NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El presidente López Obrador ha decidido entrar de lleno en la campaña para preservar el diseño de su sucesión con una guerra de descalificación contra la oposición, de la que se desconoce quién saldrá más desgastado. El escenario electoral ha cambiado por las expectativas de mayor competencia, aunque eso no significa el riesgo de que la 4T sucumba en las urnas en 2024. Pero la incertidumbre está de vuelta en la competencia por el poder y eso supone una prueba de “estrés” para las estrategias presidenciales. Hoy pueden ocurrir muchas más cosas que hace unas semanas, cuando López Obrador resolvía de puño y letra su guion sucesorio y Morena copaba todo el espacio político con una ventaja que parecía irremontable para una oposición inerme.
La trama de probabilidades hacia el futuro se trastocó por dos factores. Uno, el acuerdo de la oposición de encarar a Morena en un frente unido, y dos, la aparición del liderazgo de Xóchitl Gálvez como revulsivo de las expectativas de opositores y desencantados del “obradorismo”. La incertidumbre ya ha obligado al Presidente a reacomodar sus jugadas como principal estratega electoral de su partido y extender su manto protector sobre sus “corcholatas”, concentrando los ataques en los opositores. La campaña contra Xóchitl, sin embargo, pone en evidencia que su principal estrategia de polarización ya no es tan contundente o que a ella no le queda bien esa camisa de fuerza con que inmoviliza a sus opositores porque su historia y trayectoria es de una talla distinta. Sin embargo, no ceja en tratar de llevarla a su terreno de discusión para despojarla del escudo de una historia asociada a su origen humilde y la pobreza del México profundo, incluso a riesgo de caer en actos ilegales por intervenir indebidamente en la campaña.
Los cálculos de su estrategia parecen incorrectos si lo que pretende es descarrilarla, aunque podría tener éxito por el peso del Estado y su expertis de hábil y duro fajador electoral. Pero también está en juego la probabilidad de que la persecución política dañe más al mandatario que a su presa, como él constató con el desafuero y la injerencia de Fox en 2006. Y lo que consiga sea el respaldo de toda la oposición a su candidatura única, que hoy no tiene en su partido ni en el Frente.
Resulta complejo determinar el cálculo detrás de esto, si aparentemente beneficia a Xóchitl en las encuestas y en conocimiento público. Pero lo que al principio parecía un arrebato o una reacción irreflexiva de confrontación, se perfila como una estrategia de largo aliento que parte de asegurar que ningún rival compita con sus corcholatas fuera del cartabón de la “mafia del poder” o de ser un “títere” de ella. Por esta razón no repara en acreditar su descalificación con la exhibición, también ilegal, de los contratos de las empresas de Xóchitl, aun al precio de desgastar su legitimidad.
La intervención en la campaña, pese a todo, refleja la decisión de profundizar la polarización y de evitar que nada ni nadie descomponga su diseño de 2024 como un plebiscito acerca de la continuidad del “obradorismo” sobre la base de su voto duro. Sin embargo, las expectativas de mayor competencia pueden distorsionar el cálculo de ganar el Congreso con su Plan C si renunciara a las clases medidas e indecisos no alineados con un polo o que podrían ser atraídos por una buena corredora heterodoxa y lejana a las cúpulas de los partidos.
La competencia interna en Morena, además, también puede erosionar su voto y ser otro factor de incertidumbre para la estrategia presidencial. Las precampañas de las corcholatas no levantan mayor expectación porque el resultado se percibe definido de antemano, aunque el cambio de escenario electoral y su desempeño podrían modificar las preferencias de López Obrador sobre su sucesor. La reaparición de la incertidumbre también en Morena significa que todo puede pasar, aunque, ante ella, el Presidente más bien parece empecinarse en su estrategia de siempre.
La volatilidad también alcanza a Xóchitl. Si la confrontación con el Presidente fue decisiva para imponerse a su partido, el desgaste puede hacerla rehén de las cúpulas de Va por México, que nunca han podido escapar de la trampa de la polarización. De ocurrir ese escenario, el Presidente habrá logrado que ningún rival rompa su estrategia, aunque el cambio del escenario prometa un poco de más competencia.