NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
La violencia política ha decidido enseñar sus garras en la CDMX en un ataque contra el gobierno capitalino, como en las peores pesadillas de otros estados. Ya no se oculta y, por el contrario, estrella la vitrina más visible del país con un crimen de alto impacto para esparcir su lenguaje del miedo en confrontación con el Estado. Quiere ser visto como amenaza de una realidad distópica.
La acometida fue “directa”, como consignó el gobierno de Clara Brugada desde la tarjeta informativa con que dio a conocer el asesinato de su secretaria particular, Ximena Guzmán, y su asesor estrella José Muñoz, en un hecho sin precedentes por entrar hasta sus oficinas para atentar contra sus colaboradores más cercanos y tocarla en lo profundo, en una demostración de la perversidad de los atacantes; no se trata de perfiles políticos que, por sí mismos, pudieran ser objetivo relacionados con sus cargos y responsabilidades, sino víctimas indirectas del mensaje “aquí estamos y podemos llegar”.
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En efecto, el doble asesinato se perpetró con la mirilla puesta en el corazón del gobierno capitalino y el golpe a la imagen de la 4T en la plaza que lo vio nacer y que, además, comparte con los poderes federales.
¿De parte de quién? Es la pregunta que retumba en la cabeza de los destinatarios de un mensaje que nadie podría atreverse a explicar como mero ajuste de cuentas, como deslizó la maledicencia en redes; su impacto cimbra la tierra del entramado político nacional y afecta la percepción internacional con reacciones inmediatas, como la del secretario estadunidense Marco Rubio en una lacónica declaración: “La violencia política en México es real”.
El móvil, evidentemente, es político, porque lo que pretende es afectar el derecho de la ciudadanía a la paz y la seguridad. Un crimen de alto impacto como éste deja expuesta y vulnerable a la autoridad, socava con incógnitas y dudas; opaca las buenas cifras contra el delito de la CDMX y, por supuesto, abona al discurso del dominio territorial de los cárteles en el que Trump justifica sus pretensiones intervencionistas.
El asesinato a balazos, a plena luz del día y en una de las vías más transitadas, se planificó y diseñó para ser visto y grabado como en un set exterior, donde un sicario profesional espera parado en la calle hasta 20 minutos a sus víctimas y luego desaparece en una huida que pierde su rastro en el Edomex; con un patrón similar a otros atentados, como el de Ciro Gómez Leyva, quizá sin tal esmero en la mayor visibilidad.
La muestra de entereza de la de jefa de Gobierno al salir de inmediato a la luz pública a plantarse frente al ataque fue una decisión correcta, dado que la incertidumbre es el mayor factor de debilidad hasta que el crimen se esclarezca y dar con los responsables.
También el sugerir una posible causa de la agresión en los resultados del combate al narco, aunque sólo sirva como hipótesis de investigación ante el mapa de diversidad de grupos que tocan las puertas del poder político en otros estados en una especie de “putinización” de las redes de mafias y sus negocios en la Rusia de Putin, aunque aún no en la capital.
Por supuesto que las detenciones en la CDMX de cabecillas de los cárteles más poderosos del país están en el contexto ineludible del atentado. Tan sólo en los últimos tres meses el gobierno de la capital detuvo a 8 líderes de células delictivas del Cártel Jalisco Nueva Generación, de la local Unión Tepito y a grupos criminales conocidos como Nuevo Imperio, Los Gastones y Los Pacíficos.
Pero, hasta el momento, ese apunte forma parte más de las conjeturas sobre el crimen que de la apertura de líneas de investigación que sirvan para llegar a saber: ¿quién, por qué y para qué?; un horizonte nebuloso, también, como el atentado contra Gómez Leyva, que, hasta ahora, no ha podido responder a esas preguntas, aunque ya haya varios detenidos.
Lo que el atentado, en cambio, pone en claro, es que los grupos delictivos, ya sean del narco o de otros negocios que apilen fortunas sobre el crimen, no temen ensangrentar la ciudad, como alguna vez se contuvieron a hacer por conveniencia o acuerdos. Aquí cayó ese viejo mito de la pax narca en la capital que antiguos gobiernos se esforzaron en cultivar o en negar su existencia.
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