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Número cero EXCELSIOR

La centralización de la política anticovid en el equipo presidencial y prescindir de un consejo independiente de expertos para trazar planes en salud y educación ha sido un error muy señalado en la pandemia, pero ahora el gobierno ve sus costos en decisiones difíciles, como el regreso a la escuela sin consensos y menor capacidad de persuasión. El llamado de López Obrador de abrir las aulas, “llueva, truene o relampaguee”, no facilita el acuerdo con la sociedad en un debate que divide opiniones, pero prefiere acusar campañas de miedo. ¿Cuánto será el ausentismo, la deserción escolar y, por consiguiente, la acumulación del rezago educativo?

La variante Delta ha dejado claro en todas partes que el virus no se irá rápidamente. Su movimiento y cambios de tendencia auguran que el control epidemiológico puede tardar aún meses, cuando las escuelas llevan los últimos 16 cerradas, mientras en los países de la OCDE abrieron hace un año. A pesar de la tercera ola, el regreso a las aulas parece inevitable, pero resulta más difícil de aceptar si al temor por el contagio se suma la incertidumbre ante un plan general e impreciso del gobierno federal y los estados para hacerlo de forma sana y segura.

Organizaciones como Unicef han defendido que las escuelas sean las últimas actividades esenciales en cerrar y las primeras en reabrir, porque la condición de atraso será irrecuperable en el mediano y largo plazos. El gobierno federal optó por lo contrario, sin contar antes o ahora con suficiente coordinación con estados y municipios, más allá de una semaforización general que no se hace cargo de las particularidades y la complejidad del reto educativo. Hoy todo está abierto, menos las escuelas, no obstante que el Presidente ha sido el primero en presionar por acelerar la reapertura. Posiblemente extrañe espacios que desactivó, como el Consejo Nacional de Salud, para coordinar a los estados o grupos de expertos para facilitar el consenso social, cuando ahora tiene que echar mano de Unicef para apoyar el inminente regreso, incluso con sectores del magisterio en contra. La CNTE no ve condiciones para la vuelta a clases y consultará a los padres. El discurso presidencial muestra menos fuerza frente al incierto y sinuoso camino de la escuela y podría traducirse en elevado ausentismo.

Desde que comenzó la tercera ola aumentó el temor de la sociedad y bajó el acuerdo sobre la vuelta a las aulas, como muestran encuestas de Parametría o Reforma. También, por mayores dudas sobre el control de riesgos en una población no vacunada, pero que impulsa la hospitalización de niños por su alto nivel de contagio. El Presidente, sin embargo, lo minimiza y descalifica como “conservadora” la crítica a sus designios. Sus mensajes agravan la incertidumbre por, incluso, contradecir el plan de 11 puntos de la SEP para un regreso seguro, que incluía una carta responsiva que corresponsabiliza a escuelas y padres.

En la polémica y dudas que nublan el consenso también inciden posiciones confrontativas, como las de Claudia Sheinbaum por politizar las críticas, igual que hace López Obrador, así como el silencio de los gobernadores sobre sus interrogantes del plan de la SEP. Hace unos días, su titular, Delfina Gómez, se reunió con las autoridades educativas estatales para acordar los puntos de su plan, sin que aclararan dudas sobre los cambios en la semaforización y protocolos de seguridad en las escuelas. ¿Contempla el plan el regreso a la educación en línea si aumentan los contagios?, ¿a partir de qué nivel de hospitalización? ¿Cuáles son los planes para revertir el atraso? Todo quedó en el aire y sin respuesta. Después, peor, el Presidente desechó la obligatoriedad de la carta compromiso que habían aceptado entregar en cada entidad.

Permitir o abonar al escándalo es irresponsable con una población que está sufriendo inmensas consecuencias comprobables con el cierre de escuelas, como ha reclamado el propio Presidente. Tanto como refutar dudas con mensajes que agravan la confusión o responder a temores con la acusación de campañas de miedo. Es difícil controlar los riesgos en situaciones inéditas como el covid, pero más si se sacrifican consensos por la confrontación política en un tema delicado y cada vez más divisivo en la sociedad que, al final, tiene la última palabra: enviar o no a sus hijos a la escuela. Ante el dilema, su discurso ha sido menos poderoso.