Durante años se ha repetido la propuesta de que el Banco de México cuente, dentro de sus finalidades, con la de impulsar el crecimiento de la economía. Ahora la ha expresado el Presidente de la República, por primera vez desde la reforma de esa institución en 1993.
¿Cómo podría el Banxico promover el crecimiento del PIB? Quizá otorgando financiamiento, aumentando el circulante o bajando tasas de referencia. En realidad nada de eso puede hacer el banco con verdadera discrecionalidad. Todo lo que sobre esos temas no se encuentra normado en ley, está limitado por parte del mercado financiero mundial y del sistema de intermediación que opera en el país.
La legislación otorga al Banco de México autonomía, aunque en realidad no tiene mucha. El punto más fuerte de su independencia consiste en que ninguna autoridad puede ordenar al Banxico otorgar financiamiento. En otras palabras, el gobierno no puede obtener créditos para sí o para otros a partir de recursos del banco central. En realidad, el gobierno acude al mercado abierto de dinero y el Banxico es su agente por fuerza de ley. Asimismo, sus viejos fideicomisos que siguieron funcionando después de la reforma ya no tienen importancia.
Se exagera sobre la autonomía constitucional. Una de las funciones principales del Banxico es regular los cambios, pero existe una comisión de la materia en la cual el gobierno tiene la batuta: de sus seis miembros, tres son de Hacienda, uno de los cuales es el secretario del ramo, quien la preside con derecho a voto de calidad en caso de empate. Nada puede hacer el autónomo banco central sin permiso del gobierno. Si esto fuera poco, es causal de remoción que el gobernador del Banxico incumpla los acuerdos de la Comisión de Cambios.
El Banxico debe seguir siendo banca central, banco emisor, banco de reserva, banco de bancos y banquero del gobierno. Pero debería dejar de ser “asesor del gobierno en materia económica” y limitarlo sólo a la “materia financiera”, para lo cual habría que modificar el artículo 3 de la ley del banco, buscando así que el gobernador en turno ya no dedique alguna parte de su tiempo a hacer discursos y a meterse en toda clase de debates sobre el crecimiento económico, el cual rehúye como finalidad del banco, pero del que habla demasiado hasta el grado de hacer pronósticos, a veces impertinentes o disruptivos.
Tenemos un banco central que presume de su autonomía, pero más para hablar que para ejercer sus deberes. Alejandro Díaz de León, gobernador de Banxico, y los subgobernadores, no asumen a plenitud el mandato de regular los servicios financieros. Nunca esa institución nos ha explicado cómo es que en México no tenemos banqueros sino sólo agiotistas. Las tasas reales de interés activas son aquí las más altas del mundo, mientras las que se les pagan a los pequeños ahorradores (las pasivas) son las más bajas o tienen el 0%, pero con las comisiones alcanzan tasa negativa nominal, es decir, se paga por ahorrar, con lo cual se absorbe completa la continua disminución inflacionaria del “poder adquisitivo de la moneda”, cuya defensa es la primera obligación del Banxico.
El negocio bancario mexicano arroja las mayores tasas de ganancia (porcentaje de la utilidad neta sobre la inversión), pero Banxico nunca ha explicado esta penosa situación que se produce en el marco de un inicuo oligopolio. Los senadores están discutiendo desde hace casi un año cómo se va a lograr que se reduzcan las comisiones bancarias, lo cual sería formidable, pero eso ya lo hubiera podido hacer directamente el banco con la ley actual (“Art. 26. El Banco de México regulará las comisiones y tasas de interés, activas y pasivas, así como cualquier otro motivo de cobro…”). Este precepto legal lleva 9 años en vigor, pero nada.
No pocas empresas mexicanas están trabajando casi sólo para los bancos. Una reducción de tasas activas de interés (abaratamiento del crédito) promovería un mayor acceso a los préstamos. De esa forma el Banxico ayudaría en algo al incremento del producto interno.
De las facultades del Banxico, pocas son ejercidas. La ley le autoriza a imponer a las instituciones de crédito y otros intermediarios “inversiones obligatorias”, “con o sin causa de interés”. Eso ni pensarlo, dirían los miembros de la Junta de Gobierno, casi todos designados por los presidentes neoliberales. Aunque la ley lo autorice, la autoridad financiera no haría nunca lo que hoy le hacen los bancos privados a millones de cautivos ahorradores mexicanos.
¿Qué sentido tendría involucrar al Banxico en temas directamente relacionados con el crecimiento de la economía si no atiende los aspectos indirectamente vinculados? La reciente disminución de la tasa de referencia ha sido correcta, pero fue una replica de la decisión de la Fed estadunidense (banco central). La pesada prima de riesgo de México (diferencial de tasas de referencia con EU) se ha mantenido igual; menos mal.
Antes de hacer peticiones al Banxico hay que tomar en cuenta que la actual Junta de Gobierno se renovará poco a poco, dentro de los próximos cuatro años, con un nuevo subgobernador anual.
Dejemos ya de lado la costumbre de esperar del Banco de México cosas que no hará. Tenemos un banco del Estado parecido a cualquier otro de carácter privado, por lo menos en la doctrina de quienes lo dirigen. Eso terminará por cambiar, sin duda, pero no es para estos días. Sin embargo, cuando ocurra, no tendría ya ningún caso intentar convertir al Banco de México en una especie de central financiera para el desarrollo porque habrán de existir mejores palancas. En cualquier caso, eso no es aconsejable ni sería posible.