No, no, la que el país vive no es temporada de zopilotes.
Es, acorde con el calendario electoral, temporada de ambición desbordada, traiciones, cínicas mentiras e impunidades, deslealtades y lo que los exquisitos llaman definiciones políticas.
O sea. Que nadie se espante si, después de encumbrarse bajo unas siglas y colores, alguien decide irse a otro partido en busca de abonar al bienestar de la patria.
Hubo un momento en el que a los legisladores se les llamó “padres de la patria”; nunca escuché que a diputada alguna se llamara “madre de la patria”, aunque el calificativo está reservado para quienes, históricamente, contribuyeron a la construcción de esto que es intangible y se llama Patria.
Pero, bueno, en esta temporada de calores políticos en la que todo se vale y cada quien tiene motivos y explicaciones para cambiar de partido sin que le ruborice el adjetivo traidor, o traidora.
Y es que, un día despertaron y se dieron cuenta de que habían vivido en el engaño, aunque pegados y pegadas a la ubre que alimenta con billetes cuyo color no tiene sintonía partidista.
Le platico, respecto de dos casos.
Uno, relacionado con un político profesional y, otros de los tantos ciudadanos que merced a la tómbola, el compadrazgo, el oportunismo, pago a servicios prestados en campaña como jilguero/jilguera del morenismo galopante bajo la rienda del licenciado López Obrador que, en esos días de 2017 y 2018 fueron palomeados para llegar al Congreso de la Unión y los congresos locales, gubernaturas y alcaldías y en el gabinete.
Diríase que hay varias excepciones en estos cargos, en el uso de la frase común. Como aquel “con todo respeto” que repite Su Alteza Serenísima cuando ya le partió la madre al que le da calidad de opositor y dice no es su enemigo.
¡Recáspita Kalimán!
Pero…
Se necesitaba quien apoyara y trabajara en favor de la causa de Andrés Manuel que iba por la tercera posibilidad de hacerse del poder, convirtiéndose en presidente de la república. El tiempo ha demostrado que, en efecto, el título, en su caso, se escribe con minúsculas. Con todo respeto hacia sus defensores oficiosos.
Porque, a los que cobran les vale que a su jefe y guía, Duce, finalmente, ya de salida le digan de todo, en un pírrico desahogo.
El mal está hecho.
Y, en este ánimo vale preguntar que movió con tal intensidad al senador Jorge Carlos Ramírez Marín para que renunciara al PRI echándose a los brazos de la bancada del Verde Ecologista.
Sí, sí, usted dirá que la gubernatura de Yucatán bien vale la pena pasar el bochorno y ser el hazmerreír y acusado de traidor. Pero.
A Ramírez Marín lo conocí hace poco más de dos décadas, cuando priista rumbo a la madurez política llegó junto con Manuel Añorve Baños, a la LVIII Legislatura Federal en la Cámara de Diputados.
Y se ha distinguido como un político profesional, experto en la tarea legislativa, fue presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados y se ha distinguido en tribuna por su carácter mediador, enemigo de los calificativos peyorativos.
¿Vale la pena perder ese capital político por ir en busca de ser nominado por el PVEM y, acaso el PT y Morena, al gobierno de Yucatán?
¿Quién convenció a Jorge Carlos para renunciar, por cierto respetuosamente, al PRI? ¿Le ganó el tiempo?
Lo cierto es que, donde éste, Ramírez Marín hará buen papel. Y no es esta defensa oficiosa, no. Porque a Jorge Carlos le negaron, en su momento, la posibilidad de ir en busca de ser gobernador de su estado natal.
Después vino el desgaste y, hoy, optó por cambiar de partido. Sin duda no de convicciones políticas.
Dudo que sea lo que de él dijo Marko Cortés, dirigente nacional del PAN. Duras, graves palabras de Marko respecto de Jorge Carlos; no las comparto pero es el juego que todos jugamos.
“Lo aprecio, fuimos compañeros legisladores, pero este es un acto desesperado por seguir cobrando en un cargo, es un juego de hambre: a ver quién me da más, sin importar lo que yo tenga qué hacer, hasta aliarme a Morena, que sería contradictorio contra todo lo que antes había dicho.
“Yo creo que francamente Morena demuestra una vez más que está dispuesto a hacer lo que sea (para ganar una elección) y destrozar al país”, dijo Marko. En fin.
Del otro lado, diría que sí se encuentra ese juego del hambre, aunque ésta acicateada por el protagonismo y el oportunismo, la mentira recurrente y el fanfarronear o buscar la impunidad.
A este personaje, que dista mucho de ser considerado político, siquiera aprendiz de político, lo conocí en persona en una reunión a la que convocó y llegó tarde, exultante, a la cabeza de un séquito de jóvenes que atendía sus órdenes.
Eran los primeros días de la actual LXV Legislatura y apareció con la muy adelantada referencia de que quería llegar a la Presidencia de la Republica; dijo que estaba dispuesto a aprender y, por tanto, abierto a la crítica.
Se identificó como Antonio Pérez Garibay, diputado federal de Morena con residencia en Guadalajara, pero más frecuente en la ciudad de México vivía en un departamentazo de lujo propiedad de Carlos Slim, quien se lo prestó para que viviera ahí con su familia y no andar vuelta y vuelta en la ruta México-Guadalajara-México.
Peeero…
El ingeniero Slim se lo prestaba porque, don Toño Pérez Garibay es el papá de Checo Pérez.
Así sí baila mija con el señor, diría el clásico. Pero don Toño se sentí con suficiente capacidad –y conste que dizque andaba aprendiendo—para ser candidato de Morena a la Presidencia de México.
En aquella ocasión prometió todo, se movía como dueño del mundo y no me cabe duda de que se pitorreaba de lo que le comentaba el reducido grupo de reporteros con los que departía.
Hoy, cuando simpatizante y apoyador de Claudia Sheinbaum, se inscribió en busca de ser parte de los aspirantes a la nominación de ese eufemismo con el que se disfraza la candidatura, y recibió cero votos, simplemente, con desdén del que cree tener todo y saber todo, amenazó con retirarse no sólo de Morena, sino de la política.
Porque, hágame usted el favor, para él vale más atender a sus nietos que a la Patria. Por lo menos.
Y de inmediato la ciudadanía se puso nerviosa y todos los mexicanos, todos, alzaron la voz para urgirle, rogarle: ¡don Toño, papá del Checo Pérez! No sea mal pecho, aguante vara y sacrifíquese por México.
Y como don Toño hay una buena cantidad de aspirantes a cargos de elección popular que, por el pago de facturas y prestos para defender lo indefendible y atender la voz del jefe, son capaces de todo, menos de legislar.
Cheque usted la lista de quienes quieren ser, por de pronto, candidatos a ocho gubernaturas y la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
Por ahí se metió un individuo que no tiene rubor ni un famoso hijo corredor de autos, pero sí un padre putativo que, desde Palacio, lo cobijó hasta la ignominia que implica la responsabilidad, sí, la responsabilidad de más de 800 mil muertos por la pandemia en México. Le doy sus iniciales: Hugo López-Gatell.
Hay subrayada diferencia entre quienes han hecho trabajo político y, hartos de ser relegados deciden buscar otros aires, y aquel que, servil, busca la impunidad. ¿Usted votaría por López-Gatell? ¡Yo tampoco! ¡Recáspita, Drakko!. Digo.
sanchezlimon@gmai.com @sanchezlimon1