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A partir de hoy con mucha frecuencia vamos a escuchar explicaciones en torno del impositivo del gobierno de Donald Trump con alusiones y memorias relacionadas con la doctrina Monroe, la cual, poco se dice, no habría tenido oportunidad posterior de perseguir una América para los Americanos, sin la adición del llamado Corolario (Theodore) Roosevelt de 1904.
Independientemente de su afán hegemónico, la Doctrina Monroe tiene una legitimidad histórica simple: los Estados Unidos nacieron por una batalla contra el colonialismo británico. No se trataba de otra cosa, sino de lograr la independencia de las 13 colonias (ni siquiera provincias ultramarinas), cuya memoria está todavía presente cada día, en bandera de las barras y las estrellas. Las estrellas, como se sabe, son los estados agrupados en la Unión. Las barras son las colonias. Seis blancas y siete rojas.
“…el propio Estados Unidos había nacido de la rebelión anticolonial contra el imperio británico, y sus elites se veían a sí mismos propagando el ethos y protegiendo a los pueblos de las Américas de las codiciosas potencias imperiales europeas”, nos dice Moshik Tempkin, de cuyos textos echaré mano con frecuencia en esta entrega.
Theodore Roosevelt, a quien Rubén Darío llamaba el “gran cazador” en su enorme poema dedicado al moderno Nabucodonosor, produjo “ la modificación más importante” de la Doctrina Monroe.
“…fue el llamado corolario (1904), que además de lo que la doctrina había dicho 80 años antes, Estados Unidos consideraría a partir de entonces, que era su prerrogativa interevenir en los países del hemisferio occidental de forma preventiva si estos sufrían problemas internos o inestabilidad (considerados como tales sólo por Estados Unidos, como el terrorismo de los cárteles, ahora), con el fin se protege a cualquiera de esos países de la incursión europea o la invasión imperial.”
En 1846 México perdió la Guerra contra Estados Unidos y en 1862 padeció la intervención europea. Por eso los Estados Unidos, sin intervenir directamente, ayudaron a Juárez a ganar la Guerra de Reforma. Por eso confunden el cinco de mayo, con la fiesta nacional de México en septiembre.
El afán de hacer grande a América otra vez, implica reactivar, con las peculiaridades del momento, los impulsos de hegemonía sobre las tierras americanas completas. América hace mucho dejó de ser (para MAGA), un continente; es el nombre universal de su patria, por eso Trump quiere cambiar hasta el nombre del golfo de México.
Pero mientras algunos pretenden analizar el follaje y la raíz de ese árbol maldito otros ignoran a Monroe y el corolario, fuentes nutricias de Trump, y el pensamiento trumpiano mismo, y se asientan en el jolgorio, sin tomar en cuenta las amenazas del racismo sin fin contra los emigrantes mexicanos, ni el por qué de irse a EU
Los empresarios mexicanos ya sean de membrete como Cervantes o Altagracia o de verdad, como Slim se visten de importancia y se exhiben en la noche cortesana, ridículamente llamada “Baile Oficial de la Comunidad Hispana”, efectuada en Washington como parte de los festejos por la asunción de DT a la presidencia.
La justificación oscila entre el lugar común de la mentira o el arte del desprecio. En otros casos, el anhelo de culminar una ambición de “wanabee” o consolidar el empaque de magnate.
“México y EU ® siempre estarán unidos, no sólo por la frontera (las fronteras no unen: delimitan) , sino por la migración… (¿?) el conocimiento entre los dos, los mexicanos que han venido a trabajar acá y han hecho un trabajo extraordinario, y la relación entre EU y México siempre ha sido buena y va a ser mejor», dijo CSH.
La relación entre ambos países, con perdón de quien lo quiera creer, nunca ha sido buena.
Como las gallinas de arriba y las gallinas de abajo. Nosotros estamos abajo. Y los empresarios, también, aunque se vistan de papagayos y guacamayas.