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EL REGRESO DE TRUMP: UN DESAFÍO PARA LA DEMOCRACIA Y LA ESTABILIDAD GLOBAL

En unas cuantas horas Donald Trump regresará al poder en Estados Unidos con una agenda ultra pragmática, más agresiva y un respaldo político inédito, lo que plantea un desafío para México y el mundo. Sus políticas proteccionistas, la amenaza de intervenciones militares y su desprecio por las normas democráticas marcan un periodo de tensiones. Este segundo mandato exige respuestas coordinadas desde México y los líderes mundiales para mitigar los impactos de un liderazgo que promueve el autoritarismo, la polarización y la exclusión

Este lunes, en una ceremonia al interior del Capitolio, en Washington, Donald Trump asumirá la presidencia de Estados Unidos por segunda ocasión, convirtiéndose en el 47º mandatario de la nación más poderosa del mundo. Este retorno al poder se produce en medio de una controversia sin precedentes, ya que él ha sido condenado en dos ocasiones por delitos relacionados con su conducta sexual, incluyendo el caso de los pagos irregulares a la actriz porno Stormy Daniels para encubrir una aventura extramarital.

El segundo mandato de Donald Trump representa un desafío multifacético para México y sus vecinos cercanos. Las amenazas en materia de aranceles, migración, deportaciones y posibles intervenciones militares configuran un panorama de incertidumbre y tensión en la región. La falta de contrapesos en el Congreso estadounidense amplifica estos riesgos, dejando a México en una posición vulnerable que requerirá de una diplomacia hábil y estrategias sólidas para salvaguardar sus intereses nacionales.

A pesar de sus antecedentes, Trump regresa con una agenda más agresiva y con mayor respaldo político que durante su primera gestión. El Congreso estadounidense está ahora bajo control republicano, lo que le otorga un margen de maniobra sin precedentes para implementar sus políticas sin los contrapesos habituales.

Uno de los principales focos de preocupación es la relación bilateral con México. Trump ha amenazado con imponer aranceles del 25 por ciento a las exportaciones mexicanas si el país no logra detener los flujos de migrantes irregulares y el tráfico de drogas. Esta medida podría tener consecuencias devastadoras para la economía mexicanas, altamente dependiente del comercio con Estados Unidos.

Además, ha expresado su intención de deportar a millones de inmigrantes indocumentados, muchos de ellos mexicanos, lo que podría generar una crisis humanitaria y económica en la región. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, enfrenta el desafío de negociar con una administración estadounidense que ha mostrado poca disposición al diálogo y la cooperación.

En el ámbito de la seguridad, Trump ha sugerido la intervención de las fuerzas armadas de Estados Unidos en México para desarticular a los grupos del crimen organizado que envían fentanilo al país vecino. Esta postura ha sido rechazada enérgicamente por el gobierno mexicano, que considera cualquier acción unilateral como una violación a su soberanía.

La designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas es otro punto de fricción. Marco Rubio, futuro secretario de Estado, ha afirmado que propondrá esta medida, lo cual podría justificar una intervención militar estadounidense. Sheinbaum ha rechazado firmemente esta equiparación y ha sido cautelosa para evitar una acción unilateral de Washington.

La relación con Canadá también se encuentra en una encrucijada. Trump ha amenazado con imponer aranceles a las importaciones canadienses, lo que ha generado preocupación en Ottawa. La profunda integración económica entre ambos países significa que cualquier medida proteccionista podría tener repercusiones significativas en la economía canadiense.

En el caso de Panamá, las declaraciones de Trump sobre la posibilidad de retomar el control del Canal de Panamá han sido recibidas con inquietud. Aunque estas afirmaciones podrían interpretarse como retórica sin sentido, reflejan una postura imperialista que podría desestabilizar la región.

Sin embargo, el impacto de Trump en América Latina va más allá de la relación bilateral con México. Su enfoque migratorio, enfocado en deportaciones masivas y restricciones de asilo, afectará principalmente a países de Centroamérica y el Caribe.

Además, su postura hacia regímenes como los de Venezuela y Cuba podría polarizar aún más la región, debilitando las posibilidades de un diálogo multilateral y reforzando alianzas estratégicas de esos países con China y Rusia, naciones que son una mezcla de confrontación y ambigüedad. Durante su primer mandato, inició una guerra comercial con China que sacudió los mercados globales, pero también elogió abiertamente a Vladimir Putin.

En este segundo mandato, es probable que refuerce su postura contra Pekín, utilizando el conflicto como un mecanismo para consolidar el apoyo interno, mientras mantiene una relación pragmática con Moscú, especialmente en el contexto del conflicto en Ucrania.

La presión económica y las amenazas diplomáticas

Las políticas económicas de Donald Trump, caracterizadas por su inclinación al proteccionismo, prometen una nueva oleada de tensión para México. El presidente ha dejado claro que considera al déficit comercial con México una “injusticia histórica” que debe corregirse mediante aranceles y restricciones a las importaciones mexicanas. Estas medidas, que podrían alcanzar hasta un 25 por ciento en productos como vehículos y acero, pondrán a prueba la resistencia del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Economistas, como Gerardo Esquivel —exsubgobernador del Banco de México. Y profesor en el Colegio de México (Colmex)—, han advertido que tales políticas afectarían gravemente sectores estratégicos de la economía mexicana, generando desempleo y fuga de inversiones.

Trump, en el ámbito energético, ha señalado su intención de renegociar los acuerdos bilaterales relacionados con los recursos petroleros y las energías renovables. Según expertos en energía, como Lourdes Melgar —exsubsecretaria de Hidrocarburos, quien participó en el diseño de la reforma energética en México durante el gobierno de Enrique Peña Nieto e investigadora en políticas energéticas y sustentabilidad—, esta postura podría ralentizar los esfuerzos de México por modernizar su sector energético y alcanzar sus metas climáticas, dejando al país en una posición de desventaja frente a otros socios comerciales.

En el terreno diplomático, la ausencia de una invitación a la presidenta Sheinbaum para la ceremonia de toma de posesión de Trump —mientras se ha extendido a otros líderes considerados afines—, envía una señal política clara. Este desaire diplomático no debe ser tomado como un simple gesto, sino como una advertencia de las dificultades que enfrentará México en el diálogo bilateral. Analistas como Denise Dresser destacan que Sheinbaum necesitará rodearse de un equipo diplomático sólido que pueda lidiar con la hostilidad de la administración republicana.

Además, la posibilidad de que el ex presidente Andrés Manuel López Obrador sea llamado a cuentas si los poderosos capos en poder del gobierno de Estados Unidos lo señalan en sus declaraciones como promotor o solapador de sus actividades ilícitas durante su sexenio añade una capa adicional de complejidad a la situación. Esto podría derivar en investigaciones que afecten la estabilidad política interna de México.

Uno de los puntos más sensibles en la relación México-Estados Unidos es la cuestión migratoria. Trump ha reiterado su compromiso de construir un muro fronterizo “más alto y resistente”, financiado supuestamente por México mediante aranceles indirectos. Además, planea implementar políticas más severas para deportar a millones de migrantes indocumentados, lo que crearía una crisis humanitaria en la frontera y tensiones diplomáticas difíciles de mitigar.

Los cárteles mexicanos serán considerados como organizaciones terroristas

La designación de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas plantea un nuevo nivel de desafío para México. Este movimiento, que algunos sectores en Estados Unidos consideran necesario, abriría la puerta a una intervención militar directa o quirúrgica, mediante el uso de poderosos drones en territorio mexicano. Aunque esta medida cuenta con apoyo en ciertos círculos, expertos legales como John Yoo —profesor de Derecho en la Universidad de California, en Berkeley y abogado del Departamento de Justicia durante la administración de George W. Bush—, advierten que una acción de este tipo podría violar el derecho internacional y complicar aún más las relaciones bilaterales.

En el plano político, Trump ha demostrado poca intención de trabajar con la presidenta Claudia Sheinbaum. Su exclusión de la ceremonia de toma de posesión, mientras se invita a líderes considerados aliados, como Jair Bolsonaro, revela un desdén hacia el gobierno mexicano actual. Este gesto, según el politólogo y excanciller Jorge Castañeda, no es únicamente un desaire diplomático, sino una señal de las dificultades que enfrentará México para establecer un diálogo efectivo con Washington.

La administración Trump también podría enfocarse en el pasado reciente del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El expresidente ha sido señalado por su actitud permisiva hacia los cárteles, y no se descarta que altos funcionarios estadounidenses busquen abrir investigaciones que lo involucren directamente. Si esto ocurre, México podría enfrentar una crisis política interna que repercuta en su relación con Estados Unidos.

Las amenazas de intervención militar en México, basadas en la lucha contra el narcotráfico, han sido recibidas con preocupación. Aunque Trump ha mencionado que esta sería una medida “extrema y necesaria”, analistas militares, como Andrew Bacevich —coronel retirado del ejército de los Estados Unidos y profesor emérito en la Universidad de Boston, autor de The Limits of Power y The Age of Illusions, libros críticos sobre la política exterior estadounidense—, consideran que una acción de este tipo desataría un conflicto prolongado y dañaría irreparablemente la soberanía mexicana, además de exacerbar la violencia en la región.

De igual forma, el T-MEC —el principal vínculo económico entre México y EU—, podría convertirse en un campo de batalla. Las tensiones comerciales, las demandas de mayor protección a los trabajadores estadounidenses y la presión para renegociar términos favorables a Estados Unidos amenazan con desestabilizar la integración económica de América del Norte. Este escenario obligará a México a adoptar una estrategia de defensa clara y coordinada para evitar un impacto negativo irreversible.

Los desafíos directos para México

Ante este complejo panorama, México enfrentará un desafío titánico para redefinir su estrategia diplomática y económica. Expertos como Rafael Fernández de Castro, director del Centro de Estudios México-Estados Unidos y autor de múltiples artículos académicos y libros sobre política exterior mexicana—, sugieren que el gobierno mexicano debe priorizar alianzas con actores clave dentro de la política estadounidense, como los gobernadores de estados fronterizos y los legisladores demócratas, quienes podrían actuar como contrapesos frente a las políticas de Trump.

En el ámbito comercial, los exportadores mexicanos deberán diversificar mercados para reducir su dependencia de Estados Unidos. Expertos como Jonathan Heath —economista y subgobernador del Banco de México—, subrayan la necesidad de impulsar tratados con países asiáticos y europeos, fortaleciendo iniciativas como el TPP-11, que ofrece una alternativa viable para mantener el dinamismo del comercio exterior mexicano.

La sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales también jugarán un papel crucial. En Estados Unidos, grupos como la American Civil Liberties Union (ACLU) y United We Dream ya han anunciado que combatirán judicialmente las políticas migratorias más severas de Trump. Estos esfuerzos pueden encontrar aliados en organizaciones mexicanas, creando una red de resistencia transfronteriza.

Más allá de las fronteras de México, el segundo mandato de Trump plantea preguntas inquietantes sobre el equilibrio de poder global. Su desprecio por las instituciones multilaterales, como la ONU y la OTAN, debilita el orden internacional basado en reglas y abre la puerta a un mundo más fragmentado y caótico. Esto preocupa a líderes como el presidente francés Emmanuel Macron, quien ha insistido en la necesidad de reforzar la autonomía estratégica de Europa.

México, Canadá y otros países afectados por las políticas de Trump deberán adoptar un enfoque pragmático, evitando provocaciones innecesarias, pero también estableciendo líneas claras de defensa de sus intereses. Como asegura Jorge Suárez Vélez, analista financiero, autor de La próxima gran caída de la economía mundial y otros textos económicos, “el desafío no es sólo sobrevivir a Trump, sino aprender a navegar un mundo donde liderazgos como el suyo se vuelven la norma en lugar de la excepción”. Su presidencia representa el triunfo de políticos que fomentan la división y el miedo y construyen realidades alternativas basadas en mentiras flagrantes.

Otros países tampoco estarán exentos de las presiones del nuevo gobierno de EU
Canadá, históricamente considerado un aliado cercano de Estados Unidos, tampoco está exento de los embates de Trump. El presidente ha criticado públicamente las políticas medioambientales del primer ministro Justin Trudeau, calificándolas de “obstáculos innecesarios” para el comercio. Analistas como el exdiplomático canadiense y vicepresidente del Canadian Global Affairs Institute, Colin Robertson, anticipan un periodo de relaciones tensas entre ambos países, especialmente si Trump decide imponer restricciones comerciales que afecten a la exportación de madera y productos agrícolas canadienses.

Él ha sido un detractor constante de las políticas medioambientales globales, retirando a Estados Unidos del Acuerdo de París y fomentando la industria de combustibles fósiles. Su regreso representa un revés para los esfuerzos internacionales por mitigar el cambio climático. Grupos como el Climate Action Tracker —quien monitorea los compromisos climáticos de los países y su compatibilidad con el Acuerdo de París—, ya han advertido que la falta de liderazgo de Estados Unidos bajo Trump podría retrasar décadas los avances en la reducción de emisiones globales.

La relación de Estados Unidos con Panamá también podría deteriorarse bajo la nueva administración. Las recientes declaraciones de Trump, sugiriendo que el control del Canal de Panamá debería volver a manos estadounidenses, han generado rechazo tanto en el gobierno panameño como en la comunidad internacional. Aunque estas afirmaciones pueden parecer simbólicas, expertos en geopolítica, como Richard Haass —presidente del Council on Foreign Relations (CFR) y exdirector de Planificación de Políticas del Departamento de Estado de EU, autor de The World: A Brief Introduction y A World in Disarray—, advierten que reflejan una visión imperialista que podría desestabilizar la región.

Podríamos anticipar que, para América Latina, el regreso de Trump podría tener un efecto polarizador. Mientras gobiernos como el de Nayib Bukele en El Salvador —quien sí fue invitado a la ceremonia en Washington—, ven en Trump un aliado, otros, como el de Gustavo Petro en Colombia, anticipan una relación difícil. La posibilidad de que Trump impulse una política más agresiva hacia Venezuela y Cuba podría exacerbar las tensiones regionales.

La comunidad internacional también está atenta a las implicaciones de su segundo mandato en el cambio climático. Durante su primera administración, se retiró del Acuerdo de París, y todo indica que continuará promoviendo políticas favorables a los combustibles fósiles. Esto coloca a Estados Unidos en una posición de aislamiento, en un momento crítico para la cooperación global en esta materia.

Tampoco habrá que olvidar la rivalidad de Trump con China, la cual se centra en la guerra comercial y la competencia tecnológica. Su política de imponer aranceles y restringir a empresas como Huawei marcó un precedente que podría intensificarse en su segundo mandato. En contraste, su relación ambigua con Rusia genera suspicacia. Mientras que públicamente ha criticado a Vladimir Putin, ha mostrado afinidad por sus políticas autoritarias. Esta dualidad podría complicar aún más la estabilidad global, especialmente en conflictos como el de Ucrania.

Por otra parte, Trump ha mostrado poco interés en mantener alianzas tradicionales con Europa, considerando a la OTAN como una “carga financiera innecesaria”. La actitud de Trump hacia Europa, caracterizada por su desprecio hacia la OTAN y su insistencia en que los países europeos aumenten su gasto militar, ya provocó tensiones durante su primer mandato. Su regreso plantea un futuro incierto para los esfuerzos de seguridad colectiva, especialmente frente al conflicto en Ucrania. Líderes europeos como el canciller alemán Olaf Scholz y el presidente francés Emmanuel Macron, han comenzado a preparar estrategias para reducir su dependencia de Estados Unidos, lo que podría significar un cambio radical en la dinámica de poder transatlántica.

El impacto en las instituciones democráticas de Estados Unidos

El regreso de Trump representa un desafío directo a las instituciones democráticas estadounidenses. Durante su primer mandato, su retórica autoritaria y sus ataques al sistema electoral culminaron en el asalto al Capitolio en 2021. Ahora, con el Congreso dominado por los republicanos y una Corte Suprema de inclinación conservadora, existe un riesgo tangible de que los contrapesos institucionales sean socavados aún más. Esto genera inquietud entre analistas como Steven Levitsky —politólogo y profesor en la Universidad de Harvard, coautor con Daniel Ziblatt de Cómo mueren las democracias—, quien advierte que Trump buscará moldear las reglas democráticas a su conveniencia, consolidando su poder y perpetuando su narrativa de fraude electoral.

Desde su llegada a la política, Trump ha atacado constantemente a los medios, calificándolos como “enemigos del pueblo” y desacreditando sus investigaciones. Este enfoque ha erosionado la confianza pública en el periodismo y ha fomentado el auge de plataformas alternativas alineadas con su discurso, como Fox News y su propia red Truth Social —que él mismo creó en 2021, tras su expulsión de Twitter— que ha sabido utilizar como un arma política. Esta capacidad para movilizar a millones de seguidores a través de desinformación representa un desafío para Estados Unidos y para todas las democracias que enfrentan problemas similares.

Según el Instituto Reuters, esta guerra contra la prensa podría expandirse, llevando a un entorno informativo cada vez más polarizado y dominado por la desinformación, con impactos negativos globales.

Su retorno ciertamente exacerbará las divisiones internas de Estados Unidos y representa un desafío sin precedentes para las instituciones democráticas. Su retórica nacionalista y antiinmigrante alimenta los movimientos de extrema derecha, mientras aliena a las minorías y a las comunidades progresistas. Según la organización no gubernamental de derechos civiles estadounidense, Southern Poverty Law Center, la incidencia de crímenes de odio aumentó significativamente durante su primer mandato, y su regreso podría amplificar esta tendencia, socavando aún más el tejido social del país.

Durante su primer mandato, su desprecio por las normas establecidas quedó demostrado en su ataque a los resultados electorales de 2020. Ahora, con el Congreso bajo control republicano y una Corte Suprema inclinada hacia la derecha, se abre la posibilidad de que su influencia debilite aún más los sistemas de control y equilibrio.

Analistas como el politólogo y economista estadounidense Francis Fukuyama —conocido por su trabajo en el ámbito de la filosofía política y las relaciones internacionales y también autor de varios textos, entre ellos El fin de la historia y el último hombre (1992)—, advierten que esto podría erosionar la confianza en el proceso democrático en uno de los países que tradicionalmente se presenta como modelo de gobernanza.

La relación de Trump con la prensa ha estado marcada por el desprecio y la hostilidad. Al calificar constantemente a los medios como “enemigos del pueblo”, logró minar la credibilidad de instituciones periodísticas respetadas, mientras amplificaba las voces de medios afines y propagadores de desinformación. Según un informe de la organización de investigación sin fines de lucro Pew Research Center —conocida por sus encuestas y análisis de tendencias sociales, políticas y tecnológicas—, este enfoque ha exacerbado la desconfianza hacia los medios de comunicación en Estados Unidos, con efectos negativos que se extienden a otros países donde las estrategias de desinformación han ganado terreno.

Su regreso podría consolidar un modelo de liderazgo autoritario que ya ha encontrado eco en figuras como Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil y Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, ambos representantes del populismo autoritario en sus respectivas regiones. Su enfoque populista, basado en la polarización y la desinformación, amenaza con redefinir el panorama político global, debilitando los valores democráticos y fortaleciendo regímenes autocráticos.

Frente a esta nueva realidad, los líderes mundiales y las sociedades civiles deberán articular una respuesta coordinada. Desde la promoción de alianzas multilaterales hasta la defensa activa de los valores democráticos, es imperativo construir un frente común que limite los daños de un Estados Unidos aislado y radicalizado bajo el liderazgo de Trump.

América Latina más allá de México

Aunque México ocupa el centro de las preocupaciones en la región, otros países latinoamericanos también sentirán el impacto del regreso de Trump. En Centroamérica, su política de deportaciones masivas y recortes de ayuda extranjera podría agravar las crisis humanitarias. Por otro lado, su enfoque hacia Venezuela y Cuba, más agresivo que el de su sucesor demócrata, podría reactivar tensiones regionales y aumentar la inestabilidad en el Caribe.

Su regreso exacerbará la polarización social en Estados Unidos. Su discurso, que enaltece valores tradicionalistas y desestima las demandas de justicia social, divide aún más a un país que enfrenta profundas tensiones raciales, económicas y culturales. Sociólogos como Arlie Hochschild —profesora emérita en la Universidad de California, autora de Strangers in Their Own Land, un análisis de las divisiones sociales en EU—, señalan que esta retórica incendiaria contribuye a una radicalización de las bases conservadoras y a profundizar el resentimiento entre las élites urbanas y las comunidades rurales, lo que a largo plazo podría minar la estabilidad democrática del país. Considera que el regreso de Trump promete acentuar las divisiones políticas.

El segundo mandato de Trump también podría consolidar un nuevo paradigma político, caracterizado por el populismo autoritario, la desinformación sistemática y el desprecio por las normas democráticas. Él es un experto en utilizar las redes sociales para amplificar su mensaje y fomentar la desinformación. Y aunque fue expulsado de Twitter (hoy “X”) durante su primer mandato, su regreso al poder podría estar acompañado por el fortalecimiento de su propia red, Truth Social, y el uso de estrategias de desinformación más sofisticadas. Esto representa un desafío global, ya que las tácticas de manipulación informativa han inspirado a líderes autoritarios en otras partes del mundo.

Este modelo, que ya ha sido adoptado por algunos líderes ultraconservadores podría convertirse en una tendencia dominante, desafiando los valores liberales que han definido el orden mundial desde la Segunda Guerra Mundial.

Frente a este panorama, el reto para los líderes mundiales y la sociedad civil es coordinar esfuerzos para mitigar el impacto del liderazgo de Trump, mediante una estrategia para la resistencia global, que pueden ir desde alianzas multilaterales hasta iniciativas locales de resistencia; sólo así el mundo podría hacerle frente a un periodo de incertidumbre, aprendiendo de las lecciones del pasado, para construir una respuesta más sólida y efectiva.

El legado de Trump será juzgado no exclusivamente por sus acciones, sino también por las consecuencias de su estilo de liderazgo. La combinación de autoritarismo, populismo y nacionalismo económico —del mismo modo que lo hizo recientemente Andrés Manuel López Obrador en nuestro país—, podría inspirar a otros líderes a seguir su ejemplo, desdibujando aún más las líneas entre democracia y autocracia.

Trump, hay que recalcarlo, no es un accidente político, sino el síntoma de un sistema que premia la polarización y desprecia el consenso. Su regreso al poder, a pesar de sus condenas por conducta política y empresarial deshonesta y pagos ilegales por sexo —aunque esto debiera quedar a resguardo, porque corresponde a su vida privada, según algunos de sus panegiristas—, valida un modelo de liderazgo que normaliza la impunidad, el autoritarismo y el desprecio por las instituciones democráticas como forma de vida.

Si su primera administración fue un experimento lleno de improvisaciones, esta segunda etapa promete ser una implementación calculada y devastadora de su visión de un orden mundial basado en el ejercicio del poder de forma áspera y brutal, sin contemplaciones y la exclusión per se.

Frente a esta amenaza, países como México deben protegerse de las agresiones directas y prepararse para enfrentar las consecuencias de un nuevo Estados Unidos, cada vez más aislado, errático y dispuesto a sacrificar alianzas históricas en nombre del nacionalismo tóxico, involucionista y ultra pragmático, que representará Donald Trump.