NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
La nota más importante del sexenio es política, el liderazgo disruptivo de López Obrador que puso toda su energía a provocar una ruptura brusca con los gobiernos del pasado y plantar un proyecto distinto. El suyo ha sido un gobierno de confrontación y contrastes, en que el mayor acierto fue poner por delante prioridades sociales relegadas por sus antecesores, y el mayor error atrapar el cambio en su dominio personal.
El Presidente termina como líder indiscutido de la 4T y sin el fardo de la catástrofe que se auguraba a su gobierno. Lo cierra con una aprobación popular tan alta como la que sumó y capitalizó de la desesperanza que dejó la promesa de modernización incumplida de sus antecesores. Su mandato fue una sacudida retórica diaria desde la Mañanera sobre los peores males del país y las desviaciones de los gobiernos de la democracia.
El balance de su gobierno es de claroscuros y valoraciones tan encontradas como la polarización política con que usó el micrófono presidencial para cambiar al país y “revolucionar las conciencias”, como él dice; y para la oposición, destruir las instituciones y manipular la verdad, como reclama el expresidente Zedillo, figura emblemática del neoliberalismo al que desplazó el “obradorismo” con un proyecto nacionalista-popular de cambio de régimen. En esa vieja disputa por la nación y sustitución de elites en el poder, su peso político es tal que genera dudas sobre su prometida retirada de la política; una interrogante que advierte de la ruptura de las reglas del juego y desinstitucionalización del poder.
Desde la tribuna presidencial, López Obrador cambió la narrativa del país con un discurso de cambio social con que se identifican las mayorías. Como el profesional que ejerce el oficio público de contrastar, su encargo fue marcar oposición, contraposición y diferencias con el statu quo de la partidocracia y abjurar del proyecto neoliberal, aunque en el manejo de la economía fue conservador. Aun así, para muchos fue lo peor que pudo haber pasado, pero así y todo logró colocar su visión política en la mente y emociones de un país que desconfía de la política y los políticos. El motor de esa trasmutación fue devolver esperanza y dignidad con el combate a la pobreza en la mascarilla de proa de su gobierno. Tripuló una cruzada política contra la desigualdad, sin la cual instituciones y derechos pierden sentido, aunque en los hechos la riqueza se concentró y los ricos fueron más ricos.
Hasta sus mayores críticos reconocen lo asertivo y acertado de su consigna “primero los pobres”, aunque se trató de algo más que un eslogan político o de un programa clientelar, como le refutan para explicar sus victorias electorales o las derrotas opositoras. Su mayor éxito fue desmontar el mito de la verdad única neoliberal para salir de la pobreza y redistribuir mejor los recursos. La priorización de los sectores populares arrojó cifras inéditas de los últimos tres gobiernos con unos 10 millones de personas que abandonaron la pobreza gracias a la ampliación de programas sociales, aumento del salario mínimo y remesas, aunque en efecto prevalecen importantes carencias en salud y educación.
De qué tamaño es la necesidad de respuesta, de dejar el anonimato y ser vistos, atendidos, que su política social le valió la continuidad de la alternativa política de la 4T y consolidar el proceso organizativo de su movimiento, como demuestra haber asegurado su sucesión con el triunfo en las urnas. Del que sus críticos, con más preocupación que autocrítica, ven el fin de la democracia liberal y su sustitución por una popular con las reformas constitucionales que Morena impuso con su mayoría calificada en el aparato de justicia y a la Guardia Nacional; hizo de los militares un pilar de su gobierno.
El sexenio representó el regreso del presidencialismo más fuerte en medio siglo, el retorno del Estado y de la política abandonada por la tecnocracia; pero no se explica sin el camino errático de la democracia y su abandono de la justicia y la seguridad con sus gobiernos. Aunque tampoco López Obrador logró rescatarlas, mucho menos pacificar al país como prometió a su llegada.
Sin embargo, la pata más flaca son las respuestas que dejó sin contestar, particularmente cómo impulsar un crecimiento pujante y una economía competitiva, que deja en franca desaceleración, y que marcará las posibilidades y el alcance del obradorismo sin López Obrador en el sexenio de su sucesora.