianza en el conteo rápido del INE, argumentando que es un ejercicio estadístico elaborado “por los mejores científicos de datos”. Sin embargo, su confianza puede parecer ingenua o forzada, especialmente cuando existen evidencias de irregularidades y manipulación electoral. En lugar de simplemente “confiar”, hubiera sido más poderoso “exigir” una revisión exhaustiva y transparente del proceso.
Al reconocer la competencia desigual y la intervención del crimen organizado, Gálvez tocó un punto crucial. No obstante, en su mensaje no ofreció una estrategia clara sobre cómo enfrentar estos desafíos en el futuro. Simplemente el presentar impugnaciones no parece ser suficiente; se necesita una estrategia más amplia y contundente para reformar y proteger el proceso electoral.
Su llamada a la unidad y la resistencia carece de detalles sobre cómo se podría organizar. Parece desconocer que es importante movilizar a sus seguidores con un plan de acción concreto que incluya manifestaciones pacíficas, presión política y una mayor vigilancia electoral.
Gálvez subrayó ciertamente la importancia de defender la democracia y los contrapesos institucionales, pero para que este llamado sea efectivo, necesita respaldarse con acciones concretas y un compromiso real de lucha. La mera declaración de intenciones no es suficiente; se requiere un liderazgo fuerte y decidido.
En resumen, el mensaje de Xóchitl Gálvez es insuficiente frente a la magnitud de las irregularidades y desafíos que enfrentan ya la democracia y la transparencia electoral en México. Olvidó —o sus asesores no se lo dijeron así—, que era preciso una postura más firme y un plan de acción detallado para inspirar y movilizar a los ciudadanos en defensa de sus derechos y de un proceso electoral justo.
Y si bien estos resultados muestran una victoria contundente para Claudia Sheinbaum y su partido, hay algo que contrasta notablemente con las expectativas previas y los resultados parciales obtenidos en diversas casillas. En muchas de estas, y pruebas existen por miles, la oposición superó al oficialismo por dos o tres veces el número de votos. Sin embargo, inexplicablemente estos datos no parecen reflejarse en los resultados globales presentados por el INE. Según el conteo rápido del INE, Sheinbaum obtuvo entre el 58.3 y el 60.7 por ciento del total de votos, mientras que su principal oponente, Xóchitl Gálvez, alcanzó solo el 26.6 por ciento.
Empero, uno de los puntos más extraños de estas elecciones es la reacción de las dirigencias opositoras, que aceptaron los resultados sin objeciones significativas, ni mayor resistencia, lo que resulta desconcertante dado el evidente descontento popular. Muchos mexicanos encuentran inexplicable que los resultados de las casillas, donde la oposición obtuvo mayorías claras, no coincidan con los resultados finales.
Además del operativo de Estado —como el uso de programas sociales, la movilización de votantes leales, del dinero empleado para el accionar de brigadas encargadas de generar violencia y efectuar el robo o quema de urnas—, hubo informes de incidentes violentos y casillas no instaladas por conflictos sociales, lo que añade un nivel de complejidad y sospecha sobre la transparencia del proceso.
Esta aceptación pasiva no puede interpretarse sino como una señal de complicidad o, al menos, de “resignación” de los partidos, dirigentes opositores y sus candidatos —¿a cambio de qué?—, ante un proceso que se percibe manipulado. Los líderes, incluyendo a la propia Xóchitl Gálvez, como digo, no han mostrado hoy la combatividad que muchos esperábamos desde ayer, en defensa de un proceso electoral justo, que realmente no lo ha sido.
El politólogo italiano Norberto Bobbio, en su análisis sobre la democracia, argumenta que los fraudes electorales son uno de los mayores peligros para las democracias modernas y sostiene que la transparencia y la legalidad en los procesos electorales son pilares esenciales para mantener la confianza del electorado y evitar la desilusión y el escepticismo hacia las instituciones democráticas. En tanto el politólogo mexicano Lorenzo Meyer, nacido en 1942, ha subrayado la importancia de la participación ciudadana y la transparencia electoral en sus escritos y advierte que la desconfianza en los procesos electorales puede llevar a la apatía y al desencanto político, debilitando la participación cívica y erosionando el tejido democrático de la sociedad.
Larry Diamond, un destacado analista estadounidense, nos ha alertado en torno a que las irregularidades en los procesos electorales representan uno de los mayores desafíos para la consolidación democrática, porque cuando los ciudadanos perciben que las elecciones no son libres ni justas, su confianza en el sistema político se ve profundamente afectada. Esta desconfianza no solo socava la legitimidad del gobierno actual, sino que también puede erosionar la fe en la democracia como sistema de gobierno.
Los fraudes electorales, crean desconfianza y desencanto generalizado
Pero el impacto de los fraudes electorales va más allá de los resultados inmediatos de una elección. Diamond argumenta que estos fraudes minan la confianza pública en las instituciones democráticas, creando un clima de desconfianza y desencanto generalizado. Cuando los ciudadanos sienten que sus votos no cuentan o que el proceso está manipulado, es menos probable que participen en futuras elecciones y más probable que recurran a formas de protesta y resistencia fuera del marco institucional. Esto puede llevar a una mayor polarización política y a la inestabilidad social.
Sobre lo que aconteció ayer domingo y repercutió en la sociedad mexicana esta madrugada, existen varias teorías de lo que pudo haber sucedido:
La posibilidad de un fraude masivo en el que el INE podría estar implicado es una teoría que resuena entre muchos ciudadanos. Una de las mayores preocupaciones es la discrepancia entre los resultados parciales de las casillas y los resultados finales presentados. Esta inconsistencia ha sembrado muchas sospechas sobre la integridad del proceso y ha llevado a muchos a cuestionar la transparencia del INE.
En varias casillas, la oposición obtuvo mayorías claras, pero estos datos no se reflejan en el resultado global. Se especula que hubo manipulación electoral masiva. Algunos sugieren que el INE pudo haber estado involucrado en un fraude sistemático y cibernético, mientras que otros apuntan a tácticas del gobierno para asegurar la victoria de Sheinbaum, como la compra de votos y el uso de recursos públicos. Estos factores, combinados con los casos reportados de personas votando sin credencial de elector, para asegurar su victoria, apunta a evidentes irregularidades.
Estas tácticas podrían haber asegurado una ventaja significativa para Sheinbaum, además, que, durante su larguísima campaña de seis años, se benefició de un equipo sólido y bien organizado, lo que cuestiones aparte, pudo haber contribuido a su éxito evidente.
La aceptación sin protestas de los resultados por parte de los líderes opositores, incluyendo a la propia Xóchitl Gálvez, como digo, ha sido desconcertante. Esto podría reflejar un sentimiento de desánimo profundo entre los opositores, que prefirieron evitar un conflicto prolongado como el que Andrés Manuel López Obrador llevó a cabo en 2006, cuando perdió por un estrecho margen frente a Felipe Calderón, quien fue declarado ganador con una ventaja de solo 0.56 por ciento
En esa ocasión, López Obrador y sus seguidores alegaron fraude electoral, lo que llevó a una serie de manifestaciones masivas. Decenas de miles de sus simpatizantes tomaron las calles exigiendo un recuento de votos. Y aunque se realizó un recuento parcial, los resultados no cambiaron significativamente. Como respuesta, él organizó un plantón en el Paseo de la Reforma en Ciudad de México, bloqueándola durante varias semanas. Además, celebró una ceremonia simbólica en el Zócalo de la Ciudad de México el 20 de noviembre de 2006, donde se autoproclamó “presidente legítimo” de un gobierno paralelo, marcando un acto de desafío significativo
En las elecciones presidenciales de 2012, López Obrador, nuevamente candidato, quedó en segundo lugar detrás de Enrique Peña Nieto del PRI. Alegando violaciones a la ley electoral, como el gasto excesivo de campaña y la compra de votos, López Obrador y sus seguidores organizaron marchas y protestas en todo el país. El entonces Instituto Federal Electoral (IFE) ordenó un recuento de más de la mitad de las casillas, lo cual confirmó la victoria de Peña Nieto. Sin embargo, López Obrador continuó desafiando los resultados, movilizando a sus seguidores en múltiples protestas y denunciando públicamente las irregularidades que, según él, habían influido en el resultado electoral. Luego vino la fundación de Morena.
Considero —al igual que millones de mexicanos—, que la aceptación de los actuales resultados, sin mayores objeciones, tendrá consecuencias profundas para el panorama político del país. Sobre todo, la desconfianza en el proceso electoral y en las instituciones encargadas de velar por la transparencia puede erosionar aún más la fe en la democracia entre los ciudadanos. Además, el descontento y la sensación de vulnerabilidad pueden provocar una mayor polarización y desestabilidad política en el futuro. La ciudadanía y la oposición podrían enfrentar desafíos significativos en términos de organización y movilización para las próximas elecciones, buscando maneras de asegurar procesos más transparentes y justos.
Ante esta decepción generalizada con los partidos tradicionales y la aparente falta de acción por parte de los líderes opositores, los mexicanos tenemos varias opciones a considerar, entre ellos la formación de nuevos partidos con un verdadero sentido de relación con el electorado podría ser una respuesta efectiva. Estos partidos deberían centrarse en representar fielmente los intereses de la ciudadanía y en despojarse de las prácticas corruptas y liderazgos espurios, que han demostrado ser ineficaces.
También estimo que la presión y la movilización ciudadana pueden jugar un papel crucial en la lucha por la transparencia electoral y la rendición de cuentas. Habría que realizar manifestaciones pacíficas, denuncias públicas y utilizar las plataformas digitales para organizarnos y exigir cambios.
De igual forma los ciudadanos inconformes podríamos optar por desvincularnos de los partidos tradicionales que, sin agallas, han fallado en representar nuestros intereses, enfocándonos en apoyar iniciativas y movimientos independientes que promuevan la justicia y la equidad.
Pero un punto importante, que no debemos soslayar, es el impulsar reformas electorales que garanticen la transparencia y la equidad del proceso electoral, lo cual es esencial. Esto incluye mejorar la cadena de custodia de los votos, aumentar la supervisión internacional y fortalecer las instituciones democráticas, para restaurar la confianza en el sistema electoral.
Procesos electorales transparentes y justos para mantener la legitimidad democrática
Desde siempre he detestado a los analistas y politólogos sabiondos de la actualidad, que se dedican a presumir su conocimiento lanzando a diestra y siniestra citas de filósofos o conceptos que apenas han leído alguna vez, quizá en la contraportada de un libro. Esos supuestos eruditos, nunca han aportado nada concreto a la población, y siguen sin entender verdaderamente el contexto o la profundidad de lo que citan.
Tanto en la escuela, como por interés personal, he leído a pensadores fundamentales como el filósofo inglés John Locke (1632-1704), del suizo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), y obviamente al filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio (1909-2004), entre otros. Estos autores, más que ser simples nombres para sólo servir de citas ampulosas, ofrecen conceptos valiosos, aún a los neófitos, que ayudan a comprender las dinámicas del poder, la legitimidad de los gobiernos y la importancia de la transparencia en los procesos electorales. Y en un momento como este — donde la sorpresa y la desconfianza impregnan el ambiente político—, es esencial recurrir a ellos para entender las implicaciones y posibles consecuencias de los eventos actuales.
La literatura política y los estudios de diversos expertos subrayan la importancia de procesos electorales transparentes y justos para mantener la legitimidad democrática. Los fraudes electorales y las irregularidades no solo afectan los resultados inmediatos, sino que también tienen un impacto profundo y duradero en la confianza del electorado y la estabilidad política. Para evitar la desilusión y el desencanto, es crucial implementar reformas que garanticen la integridad de los procesos electorales y fomentar una mayor participación y vigilancia ciudadana.
Hoy, me veo en la necesidad de recurrir a mis apuntes sobre filosofía política y teoría electoral, para ilustrar lo que está aconteciendo en México tras los incomprensibles y atípicos resultados electorales y el triunfo de Morena. Y, por ello, me veo obligado a consultar a otros expertos en filosofía política, al alcance de los lectores, tanto en la Encyclopedia Britannica, como en Wikipedia.
Según estos pensadores, los fraudes electorales y las irregularidades, no solo afectan los resultados inmediatos, sino que tienen un impacto duradero en la confianza del electorado y en la estabilidad política del país. Por ejemplo, las teorías de Locke en su Segundo tratado sobre el gobierno civil (1690), sobre el consentimiento de los gobernados, así como las y las ideas de Rousseau, sobre el contrato social son especialmente relevantes para analizar la situación que vivimos hoy. Es a través de ellos, de esta lente, que debemos examinar y entender la realidad política, no por pretensión, sino para ofrecer un análisis fundamentado y contribuir al diálogo sobre el futuro de nuestra democracia.
Por ejemplo, Según Locke, cualquier manipulación en el proceso electoral erosiona esta legitimidad y rompe el contrato social entre los ciudadanos y el Estado. Mientras que Rousseau, en “El contrato social” (1762), argumentaba que la soberanía reside en el pueblo y cualquier acto de fraude o manipulación electoral es una violación del contrato entre los ciudadanos y el Estado y asegurana que la ruptura del contrato social puede llevar a la desobediencia civil y al descontento generalizado, ya que los ciudadanos sienten que sus derechos y su voz han sido ignorados.
Por su parte, el politólogo estadounidense Robert Dahl (1915-2014), en su teoría de la poliarquía —que es una forma de gobierno que combina la pluralidad de centros de poder con la inclusión y participación ciudadana y aunque no alcanza el ideal democrático en su totalidad, representa un avance significativo hacia una gobernanza más justa y equitativa—, destaca que una democracia funcional requiere de elecciones libres y justas. Y advierte que la falta de transparencia y la corrupción en los procesos electorales pueden llevar a una democracia defectuosa, donde el poder se concentra en unas pocas manos y se desvirtúan los principios democráticos fundamentales.
Dahl hace una comparativa muy importante, en cuanto a democracia y poliarquía. Explica que mientras la democracia ideal implica una participación directa y plena de todos los ciudadanos en todas las decisiones políticas, la poliarquía reconoce las limitaciones prácticas y busca un equilibrio que permita una participación significativa sin perder eficiencia. Esta es vista como una “democracia práctica” que implementa estructuras y mecanismos para garantizar la participación ciudadana y la competencia política efectiva.
En cuanto al italiano Norberto Bobbio, que cité al inicio de mi texto, en su análisis sobre la democracia, él argumentaba que los fraudes electorales son uno de los mayores peligros para las democracias modernas.
David Runciman, politólogo británico nacido en 1967, en su libro “How Democracy Ends” (Cómo finalizan las democracias) (2018), explora cómo las irregularidades en los procesos electorales pueden llevar a una crisis de la democracia, y que la percepción de fraude electoral socava la legitimidad de los gobiernos y puede llevar a un aumento del populismo y la polarización, debilitando las estructuras democráticas a largo plazo. En eso estamos ya inmersos.
El italiano Giovanni Sartori (1924-2017), uno de los mejores analistas políticos, en su obra sobre la ingeniería constitucional, destacó que la integridad de los procesos electorales es crucial para la estabilidad política y argumentó que las irregularidades y los fraudes electorales no solo afectan los resultados inmediatos, sino que también tienen consecuencias duraderas en la percepción pública de la legitimidad del sistema político. Y en ello coincidía el desaparecido politólogo estadounidense, Samuel P. Huntington (1927-2008), quien en su reconocido análisis titulado “El orden político en sociedades en cambio” (1968), exploró cómo las elecciones fraudulentas pueden desestabilizar el orden político.
Huntington mencionaba que cuando los ciudadanos perciben que sus votos no cuentan, se rompe el vínculo entre los gobernados y los gobernantes, lo que puede llevar a movimientos de protesta y a una mayor inestabilidad social, lo cual describe una de las probabilidades que acontezca en nuestro país a corto o mediano plazo.
Una traición a la democracia y a los principios que juraron defender
Ante los sorprendentes resultados de las elecciones recientes, surge una pregunta inevitable: ¿De qué tamaño será la vergüenza o la complicidad de los contendientes y sus dirigentes, para que ni siquiera hayan salido a cuestionar con pantalones los resultados? Estos presentan una serie de anomalías y comportamientos que merecen un análisis profundo.
La discrepancia entre los datos de casillas y los resultados globales, la posible implicación de fraude electoral, las estrategias gubernamentales y la tibia, obsequiosa e increíble reacción de los líderes opositores como Marko Cortés (PAN), Alejandro Moreno (PRI) o Jesús Zambrano (PRD), son factores que no pueden ser ignorados. La aceptación sin cuestionamiento de las cifras descabelladas puede interpretarse como un aval tácito e incluso como plena complicidad.
También la postura pasiva, carente de emoción —sin emitir la más ligera protesta de los resultados por parte de los candidatos opositores, como lo hizo Xóchitl Gálvez, la gran decepción para mí y millones de mexicanos—, es sumamente desconcertante y plantea serias dudas sobre su integridad y compromiso con la democracia.
Es legítimo entonces preguntarse si estos líderes han sido cooptados o silenciados por intereses superiores. La falta de resistencia y de una postura crítica frente a un proceso electoral plagado de irregularidades puede interpretarse como un acto de connivencia. Este comportamiento no solo decepciona a sus seguidores, sino que también socava la confianza en la capacidad de la oposición para defender los intereses del resto de los mexicanos que creyeron en ellos y votaron por ellos.
La reciente elección ha evidenciado varias inconsistencias y ha dejado una profunda sensación de desconfianza entre los mexicanos. La reacción de los partidos tradicionales y la validación implícita de prácticas corruptas, subrayan la necesidad de una respuesta fuerte y organizada por parte de la ciudadanía.
Ante esta situación, propongo la formación de nuevos partidos, la movilización ciudadana y la exigencia de reformas electorales como acciones clave para enfrentar estos desafíos y asegurar un futuro más justo y democrático para México.
A quienes opinen que esta es una tarea utópica o imposible, les recuerdo que, tras su desilusión con el PRD y su apoyo a las reformas de Peña Nieto, López Obrador dejó el partido en 2014 y fundó Morena. Durante este periodo, continuó organizando movilizaciones y actos de protesta, manteniendo la presión sobre el gobierno y promoviendo su agenda política. Utilizó estas acciones para mantener a sus seguidores activos y comprometidos, asegurando que su voz se escuchara tanto en las calles como en las instituciones políticas.
Estas manifestaciones y protestas de López Obrador reflejan su estrategia constante de movilización y desafío a los resultados electorales que consideraba injustos. Su capacidad para organizar y mantener estas protestas demostró su determinación y habilidad para influir en la opinión pública y mantener su relevancia política a lo largo de los años, logrando finalmente la presidencia de la República en 2018 y hoy manteniendo su hegemonía política más allá de 2024.
Reitero que la indiferencia o el miedo a confrontar los resultados fraudulentos reflejan una debilidad estructural en las dirigencias opositoras. Esta actitud podría ser un indicio de que prefieren evitar el conflicto y conservar egoístamente sus posiciones, en lugar de arriesgarse a una lucha prolongada por la justicia electoral. Este fenómeno deja a los ciudadanos en una posición de desamparo y desconfianza hacia sus representantes políticos.
La falta de acción y de denuncia robusta frente a las anomalías electorales no solo valida los resultados cuestionables, sino que perpetúa un sistema corrupto y erosiona la credibilidad del proceso democrático. Es crucial que los líderes políticos recuerden que su lealtad debe estar con el pueblo y no con sus propios intereses o temores.
Considero además que el silencio de los contendientes en momentos críticos como este no es más que una traición a la democracia —sí, así se debe decir clara y abiertamente—, y también una alevosa afrenta a los principios que enarbolaban y decían defender. La mera declaración de intenciones no es suficiente; se requiere un liderazgo fuerte y decidido.
Así no, Xóchitl.