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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
Lo que genera mayor conmoción de la ejecución del líder limonero Bernardo Bravo es el mensaje del miedo que portan los crímenes de alto relieve y alta visibilidad mediática. El de la rentabilidad de la muerte por encargo para sostener pactos de protección o extender redes criminales estatales y privadas con que conservar la vida. Éste es el punto en que nos encontramos, un sitio muy distante a creer que el tema de la seguridad se haya resuelto —como reconoció Omar García Harfuch en el Senado—, aunque la nueva estrategia de Claudia Sheinbaum dé frutos; o posiblemente por eso las marcas de este tipo de ataques que se suceden en los últimos tiempos para maximizar el temor. Con los que el crimen golpea la confianza en la mejora de la seguridad, a pesar de la repetición de cifras oficiales sobre reducción de su incidencia. En una aparente contradicción entre datos cuantitativos del delito que pueblan la estadística y la compleja dimensión cualitativa de la percepción del espectáculo de la violencia.
El asesinato del líder agrícola de Michoacán se suma a otra decena de productores o comercializadores agrícolas que firmaron su sentencia cuando denunciaron extorsión para exigir a la autoridad actuar contra mafias en varios lugares del país. La voz de Bravo es emblemática por levantarse contra la infiltración criminal en su actividad y ampliación de redes de protección en una zona donde hace mucho crece el silencio como tierra fértil para la autorreproducción de la delincuencia y construcción de estados paralelos. Éste es el momento que se está construyendo en el país como indican, también las cifras, de la ampliación de alianzas criminales y protecciones estales en la penetración de la extorsión en grandes y pequeños negocios para diversificar sus giros y obtener recursos ilícitos hasta tomar apariencia de una nueva normalidad. El imperio del sicariato al que Bravo se opuso al precio de su vida.
Esta clase de atentados, del que el propio García Harfuch es sobreviviente, tienen una incidencia tal, que muestra a las autoridades y privados inermes ante la influencia del crimen y, sobre todo, con escasa capacidad para romper ligazones por las que avanzan sus nuevos giros de negocios dentro de la piel de la sociedad. En este punto, una cuestión que toca elucidar al gobierno es cómo gestionar el miedo antes de que el silencio se reduzca a una norma; y a los privados mirar las conductas que los atrapan en redes de intereses de la delincuencia criminal y estatal.
Se escribe fácil, no lo es, como se observa de la ola de estos crímenes que sacuden la CDMX y otros lugares del país. Tan sólo en la capital hemos visto siete asesinatos de alto perfil en los últimos cinco meses, con el denominador común del ataque directo, de máxima publicidad y en la zonas caras de la ciudad más vigilada del país; lo mismo contra funcionarios de la élite administrativa del gobierno de Clara Brugada que actores y músicos, como el argentino Fede Dorcaz, en Reforma; los colombianos Bayron Sánchez y Jorge Luis Huertas; el estilista Miguel de la Mora, en Polanco, o el abogado David Cohen a las puertas de la Ciudad Judicial. ¿De parte de quién? En varios de ellos hay detenidos, en ninguno autor intelectual y menos el móvil del crimen. De todos, lo que prevalece es la percepción de fuerza criminal que puede alcanzar a cualquiera sin planes o acciones sofisticadas de la que nadie está a salvo. La mancha de la violencia que acaba por hacer dudar de la disminución de 32% de los homicidios en el primer año de Sheinbaum o la reducción de 12% en la CDMX.
El único mensaje para contrarrestar el del miedo es detener a los que cometen los crímenes. La ciudadanía puede saber que hay avances, pero es insuficiente para romper intereses que la atenazan y de que depende su propia posición, sin la confianza de que los que delinquen sean castigados. Éste es el reto de la Estrategia Nacional contra la Extorsión que alista el gobierno con medidas audaces como la denuncia anónima, con la implementación del número 089 y el monitoreo de chips telefónicos. Llevar adelante la iniciativa antiextorsión, antes que nada, es gestionar el miedo y dar garantías a la ciudadanía para manejarlo, porque no todos somos bravos para romper el silencio como Bernardo.
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