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El senador de Morena y su ataque contra Grecia Quiroz, alcaldesa suplente de Uruapan y viuda del activista Carlos Manzo. La acusación sin pruebas y una conferencia vacía lo exhiben tal como es: un ente oficialista que volvió al suelo donde un día se arrojó
En el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, Gerardo Fernández Noroña agredió verbalmente a Grecia Quiroz, viuda de Carlos Manzo, acusándola de “fascista” y de pertenencia a la “ultraderecha”, sin presentar evidencia. La revictimizó al usar el homicidio de su esposo como herramienta política. Citlalli Hernández, secretaria de las Mujeres —por instrucciones de la presidenta Claudia Sheinbaum—, le pidió moderar su lenguaje, pero él evitó asumir responsabilidad alguna. Más tarde convocó a la prensa para “aclarar” sus declaraciones y terminó solo: la conferencia quedó desierta. El episodio confirma un patrón sostenido desde 1996, cuando se arrojó al suelo para llamar la atención de Ernesto Zedillo. Hoy repite ese gesto, pero en la arena política: rodando moralmente, como un desecho, para seguir provocando ruido
El 25 de noviembre, fecha emblemática en la lucha contra la violencia hacia las mujeres, el senador Gerardo Fernández Noroña eligió atacar públicamente a una mujer en duelo: Grecia Quiroz, alcaldesa suplente de Uruapan y viuda del activista Carlos Manzo, asesinado este año en Michoacán.
Mientras instituciones y organizaciones llamaban a la empatía, Noroña dedicó su espacio digital —un canal que monetiza—, a descalificarla en Tik Tok, llamándola “fascista”, de “ultraderecha” y “ambiciosa”.
Ninguno de esos señalamientos estuvo acompañado por pruebas. Fue una agresión gratuita en un día simbólico que exigía responsabilidad. Y el ataque no fue político; fue personal, dirigido a una mujer marcada por la violencia del país.
La acusación más grave fue insinuar que Quiroz, sin evidencia, habría señalado a algunos políticos y simpatizantes de Morena como responsables del asesinato de su esposo. Ella supuestamente había pedido que se investigue a tres figuras que, según lo que su esposo denunció en vida, pudieron tener motivos políticos para estorbar a Carlos Manzo: Raúl Morón Orozco, senador de la República; Leonel Godoy Rangel, diputado federal y exgobernador de Michoacán e Ignacio “Nacho” Campos Equihua, exalcalde de Uruapan.
Sus nombres surgieron como parte de las tensiones internas que Manzo denunció antes de ser asesinado, pero hasta ahora no existe proceso penal que confirme su responsabilidad. Son señalamientos públicos, no conclusiones judiciales, lo cual vuelve más grave que Fernández Noroña haya manipulado estas acusaciones para golpear políticamente a la propia viuda, en lugar de respaldar la exigencia legítima de una investigación exhaustiva. Es un acto de bajeza que trasciende cualquier debate interno.
En México, donde las mujeres viven violencia estructural, un senador que agrede a una viuda reproduce aquello que la fecha conmemorativa intenta erradicar. Cuando Citlalli Hernández, secretaria de las Mujeres, fue cuestionada sobre los ataques, pidió al senador reconsiderar su lenguaje. Pero lejos de hacer un alto, Noroña convocó a una conferencia de prensa en el Senado para reiterar sus dichos, a la cual nadie acudió. La sala quedó prácticamente vacía.
La prensa le dio la espalda. Sin cámaras que amplificaran su discurso, quedó expuesto: sus estallidos histriónicos ya no funcionan como antes.
Ese vacío fue el mensaje político más claro del día. Sin audiencia, Noroña perdió su escenario. Luego argumentó que hay “una campaña en su contra”, apelando a la victimización, su recurso favorito, pero nadie lo perseguía. Simplemente los colegas lo dejaron solo, hartos de su patanería y teatralidad.
En su extensa videocharla del pasado 24 de noviembre reinó la dispersión: insultos, teorías improvisadas, comparaciones con dictaduras, referencias históricas fuera de contexto y acusaciones contra todo aquel que no coincide con él.
Llamó “fascistas” a dirigentes, legisladores, periodistas y alcaldes; el término perdió sentido en su boca, convertido en arma arrojadiza. También insinuó que opositores “mandarían matar a alguien”, una declaración irresponsable que busca escalar la tensión.
Su retórica no informa sino incendia; no persuade, sino que agrede; no construye: destruye. La desproporción entre su cargo —senador de la República—, y el blanco de su ataque —una mujer en pleno proceso de luto reciente—, exhibe la falta absoluta de ética que han marcado a esta y prácticamente todas sus intervenciones públicas.
Propaganda disfrazada de convicción
Sobre la supuesta conexión de Quiroz con “la ultraderecha”, no presentó pruebas. Su afirmación es propaganda disfrazada de convicción. Usar etiquetas extremistas para desacreditar a una mujer que circunstancialmente ostenta un cargo público municipal, y quizá con oportunidades reales de buscar la gubernatura de Michoacán —un anhelo frustrado de su esposo—, es una forma de violencia política.
Fernández Noroña, antes figura del PT y hoy senador por Morena, ha construido su trayectoria sobre la confrontación permanente, no sobre logros tangibles. Se mueve entre la descalificación sistemática y el oportunismo político, dos rasgos que explican su narrativa incendiaria.
Dejó de pertenecer al Partido del Trabajo tras un episodio que reveló la fractura abierta con su antigua fuerza política. En abril de 2025, durante el Congreso Nacional del PT, fue abucheado, increpado y acusado de traición por militantes que lo expulsaron simbólicamente del recinto, obligándolo a retirarse entre gritos.
Después de aquel incidente, anunció que tomaba distancia definitiva del PT y declaró públicamente que no regresaría mientras su presencia generara hostilidad. Aunque algunos dirigentes intentaron minimizar la ruptura, el episodio dejó al descubierto el desgaste interno del partido y el rechazo creciente hacia su figura.
Poco después, formalizó su afiliación a Morena, donde hoy figura oficialmente como senador del grupo parlamentario. Sin embargo, su llegada no pasó desapercibida. En la coalición Morena-PT-PVEM se interpretó como un movimiento que podría alterar equilibrios internos y profundizar tensiones estratégicas rumbo a 2027.
Desde Morena se intenta mantener un tono pragmático, pero dentro del PT persiste la narrativa de que su salida debilitó al partido y evidenció un oportunismo personal que no representa su proyecto histórico.
Sin embargo, el episodio con Grecia Quiroz va más allá de su estilo: cruzó una línea ética que ningún representante público debería traspasar. Atacar a una viuda por un homicidio reciente es una forma clara de revictimización que degrada al límite el debate público. En un país que busca erradicar la violencia contra las mujeres, sus palabras no fueron un desliz, sino una afrenta.
Y esa postura no sorprende a quienes conocen su trayectoria de escándalos, desplantes y provocaciones. El ejemplo más ilustrativo se remonta a 1996, cuando protestó ante el presidente Ernesto Zedillo arrojándose al suelo. Literalmente.
Se tiró al piso en plena vía pública para obligar al entonces presidente a mirarlo. Aquel acto lo retrató sin filtros: un hombre dispuesto a cualquier humillación para ganar visibilidad. Ese impulso —tirarse al piso para obtener atención—, es el mismo que hoy lo empuja a tirarse moralmente al piso del debate público. Así como entonces rodó en el pavimento, hoy rueda en el fango político: ensucia, provoca, ataca, grita. No debate, se arrastra.
Su carrera ha sido una colección de caídas —a veces físicas, la mayoría éticas—, utilizadas como trampolín para mantenerse vigente. De ahí que atacar a una mujer viuda no sea un error sino parte de su método. La crueldad le da audiencia, la audiencia le da fuerza, y esa fuerza le da impunidad.
Que un hombre con su historial haya sido premiado con diputaciones y senadurías sólo refleja el deterioro del sistema político, pero que utilice su cargo para violentar a una mujer en duelo rebasa cualquier límite y debe señalarse con absoluta claridad. Por eso el vacío que la prensa le dejó en el Senado no es persecución, como cobardemente afirma, sino consecuencia de su comportamiento.
El país empieza a decirle basta, y la dignidad —esa que él pisoteó cuando rodó en el suelo—, no se recupera golpeando, ruin e impunemente, a Grecia Quiroz, la viuda de Carlos Manzo.
Fernández Noroña ha terminado revolcándose en su propia narrativa, en su propio resentimiento y en la miseria política que él mismo ha cultivado. Y por eso es imposible no sentir repulsión al ver que quien un día se arrojó al paso de Ernesto Zedillo —rodando como desecho ante el poder—, hoy repite el acto, rodando como basura frente al país.
