Número cero/EXCELSIOR
La campaña electoral cierra en una tempestad calmada, pese a crispaciones de la guerra sucia, alarma de violencia política y, para finalizar, amagos de impugnaciones. En cambio, las preferencias de la ciudadanía poco se han movido en un mensaje que puede interpretarse como de determinación y serenidad. La desiderata de los votantes deja poco lugar a sorpresas en la elección presidencial, aunque tampoco confianza de que las urnas dejen un mar calmo para lo que venga después.
La travesía llega al destino tras una campaña adelantada y larguísima, en que la política navegó con la idea de que un mar en calma no hace buenos marineros. Al contrario del viejo proverbio, lo cierto es que ninguna propaganda negra o el ariete de la violencia pudo romper las puertas de la serenidad de la gente que la padece; ningún asedio ha conseguido alterar la tendencia invariable de un triunfo de Sheinbaum, ni siquiera el grave llamado opositor a elegir entre dictadura o democracia o el emplazamiento a referéndum del proyecto de nación del oficialismo.
La mayoría de los ciudadanos no parece estar en intríngulis de la historia, pero tampoco retraídos ni ocultos detrás del voto del miedo, como quiere pensar la oposición para sus remotas esperanzas de triunfo. Una nota positiva es que la tranquilidad y moderación ha estado del lado de los votantes; buen presagio de participación en paz, incluso frente a mensajes que cantan fraude antes de las urnas para preparar el litigio de resultados en tribunales.
Pero también, y más importante, que esa actitud refleja que el meollo de la polarización no está primordialmente alojado en la sociedad, aunque, como en otros países, haya aumentado la fidelidad del voto hacia el partido con que se identifican. Esa idea sirve a críticos opositores para explicar la ventaja de Morena por razones tan diversas como el temor a perder programas sociales, el verbo del Presidente y hasta el regreso a las elecciones de Estado del autoritarismo del PRI hace tres décadas.
Pero, precisamente, la polarización es una prueba de hasta qué punto la opinión pública se divide en extremos opuestos alrededor de 3 opciones que el domingo competirán en las urnas, aunque, paradójicamente, haya sido el frente opositor el que recortó su pluralidad para tener mayores oportunidades frente a la 4T. En política, es cierto que la memoria es corta para recordar que la pluralidad, el debate y la confrontación política de hoy no cabían en el país monocolor de partido casi único y del “carro completo”, medios controlados y sin redes sociales; y donde las elecciones, ahí sí, funcionaban como plebiscitos sexenales.
Sin embargo, la desmemoria no remite sólo al olvido, sino a la confrontación política, en la que la polarización de los votantes no va necesariamente de la mano de la de los políticos. En un doble clima de opinión reciben, por un lado, mensajes para que inunden las urnas y, por otro, que los derrotados estarían dispuestos a desconocer su voluntad para obligar a negociar espacios o el reconocimiento, por ejemplo, de un triunfo de Sheinbaum a cambio de la CDMX u otras plazas o reformas como la judicial. Lo que recuerdan es la concertación del PAN con Salinas en 1988 y las reformas que siguieron a la crisis política de 2006, pero olvidan la lección: la peor regresión es violentar las urnas.
En una perversión de autonomía de los partidos frente a los ciudadanos, justifican sus estrategias con el argumento ad hominem de que el Presidente no aceptaría la derrota si perdiera o fallara la elección de Estado, tratando no de atacar las razones, sino los miedos a la persona o sus circunstancias en la oposición, aunque se comprometiera a hacerlo.
Por supuesto, si Sheinbaum se impone por amplio margen de más de dos dígitos, como auguran las encuestas, será muy difícil seguir ese camino, aunque el litigio tenga la mirada en estados que esperan mayor competencia, como Morelos, Veracruz o la CDMX. El claro de la tormenta estaría en las cercanías entre el primero y segundo lugares, aunque, más que luz, lo que dejaría pasar es la tentativa de restar legitimidad al futuro gobierno para debilitarlo y dejar un país confrontado políticamente.
Ante estos escenarios, es una exigencia inexcusable que los mexicanos voten en una atmósfera de tranquilidad y sean las urnas las que envíen el mensaje de lo que venga después.