No cabe duda de que nos encontramos en un gran momento histórico de cambio de época en nuestro país. Es indudable que el PRI se va, pero los estertores de esta gran muerte y la entrada de un nuevo régimen ya están ocasionando grandes olas y resacas de inestabilidad en todos los ámbitos de nuestra nación. En el social, en el político y en el económico. La incertidumbre del resultado de la elección presidencial, el resultado de la renegociación del TLCAN y las consecuencias que ello provoca, principalmente la devaluación de nuestra moneda y la consecuente inflación que deviene de la misma. Pero lo que realmente nos debe de preocupar es el deterioro que se está dando a pasos cada vez más grandes del Estado de Derecho.
¿Qué es el Estado de Derecho?: es el orden que existe en una sociedad, que se rige por normas sociales de conducta que, de una forma generalizada, se cumplen espontáneamente por la población sin necesidad de que alguna autoridad ande de tras de todos con un policía que esté siempre vigilando para que se cumplan. Es, simplemente, que todos se “porten bien” y respeten a los demás, y que cuando haya un quebranto, ocurran con cierta celeridad consecuencias y sanciones, ya sea derivadas de alguna denuncia de los ciudadanos o por la autoridad que se haya dado cuenta de la falta cometida.
Pero ¿qué es lo que hemos estado viendo cada vez más frecuente? La gran impunidad que existe, en donde las violaciones de las reglas del juego cada día son más descaradas, y en donde, inclusive, intervienen las mismas autoridades o los empleados de las empresas del Estado en los ilícitos. Tenemos, por ejemplo, los casos del descarrilamiento de un tren de carga en Puebla, realizado por un grupo de ciudadanos, para vilmente robarse el cemento que contenía, o el caso en mi Ciudad Juárez, en donde un turista en la Ave. Juárez que conduce a El Paso, Texas, fue asaltado y averiado su vehículo por un grupo de vendedores ambulantes. En ambos casos, la autoridad veló por su ausencia, e inclusive, en el segundo caso, los ciudadanos se pusieron a gravar en sus celulares el incidente sin indignarse y gozar del espectáculo.
No cabe duda, que este deterioro proviene del ejemplo que la misma autoridad nos ha venido dando desde hace muchos años. Si la autoridad viola la ley con la mano en la cintura, si el gobierno no respeta los derechos humanos, los jueces se venden al mejor postor y obedecen las órdenes de los poderosos, si los funcionarios de las procuradurías y las fiscalías operan para el crimen organizado, y las policías forman parte de las redes del narcomenudeo, al ciudadano claramente se le manda la misma señal, de que las reglas del juego son para quebrantarse, desviarse y no respetarse.
En cosas simples como en las reglas de tránsito, antes era raro ver su violación. Ahora todo el mundo se pasa los altos y las luces rojas; no se respetan los absurdos límites de velocidad que cada vez se bajan más en mi ciudad, nada más para dar pie a que los “tránsitos” hagan su agosto con el mordedero que se traen, e indigna más que se ensañan con los que traen automóviles más viejitos y destartalados, haciéndose de la vista gorda con los sombrerudos que transitan con sus enormes trocones a 100 Km. por hora, o con las señoras copetudas en sus autos de lujo.
Un país no puede prosperar con este deterioro del Estado de Derecho, debemos regresar a la normalidad y poner orden, desde arriba y desde abajo. Falso de que el orden se pone como se barren las escaleras, de arriba para abajo. El orden se debe de generalizar, sí con el ejemplo de la autoridad, pero con un fuerte componente de valor cívico que cada vez es más escaso en nuestro país.
Debemos de reeducarnos todos, empezando por valorar el comportamiento ético de respeto a los demás, empezando desde nuestro hogar, nuestro barrio, colonia y comunidades, exigiendo a la autoridad ese respeto.
Espero que pongamos todos lo que nos corresponde para ordenar nuestro país. Por mi parte, seguiré insistiendo que tenemos que reconfigurar la estructura y tamaño de nuestro gobierno, en sus tres niveles, para que sea moderno, eficiente y sano, para que nos brinde seguridad, justicia y buenos servicios públicos, que nos permita bajar los impuestos, bajando el costo de las empresas para que los salarios aumenten y crezca la economía, para que todos los mexicanos vivan con dignidad, a través de la generación del bien común que nos brinde el gobierno, mediante los servidores públicos que los mismos ciudadanos escojan desde el nivel de la postulación de candidatos.