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Hace unos días –lo recordamos todos– un grupo de diputados y senadores, integrantes de la Comisión Permanente cuyas labores llegaban a término en ese remedo parlamentario actual, Gerardo Fernández Noroña, presidente de ese órgano legislativo, salió corriendo y pregonando su vejez porque Alejandro Moreno, presidente del PRI, le soltó un puñetazo sin puño. Ni siquiera una bofetada. Puros empujoncitos de patio escolar en la secundaria.
Los políticamente correctos, es decir, todos, pusieron el grito hipócrita en el cielo: ¿Cómo es posible? ¿A dónde vamos a parar? Cuánta barbarie, debemos condenar la violencia (de género o sin género) venga de donde venga, aunque para sus adentros pensaban, bueno, apenas eso se merecía ese payaso agresivo y chillón.
Es una pena: 200 mil, asesinatos mafiosos en un año y miles de desaparecidos y mujeres muertas, y los chillidos son por una cachetada y un pellizco de monja. Ni siquiera la fistiana. Nada, como tampoco se dijo algo proporcional cuando comenzaron a aparecer aduaneros marinos muertos durante las investigaciones sobre el “Marinagate”.
Ante esa tibieza en los pleitos, uno se pregunta, ¿dónde está Zidane?, el campeón y luego tres veces amo de la Champions, símbolo de la integración postcolonial de la Argelia (alguna vez francesa, decía De Gaulle), le reventó el tórax a un italiano majadero (Materazzi) cuyo verbo sugirió puterías de la hermana o la madre del Zizou.
Y con un despiadado cabezazo en el esternón, impulsado desde el fondo de la Casba resentida, lo mandó al suelo de dónde no se levantó ni para defenderse. También le pudo fracturar los pómulos.
Después Zizou diría: Fue un gesto inexcusable, y a ellos y a las personas en educación cuyo trabajo es mostrar a los niños lo que deben y no deben hacer, quiero pedir disculpas». Sí, a los niños, pero a Materazzi, nada.
Algo así sucedió con Will Smith, quien le puso la sonrisa en la nuca a un chistoso profesional (Chris Rock) porque se burló de la reluciente alopecia de su esposa, Jada Pinkett. Smith tampoco golpeó con el puño, aunque la precisa guajolotera todavía la sacude la sesera al bufoncito.
Obviamente, la hipócrita industria de Hollywood, cuna de la más lujosa prostitución del mundo, con alto consumo de drogas y demás, lo suspendió diez años.
El sábado en el estadio de la Ciudad de los Deportes jugaron el América y el Guadalajara. Mejor dicho, jugó el chiverío porque los televisos estuvieron perdidos en sus errores defensivos y su tiki taka de ratoncitos amarillos.
De pronto, “El Chiquito” Sánchez (picosito y ardidito) y Ledezma iniciaron las hostilidades (decían los cronistas de box), pero una vez más como si fuera un patio escolar o el Senado, hubo empellones, gritos, bancas desaforadas, directivos, técnicos, treinta o cuarenta personas, incluidos los árbitros, a gritos y cachuchazos, pero ni un solo golpe de verdad.
“Mole, mole”, gritábamos en Nonoalco hace 65 años, como límite sangriento para un pleito a trompada limpia sin puntapiés en la entrepierna, ni cabezazos argelinos.
Es cierto, la sangre no llegó al río. Porque no hay sangre, hay atole. Tú la traes.
De seguro, ninguno de estos recuerda a Mario Vargas Llosa contra Gabriel García Márquez. Descontón de colegio militar.
Es mala la violencia, pero si recurres a ella, hazlo bien. O no lo hagas, decía el abuelo.
Ahora igual con los videojuegos. O juegas “Manhunt” o “Hatred” o te tiras como Onán a los Videojuegos del Bienestar.
DUENDE
No suelo hablar del duende cuyas travesuras cambian los textos en los talleres, pero yo escribí:
“…secretario de Gobernación y precandidato presidencial y con él (y quizá por él), se hizo rico y poderoso jefe de la criminal Barredora…”
Y se publicó: “…secretario de Gobernación y precandidato presidencial y con él (y quizá con él), se hizo rico y poderoso jefe de la criminal Barredora…”
Una simple preposición.
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