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En México, al menos 20 mil niñas, niños y adolescentes son víctimas de trata cada año. Este delito —que abarca desde el matrimonio forzoso, la explotación sexual y laboral, el trabajo forzado y el reclutamiento con fines criminales, hasta el tráfico de órganos y la esclavitud— continúa creciendo silenciosamente mientras como sociedad y Estado seguimos fallando en reconocerlo, atenderlo y prevenirlo. Frente a esta realidad, guardar silencio no es una opción.

En las historias de las sobrevivientes hay abuso, engaño, amenazas, aislamiento y dolor. Son vidas arrancadas de su infancia y adolescencia, puestas al servicio de intereses criminales y sometidas por redes de trata que operan con total impunidad. Muchos de estos casos ocurren en la oscuridad, sin testigos, sin denuncias, sin justicia. Son violencias que se esconden a plena luz del día, invisibles para un sistema que aún no ha sabido mirar, escuchar ni proteger.

Las cifras en México revelan la magnitud de una crisis que no podemos seguir ignorando:

● 3 de cada 10 víctimas de trata son menores de edad.

● 7 de cada 10 víctimas menores de edad son niñas y adolescentes.

● Se estima que más de 30,000 niñas, niños y adolescentes han sido reclutados por grupos del crimen organizado.

● México concentra el 60% de la producción de material de abuso sexual infantil en todo el continente americano.

● Menos del 1% de los casos son denunciados.

Sin embargo, estos datos, por más duros que sean, apenas alcanzan a reflejar la magnitud de la violencia. Porque detrás de cada número hay un rostro y una historia. La historia de una adolescente que fue cooptada con engaños, privada de su libertad y obligada a prostituirse. La herida de un niño que fue secuestrado y años más tarde es juzgado como integrante de un grupo delictivo; o el relato de una niña cuya mirada carga el peso del abandono y la violencia, tras haber sido entregada por su propia familia a una red de explotación.

La trata infantil, en sus múltiples formas, constituye una de las violaciones más graves a los derechos humanos. Todas sus manifestaciones son igualmente dolorosas y atentan contra la vida, dignidad, seguridad y desarrollo de las personas. No obstante, es importante notar que, en los últimos años, el reclutamiento con fines delictivos ha crecido de forma alarmante. Este puede ocurrir de diversas maneras: a través de redes sociales, en comunidades marcadas por la violencia, o incluso por invitación de personas cercanas. El crimen organizado coopta a las infancias y juventudes, obligándolas a desempeñar roles como informantes, cocineros, halcones, extorsionadores o sicarios dentro de redes criminales. Nadie está exento, las redes de trata pueden alcanzarnos en distintos contextos y formas.

Desde Reinserta acompaña a niñas, niños y adolescentes sobrevivientes de estas formas de violencia. Hemos caminado junto a ellos en procesos de fortalecimiento terapéutico, recuperación e integración social. Son historias que el sistema de justicia no ve, las políticas públicas no priorizan, y la sociedad muchas veces estigmatiza.

En el marco del Día Mundial contra la Trata de Personas (30 de julio), más que conmemorar, queremos invitar a reflexionar. La trata infantil no es un fenómeno lejano: ocurre aquí y ahora, y adopta formas cada vez más sofisticadas y difíciles de detectar. Sus múltiples finalidades dejan marcas profundas e irreparables. Por eso, es fundamental que comprendamos su complejidad, que informemos a quienes nos rodean y que alcemos la voz por quienes han sobrevivido.

Hoy proteger a las infancias representa un llamado a la responsabilidad urgente, compartida, y profundamente humana. Por cada historia de dolor, también debe haber una historia de justicia, de reparación y de esperanza.