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El desaparecido Mario Vargas Llosa fue un aficionado a los toros, a la manera quizá de otro renombrado integrante del “Boom”, Carlos Fuentes, a quien, no obstante su declarada, jamás vi en plaza alguna: una visión entre el romanticismo y la anemia.
Tanto romanticismo —dicen del primero— como para guardar en el equipaje una montera de Curro Romero, en el equipaje de su camino a Estocolmo para recibir el Nobel de Literatura.
Decía Vargas Llosa en defensa del desfalleciente arte taurino:
“La fiesta de los toros no es un quehacer excéntrico y extravagante, marginal al grueso de la sociedad, practicado por minorías ínfimas.
“En países como España, México, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y el sur de Francia, es una antigua tradición profundamente arraigada en la cultura, una seña de identidad que ha marcado de manera indeleble el arte, la literatura, las costumbres, el folclor, y no puede ser desarraigada de manera prepotente y demagógica, por razones políticas de corto horizonte, sin lesionar profundamente los alcances de la libertad, principio rector de la cultura democrática…”
Y Fuentes —también pregonero en Sevilla, con mérito taurino menor a su literatura— embiste la muleta de los lugares comunes:
“…¿Quién es el matador? Nuevamente, un hombre del pueblo. Aunque el arte del toreo ha existido desde los tiempos de Hércules y Teseo (¿?), en su forma actual sólo fue organizado hacia mediados del siglo XVIII. En ese momento, dejó de ser un deporte de héroes y aristócratas para convertirse en una profesión popular. La edad de Goya fue una época de vagabundeo aristocrático, cuando las clases altas se divirtieron imitando al pueblo y disfrazándose de toreros y de actrices. Esto les dio a las profesiones de la farándula un poder emblemático comparable al que disfrutan en la actualidad…
“…Pero el toreo es también, no lo olvidemos, un evento erótico.
“¿Dónde, sino en la plaza de toros, puede el hombre adoptar poses tan sexualmente provocativas?
“La desfachatez llamativa del traje de luces, las taleguillas apretadas, el alarde de los atributos sexuales, las nalgas paradas, los testículos apretados bajo la tela, el andar obviamente seductor y autoapreciativo, la lujuria de la sensación y la sangre. La corrida autoriza esta increíble arrogancia y exhibicionismo sexuales”.
Con esos argumentos se entiende la facilidad con la cual los animalistas arrasaron con la fiesta. No me defiendas, compadre.
2.- Los escritores de pluma entusiasta en favor de la 4.T tienen momentos de alta comicidad, como le sucede con este caballero quien a veces se tropieza en sus maromas.
En reciente texto (LM) habla de Trump y su embestida contra el Congreso de EU antes del segundo periodo, y dice:
“…Hubiera sido más interesante comparar el intento al putsch fallido de Hitler en Múnich en 1923.
“Entonces, Goebbels sacó la conclusión que era preferible llegar al poder por la vía democrática, para, después, destruir a la democracia…”
“En 2024, Donald Trump llegó al poder por el camino institucional democrático y, desde el primer día de su segundo mandato, se dedica a destruir las instituciones…”
Eso mismo se podría decir de quien, con la misma vocación destructora de instituciones (se le puede preguntar al Poder Judicial, para no ir más lejos), llegó al poder (¿goebelianamente?)en el México de 2018.
Qué chistoso.
3.- El Cronista de Cancún, Fernando Martí (admirado y querido) se duele (La silla rota), por la (cierta) degradación de una profesión a la cual él ha dado lustre. Su crónica del huracán Wilma es maravillosa.
“…Para compensar tanto vacío informativo, los opinativos se han llenado de opinión. ¿Y qué opinan los opinadores? Pues lo que ellos mismos escribieron en los periódicos, o bien, opinan sobre las opiniones de sus colegas opinadores que, para colmo, siempre están teñidas por una suerte de ceguera ideológica. Necesita uno ser un tanto masoquista para oír tanta reiteración, pues de antemano sabes lo que van a opinar…”
Para condenar el periodismo de opinión, se debe opinar… Me doy.