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La estabilidad política y económica lograda por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene tres patas: la mayoría legislativa, la firmeza de la moneda y la baja inflación, así como la ausencia de grandes movimientos sociales opositores.

Es un buen escenario, pero sus costos han sido el estancamiento de la inversión productiva y el nulo incremento de la economía, vista en su conjunto, ya que sí hay sectores en crecimiento. Ambos factores se encuentran íntimamente ligados.

Hasta ahora, la estabilidad cambiaria y de precios se ha convertido en una plataforma sobre la cual es posible promover la expansión económica, pero aquella no suele ser suficiente, como ya se observa, debido a que la inversión no está en dependencia del capital-dinero disponible sino de dos factores: la ampliación del campo de las inversiones privadas y la capacidad del Estado para emprender proyectos autofinanciables efectivamente. Estos dos elementos no están todavía presentes.

El gobierno ha dicho que no hará una reforma fiscal con el fin de aumentar la inversión pública, al menos antes del año 2021. Ya ha mencionado Carlos Slim que, en sus propios cálculos, hay lugar para nuevas infraestructuras por un monto de 600 mil millones de pesos. En este marco pareciera que la única solución consiste en fomentar sólo las inversiones privadas. Sin embargo, eso no es posible en el México de nuestros días. No hay proyecto de infraestructura, aunque sea privado, sin financiamiento público. Como grandes proyectos del Estado, hoy sólo se tienen el Tren Maya y la vía del Istmo, ambos iniciados en el siglo XIX, los cuales también tendrán capital privado aunque sin estar bajo el control de éste.

Los proyectos de infraestructura tienen que darse en la ampliación acelerada de la red de carreteras de cuota, los trenes de alta velocidad, la producción de electricidad, todos ellos a cargo del Estado, al menos en su mayor parte, porque esas inversiones carecen de rápidos retornos exigidos por la mayoría de las empresas privadas.

Sin embargo, la masa mayor de infraestructuras viables se conforma con proyectos de las entidades federativas y municipios. Para su financiamiento se requiere un fondo del gobierno federal, exclusivamente destinado a atender los requerimientos de infraestructura precisamente de carácter local o de conurbaciones.

Hace unos diez años, propuse en el Senado la creación de ese fondo, dotado con 300 mil millones de pesos anuales, y controlado directamente por la Presidencia de la República, entonces en manos del PAN. Sólo algunos pocos priistas se interesaron en el proyecto pero no pudieron hacer nada. A los neoliberales les parece que esa es una mala jugada estatista pero nunca generaron propuestas alternativas. Las infraestructuras locales siguieron financiándose precariamente dentro del presupuesto federal a través del conocido sistema de moches que arrimaron dinero mal habido a políticos gestores.

La cuestión consiste entonces en hacer un plan para disponer de esos 600 mil millones anuales para inversión, casi 10% del gasto público total. El primer paso debería ser eliminar el superávit primario, es decir, el uso de recurso fiscal para contener la deuda pública en términos relativos, el cual costará en el año 2020 el 0.75 del PIB. El segundo paso tendría que ser el cancelar algunos de los gastos fiscales, los más inicuos e insostenibles, ya que representan otra cantidad aproximadamente igual. El tercer paso sería que el Banco de México tuviera su propio fondo para proyectos especiales de infraestructuras altamente garantizadas.

El campo de las inversiones privadas no se expandirá con rapidez, ya sea porque existe una línea de defensa de las tasas de ganancia ya consolidadas, o porque las estructuras oligopólicas no favorecen la concurrencia de capitales hacia nuevos proyectos.

Hay que seguir pagando costos de tan apreciable estabilidad del país, pero sin alimentar ilusiones ni caer en exageraciones. El PIB debe alcanzar pronto un crecimiento de 2% anual y, para ello, las nuevas inversiones, entre ellas las infraestructuras, podrían llevarse a cabo principalmente bajo la conducción del Estado. No es que así se quiera, es que así se puede.