NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El discurso oficial sobre resultados de la estrategia contra el covid es una colección de palabras y frases que no alcanzan para manifestar lo que dicen los hechos. Sirve para expresar lo que piensan o desean los responsables del gobierno de López Obrador sobre la tragedia, pero no para explicar y dar certeza sobre un panorama nefasto en la ruta de contagios progresivos de un virus hiperactivo los próximos meses. El país cruza la barrera sicológica de las 100,000 muertes con una venda en los ojos para seguir el curso de la enfermedad.
Los datos de la realidad desbaratan el discurso: una tasa de letalidad de 10%, de las más altas del mundo, y positivos, una de cada dos personas testeadas. En contraste, una narrativa que desdeña las pruebas, pero que con lenguaje científico, a través del vocero, predice su comportamiento. Aunque todos sus pronósticos han fallado y la confianza recaído.
La pandemia explota con fuerza en muchas regiones que regresan, o pronto lo harán, a semáforo rojo, mientras la postura gubernamental se mantiene inamovible en su respuesta a la curva epidémica, como la manipulación de oportunistas que pretenden lucrar políticamente con la tragedia. Refleja, como ocurre desde marzo pasado, con el inicio del confinamiento, la preocupación de defenderse de los juicios políticos a su actuación y evitar que la emergencia sanitaria interfiera en sus proyectos. Sin embargo, la pandemia se ha extendido más de las 12 semanas que originalmente estimaron y ahora la expansión progresiva rebasa los peores escenarios. Según la Universidad de Washington, en marzo podría haber más de 150,000 muertes, en un pronóstico que la retórica gubernamental no logra atajar con la frase de que la prioridad es salvar vidas.
La postura oficial permanece inalterable, al igual que la curva pandémica estacionada desde la primera y única ola hasta ahora, sin que ninguna medida haya podido reducir la tasa de letalidad. El presidente López Obrador rechazó esta semana cualquier ajuste a la estrategia porque “ha dado buenos resultados, contrario a lo que dicen los adversarios”, en una afirmación que la realidad desborda y que refleja sus propios deseos, como si la hiciera frente al espejo. Y que una vez más se dirige a convencer de que los datos que no ajusten a esa versión no son más que producto de intereses mezquinos que pretenden culparlo del desastre. El discurso desde el principio ha sido rehén de la confrontación política en un terreno de polarización que deja poco espacio a rectificar a tiempo y modificar la ruta de navegación para evitar ser el octavo país con más muertes en el mundo por el virus.
Entre los países del continente con peores resultados, EU, Brasil y México, coinciden en atravesar por un momento de máxima polarización política. Sus gobiernos buscaron minimizar la gravedad de la pandemia y luego convirtieron las pocas medidas sanitarias que hay contra el contagio, como el uso de cubrebocas, en instrumentos ideológicos y símbolos de diferenciación política. Si bien el gobierno de la 4T tuvo que enfrentar la pandemia con un sistema de salud cercenado por la corrupción, también la polarización política inocula los gérmenes de la enfermedad con la contaminación de malos ejemplos y falsas doctrinas. Todavía, al sobrepasar el millón de contagios, la narrativa oficial lamenta que “los conservadores desde el principio quisieron utilizar la desgracia del pueblo por esta pandemia para culparme”, como reiteró el Presidente.
Pese a la defensa retórica del éxito de la política sanitaria, hay experiencias que intentan desmarcarse sin entrar en confrontación con la línea oficial para incidir en mayores acciones de prevención, como en la CDMX. El reconocimiento del uso de pruebas o la detección temprana dejan ver que hay medidas para contener el virus más allá de negarse a ver al enemigo. Aunque quizá llega tarde, demuestra que la mejor defensa del gobierno es dejar la inercia del discurso de la autoexculpación como condición para romper las cadenas de contagios con métodos científicos. El razonamiento de la polarización no suele tomarlos en cuenta y los desdeña como accesorios inútiles del voluntarismo. Pero aminoran la zozobra que amplifica el lenguaje de la confrontación y distrae la atención sobre el verdadero enemigo: el covid.