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La rápida caída de los golpistas en Bolivia tiene muy pocos precedentes históricos. Las elecciones arrojaron un resultado incontestable tanto por la concurrencia popular como por la preferencia mayoritaria. Las fuerzas políticas y militares del golpe, así como sus inspiradores de la OEA-USA, fueron derrotadas en toda la línea.

Ha sido ejemplar la serenidad y unidad de la izquierda y, de manera más general, de los movimientos sociales, para contener la acción del gobierno instituido tras el golpe.

Poco después de la deposición del gobierno de Evo Morales, que sólo pudo ser dirigida contra el Ejecutivo pues no podía abarcar al Legislativo sin caer por su propio peso, se produjo una especie de pacto político implícito, consistente en que unas nuevas elecciones tendrían que ser convocadas como forma de dirimir el conflicto, en el cual las fuerzas armadas habían sido determinantes para remover al presidente de la República e invalidar la sucesión interina constitucional.

La caída del gobierno y la toma de la Presidencia por una representante de las fuerzas políticas minoritarias, pero reconocida por los militares, no llevó a una respuesta violenta ni a la desesperación o desunión por parte de los sectores desplazados del poder ejecutivo, sino a la confianza en que, en nuevos comicios, los golpistas iban a ser derrotados, tal como ocurrió unos meses más tarde.

La historia reciente de este trance histórico tan singular parte de la decisión de Evo Morales de buscar una nueva reelección a pesar de un veredicto popular en el sentido de que esa ya no debía ser posible. Como se advirtió en su momento por mucha gente de izquierda, el desconocimiento por vía judicial del resultado de la consulta era por completo ilegítima: Evo Morales tomó la peor decisión.

Sin embargo, como ya ha quedado claro, Morales obtuvo el triunfo electoral a pesar de todo. La OEA, por conducto de su secretario en funciones de cónsul, quien antes había declarado la legitimidad de una nueva reelección, envió una comisión que pronto decretó sin elemento alguno que en Bolivia se había producido un fraude electoral.

Esta comedia de equivocaciones se convirtió en el caldo de cultivo del golpe de Estado.

Pero más allá de pretensiones reeleccionistas, por un lado, y de planes golpistas, por el otro, había un pueblo con certezas políticas y conciencia social. Las candidaturas en las nuevas elecciones fueron políticamente iguales, aunque el candidato del Movimiento al Socialismo ya no era Evo Morales, cuya pretensión reeleccionista había resultado sencillamente desastrosa.

Esta historia tan reciente demuestra que, debido a que Morales no había obtenido sanción popular para su cuarta postulación a la Presidencia, carecía de legitimidad, a pesar de que en la elección hubiera logrado una mayoría. No es suficiente tener más votos, es imprescindible tener también legitimidad.

Sin haber hecho fraude electoral, Evo Morales era incapaz de mantenerse en la Presidencia de Bolivia porque ya antes, en referéndum, no había logrado el derecho a postularse por cuarta ocasión.

Cuando Morales cancela la elección que le había dado el triunfo y se mete en la trampa que él mismo había plantado al admitir que la OEA revisara la autenticidad de los resultados con capacidad vinculante. En ese momento, el esquema del golpe de Estado estaba completo. Los golpistas no podían desaprovechar la oportunidad: el mismo presidente les había entregado el arma.

Pero el punto que marca la lucha política en Bolivia es que la relación de fuerzas no se modificó por el golpe contra Evo Morales, pues las nuevas elecciones pusieron las cosas en mejor lugar que en el que estaban desde antes de que aquel intentara una nueva reelección con argucias judiciales.

El que será nuevo presidente de Bolivia es quien fuera ministro de finanzas durante el gobierno de Evo Morales, uno de los principales impulsores de la política económica y social del socialismo boliviano. A juzgar por el resultado electoral, los números mejoran al MAS respecto de recientes comicios.

En cierto momento de la lucha política nada depende de una o varias, sino de una causa común, de un programa político y social. Esa es toda una elección, una vez más.

El golpe de Estado en Bolivia fue derrotado por la acción disciplinada y unitaria de las fuerzas de la transformación del país. A la vez, tales fuerzas han aprendido, mediante su propia acción, que el caudillismo tiene sus límites, los cuales podrían señalarse cuando ése pretende presentarse como la salvación, por sí mismo, en lugar de admitir la potencia de la organización y las conciencia en las fuerzas sociales del cambio.

La lección de Bolivia no sólo estriba en la forma en que ha sido derrotado el golpe de Estado sino también en el predominio de la potencia de las fuerzas del cambio social, aún por encima de su propio liderazgo original.