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Número cero/ EXCELSIOR

El “mito” de la clase media —¿cuántos, qué extensión, quiénes sienten serlo?— es un cálculo político orientado a indecisos y switchers.

Lo más interesante de la candidatura de Clara Brugada es que tiene visión de un proyecto para el futuro de la CDMX, a diferencia de planes anodinos y discursos políticos sobre muros de estigmatización territorial con que la oposición quiere ganarse a la clase media, aunque arriesguen la gobernabilidad de la metrópoli.

La visión es el objetivo a futuro, a dónde llegar, en qué “soñar”. El punto de partida no puede ser otro que una ciudad que nos una. El relato de la urbe partida en dos entre el oriente popular y el poniente clasemediero es una división artificial con que trata de explotar molestias en ese estrato para recuperar la capital. La ven como el último valladar para frenar la continuidad de Morena, pero parten de un mal diagnóstico, como reflejan las encuestas.

De entrada, en ellas, Brugada va arriba en el conjunto de la ciudad, no sólo en el oriente. Pero la oposición exalta el revés electoral de Morena en 2021 por el abandono de la clase media del poniente cual bloque homogéneo y delimitado en una zona. No es así. En mayor medida se debió a que en zonas populares obtuvo un resultado inferior al 2018 por una menor participación. A esa valoración suman el desgaste de la izquierda tras 26 años en el poder en la capital, pero se equivocan al pensar que el electorado ve al PRD y a Morena como iguales. Al contrario, la capital castigó con la alternancia hace seis años al gobierno perredista de Mancera enojada por la frivolidad y corrupción, aunque viniese de un partido de izquierda.

El “mito” de la clase media —¿cuántos, qué extensión, quiénes sienten serlo?— es un cálculo político orientado a indecisos y switchers, que pueden representar un 16% de los votantes, más que a un estado de ánimo social. Pero riesgoso porque la segregación geográfica, aunque sea con vallas imaginarias, profundiza la desigualdad social y recorta derechos a la movilidad, servicios, al espacio público deseable para todos a partir de la diversidad de la ciudad; deja un campo minado para la gobernabilidad y, por tanto, de la seguridad en el futuro.

Esas interpretaciones lo que evidencian es la falta de proyecto opositor PRI-PAN para la CDMX. Los planes de seguridad son importantes para la economía, pero inviables si se abandonan y marginan las periferias de servicios; igual que relevante, como inútil, la certeza jurídica si no se extienden derechos básicos; también reducir tramitología para la inversión, aunque eso no equivale a combatir la corrupción, como demuestra el florecimiento del Cártel Inmobiliario de las autoridades en Benito Juárez.

En cambio, Brugada tiene dos grandes fortalezas. Primero, la claridad de ver que la discriminación de zonas relegadas históricamente con la marca del “lugar de pobres, inseguridad y vicios” exacerba las privaciones de quienes viven sin esperanza de una vida digna. Y, segundo, haber demostrado en Iztapalapa que la política como actividad integradora cambia esas señales del cuerpo de la comunidad cuando logra mover la acción colectiva con utopías, no lugares inalcanzables, sino haciendo posible lo que parece imposible como proyecto de realización social. Ése fue su éxito en el gobierno delegacional, abrir el espacio público a los tradicionalmente excluidos de mínimos derechos de justicia e igualdad.

Ella tiene una historia de superar hándicaps, como el último de imponerse en la candidatura al favorito, Harfuch. Ahora, su mayor reto es articular programas, como las emblemáticas Utopías de su gobierno, de espacios comunitarios para regenerar el tejido social, un sistema de cuidados y seguridad para la ciudadanía y las mujeres, en un modelo de Estado de bienestar para la CDMX. Que, lejos de proponer “iztapalizarla”, como conviene decir a sus adversarios, sea referente de un proyecto que ponga en el centro la calidad de vida de la gente.