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NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

Los primeros dos años de López Obrador recuerdan el viaje de Eneas, después de que los griegos saquearan Troya en una travesía que no es tanto un regreso, como dice el itinerario político de sus oponentes, sino un trayecto hacia lo desconocido. Lo incierto. El timonel conduce con mando fuerte, persuadido de la realización de su proyecto de la 4T como de una profecía que cambiará el curso de la historia del país y empuja con la mayor concentración de su poder y el respaldo de las fuerzas armadas como pilares del gobierno. El movimiento es tumultuoso, polémico y escandaloso, porque salta entre el mitin de una campaña política permanente y una realidad que se amotina contra sus designios.

Lo mueve la idea fija de hacer irreversibles sus reformas ante los avatares electorales, que ocurrirían si sus adversarios ganan el Congreso en 2021. Por eso tiene una carrera contra el tiempo como si viviera una guerra prolongada de baja intensidad con críticos y enemigos a los que cada mañana desfigura y estigmatiza para conservar el control de la narrativa del país y de su transformación del régimen. Pero la lectura del cambio como ruptura, más que evolución, convierte el viaje en territorio de incertidumbre y polarización, lo que divide al país en torno a un liderazgo que conserva mucha fuerza en las encuestas. Tal es su prisa por imponerse que la pandemia le pareció venir como “anillo al dedo” a su proyecto por la oportunidad de reforzar el control político y debilitar a sus enemigos en el campo de la economía. Ahí está su guerra.

López Obrador llegó a Palacio Nacional con la convicción de separar el poder político y económico como condición para enfrentar tramas de corrupción y un sistema de privilegios que secuestran al Estado. Hay cosas que ha hecho bien en esta línea, como colocar a la pobreza en el centro del discurso, voltear a ver a los jóvenes y al Sureste; así como atacar la evasión fiscal, aunque responda más a la necesidad de recursos para los programas sociales que a fortalecer la hacienda pública con una imprescindible reforma fiscal.

La ruta de navegación, sin embargo, parte de un cálculo erróneo en la medición de fuerzas con la realidad y sus oponentes. El 82.4% de la inversión en el país es privada y la pública decrece desde 2008. La confrontación con las cúpulas empresariales es una derrota autoinfligida para las perspectivas de su gobierno, pero confía en ganar con el rescate de Pemex en un sombrío panorama para las finanzas públicas. La ausencia de inversión pública rompe el modelo de complementación con la privada de los últimos 30 años de neoliberalismo, a pesar de anuncios conjuntos de paquetes millonarios de inversión que no se materializan. Y el petróleo no da para mover el barco, por el contrario, deja al país al garete de embates de la crisis económica y sanitaria mundial.

La política de austeridad reduce los motores del crecimiento antes y durante la pandemia por el golpe a las empresas, aunque en el discurso se gobierna como si se creciera a 9%, la queja de Alfonso Romo de la presidencia. Pero lejos de ello, la conducción económica de la emergencia sanitaria deja a la mayoría de la tripulación empobrecida: 11 millones se sumarán a la pobreza y el desempleo trepa al 20% de la población. El futuro está encadenado al T-MEC como la principal apuesta económica, aunque el mundo va hacia una nueva época de proteccionismo y desglobalización que restringe el flujo de capital internacional.

No es fácil de ver el rumbo. Pero en medio de la tormenta económica el Presidente opta por reforzar el control político y apalancarse en la creciente participación de militares en posiciones clave y de la seguridad, que apenas tienen a su favor un leve debilitamiento del mercado de drogas. La pérdida del poder adquisitivo y el desempleo son ahora las mayores preocupaciones, por encima de la inseguridad, pero sobre todo problemas que no distraen con los escándalos de corrupción y crímenes del pasado. Por eso, el viaje conduce al país hacia un territorio desconocido en el que quizá espere ser salvado como Eneas, al que Apolo sacó envuelto en una nube del campo de batalla antes de huir de Troya hacia un incierto destino.