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Número cero/ EXCELSIOR

• En las guerras de propaganda lo primero que desaparece es la preocupación por la verdad.

Algo que ni el covid ni su choque con la economía han alterado un ápice es la polarización política. Su infección avanza como enfermedad inmune a la tragedia de miles de víctimas y a los estragos del desplome de la actividad para el empleo, el ingreso y la desigualdad o, peor aún, se alimenta de ellos. La desgracia y el resentimiento que deja la pandemia inyectan anticuerpos a la guerra del gobierno con parte de la sociedad civil y política por ver quién empuja más fuerte el discurso de odio e intransigencia.

La emergencia no ha podido remover la visión de enemigos irreconciliables de rivales políticos para llegar a acuerdos contra la crisis económica y sanitaria, como correspondería a un gobierno democrático. Lejos de ello, la precariedad y sensación de injusticia alimentan más la confrontación con ONG´s, medios e intelectuales en la narrativa de la antipolítica del gobierno. Ahora, ocho ONG´s y fundaciones son acusadas de financiar a opositores y críticos del Tren Maya con “investigaciones” falaces; a medios de albergar el activismo reaccionario y a académicos de conspirar contra la 4T. Todos caben en el repudio a la política y los políticos tradicionales al que recurre López Obrador para enfrentar competidores y mantener la lealtad de sus bases. Ese discurso también funciona como antiviral ante ataques con viejas tácticas de videos filtrados para el desprestigio o supeditar la agenda de la oposición a sólo señalar sus errores. La polarización fija la identidad de las causas y la indigación por la corrupción y la desigualdad que lo llevaron al poder, sin la competencia de un discurso opositor alterno.

Pero la polarización también pasa por interferir la información y distorsionar la realidad. Orienta la agenda de temas más importantes del país en dos direcciones contrapuestas y deja poco espacio a la crítica independiente. El resultado es que la disputa aleja la atención de problemas reales y no se ven más que a través del cristal por donde mira cada bando. Es cierto que en las guerras de propaganda lo primero que desaparece es la preocupación por la verdad. La realidad se asimila a interpretaciones sesgadas, inexactas y mentiras deliberadas o fake news.

Si el Presidente se jacta de que a México le ha ido mejor que a España “porque ellos tienen una crisis económica y otra sanitaria”, los opositores recuerdan que el conteo total de muertos nos pone en la tercera posición mundial, sólo detrás de EU y Brasil. Si el Banco de México advierte de la profundidad de la crisis por la falta de medidas adecuadas del gobierno, López Obrador responde que la recuperación ya ha comenzado con datos como el rebote de la actividad en junio o del empleo en agosto. Cada cual maneja la comparación de datos para hacer su punto. México se ubica en el lugar 12 mundial si se considera el número de casos sobre la población total. Y los datos del Presidente sobre la reactivación económica se relativizan cuando se compara con pronósticos oficiales sobre la mayor caída de la economía desde 1932, hasta en un 12.5% en 2020.

Aunque la contraposición es normal en la competencia entre oposición y gobierno, la diferencia con la polarización radica en estar acompañada de un patrón de confrontación que hace de la estigmatización el centro del debate político. Como en un guion, cada semana aparece algún enemigo, entre ONG´s o periodistas, en el discurso presidencial convertido en el patíbulo de la reacción conservadora contra la 4T. El gobierno enfrenta a movimientos como el feminista o a los medios como si se trataran de nuevos competidores para retener seguidores, en el mismo tenor que el discurso de la antipolítica para juzgar a los gobiernos anteriores como ejemplo de la ruptura con un pasado de corrupción y abusos en casos como el de Lozoya o García Luna. En un juego de suma cero, la vendetta opositora, con la flitración de videos para deslegitimar al Presidente o la radicalización de la narrativa antiAMLO, no hace más que abonar en la intransigencia. Los ataques, en efecto, golpean su prestigio, pero sin menguar la aprobación de su mandato. La radicalización no alcanza para minar su popularidad si la oposición no consigue moverse de la casilla del pasado y conectar con el agravio por la injusticia y la indignación por la corrupción que lo llevaron a la presidencia.