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Finalmente, el comité Nobel del Premio internacional de la paz no pudo entregarle la presea a María Corina Machado. Obligada al clandestinaje por la dictadura venezolana, envió a Oslo a su hija Ana Corina Sosa, quien recibió el premio. Pero sus palabras sí llegaron en un largo y conmovido discurso sobre la libertad, la violencia de Estado, la agonía democrática y la usurpación del poder nacional de su patria.
“…Desde 1999, el régimen se dedicó a desmantelar nuestra democracia: violó la Constitución, falsificó nuestra historia, corrompió a las Fuerzas Armadas, purgó a los jueces independientes, censuró a la prensa, manipuló las elecciones, persiguió la disidencia y devastó nuestra biodiversidad (¿le suena conocido?)
“La riqueza petrolera no se usó para liberar, sino para someter. Se repartieron lavadoras y neveras en televisión nacional a familias que vivían sobre pisos de tierra, no como símbolo de progreso, sino como espectáculo. Apartamentos destinados a la vivienda social se entregaban a unos pocos como recompensa condicionada a la obediencia.
“Y entonces llegó la ruina: una corrupción obscena, un saqueo histórico. Durante los años del régimen, Venezuela recibió más ingresos petroleros que en todo el siglo anterior. Nos lo arrebataron todo”.
El discurso de Corina Machado, cuyo contenido implica una síntesis de los años recientes en la historia de Venezuela, fue obviamente silenciado en Caracas y en los salones del poder en países amigos de la dictadura. Usted sabe cuáles. Pero en contraste tuvo repercusión internacional en medio de un entorno particularmente complejo.
Por una parte, la presión estadunidense cuyo alharaquiento y pendenciero presidente, sin llegar a más, no se atreve (o no puede) a desplegar una verdadera intervención definitiva y se agota en el hundimiento inútil de chalupas y el cierre del espacio aéreo sin mayor consecuencia, en una estrategia dubitativa cuyo golpe mayor ha sido la incautación del buque petrolero “Skipper” sin respuesta alguna por parte del dictador, más allá de la palabrería.
Y –por la otra– la consolidación del discurso del populismo heroico (ahora heroico), de la Revolución Chavista Bolivariana en su versión más rupestre, si eso fuera posible: denunciar a gritos un acto de piratería internacional y un robo descarado. ¿Y?
“…No nos han sacado, con su terrorismo sicológico, ni un centímetro del camino correcto donde debemos seguir andando siempre-dijo Nicolás Maduro este miércoles pasado –, jamás, sea la circunstancia que nos toque vivir, jamás nos van a sacar del camino de construir la patria potencia que se merece este pueblo, no nos podrán sacar jamás”.
¿También la eternidad del pueblo invencible en el poder le suena conocida?
Lo anterior, dicho ante miles de militantes del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) fortalece el sentimiento de defensa nacional al cual hábilmente la dictadura se ha acogido ante los rasguños de Donald Trump.
“Aseguró Maduro (ese mismo día, dice la prensa), que el pueblo venezolano está listo para luchar por la patria y precisó que durante las jornadas de alistamiento y entrenamiento voluntario se alistaron y prepararon más de 6 millones 200 mil milicianos y milicianas”.
Mientras, el sector principal de su estabilidad en el poder, el Ejército, ha declarado de esta manera en voz de Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa.
“–Concurrimos a este acto de reconocimiento, reafirmación de lealtad y juramento que exalta las bases fundamentales en que descansa la organización militar, como son la disciplina, la obediencia y la subordinación”.
Obediencia, subordinación y leva de seis millones 200 mil milicianos.
Y Trump… en el “shadow boxing”, sin tirar el golpe, mientras la única consecuencia internacional visible –además del contrastante apoyo de algunos correligionarios populistas en América Latina— es este premio de vikingos bien portados a su némesis.
Pero regresemos al discurso de Machado.
Vale la pena reflexionar en este diagnóstico sobre la ilegitimidad (ya sabida) de la presidencia de Maduro:
“…Edmundo González ganó con el 67% de los votos, en cada Estado, ciudad y pueblo. Todas las actas contaban la misma historia. En cuestión de horas logramos digitalizarlas y publicarlas en una página web, para que el mundo entero pudiera verlas.
“La dictadura respondió aplicando el terror. Dos mil 500 personas fueron secuestradas, desaparecidas o torturadas. Marcaron sus casas, tomaron a familias enteras como rehenes. Sacerdotes, maestros, enfermeras, estudiantes: todos perseguidos por compartir un acta electoral. Crímenes de lesa humanidad, documentados por las Naciones Unidas; terrorismo de Estado, usado para enterrar la voluntad del pueblo.
“A más de 220 adolescentes detenidos tras las elecciones los electrocutaron, golpearon y asfixiaron hasta forzarlos a decir la mentira que el régimen necesitaba difundir: que habían sido pagados por mí para protestar. Mujeres y adolescentes encarceladas siguen hoy sometidas a esclavitud sexual, obligadas a soportar abusos a cambio de una visita familiar, una comida o el simple derecho a bañarse.
“Aun así, el pueblo venezolano no se rinde.
“Durante estos 16 meses en la clandestinidad hemos construido nuevas redes de presión cívica y de desobediencia disciplinada, preparándonos para una transición ordenada hacia la democracia.
“Así llegamos hasta el día de hoy, en el que resuena el clamor de millones de venezolanos que ya sienten cercana su libertad.
“Este premio tiene un significado profundo: le recuerda al mundo que la democracia es esencial para la paz. Y lo más importante, el principal aprendizaje que los venezolanos podemos compartir con el mundo es la lección forjada a través de este largo y difícil camino: si queremos tener democracia, debemos estar dispuestos a luchar por la libertad”.
Muchas personas no saben o no recuerdan por qué Corina Machado no se presentó a las elecciones y delegó en Edmundo la contienda contra Nicolás. Lo rememora así:
“Lo que comenzó como un mecanismo para legitimar liderazgos se transformó en el renacer de la confianza de un país en sí mismo. Ese día recibí un mandato, una responsabilidad que trascendía cualquier ambición personal. Entendí el profundo peso de la tarea que me había sido confiada.
“Pero el régimen, amenazado por esa verdad, me prohibió postularme a la presidencia. Fue un golpe duro, pero los mandatos no pertenecen a las personas, pertenecen al pueblo. Entonces salimos a buscar a quien pudiera tomar mi lugar.
“Edmundo González Urrutia, un diplomático sereno y valiente, dio un paso al frente. El régimen creyó que no representaba una amenaza. Subestimaron la determinación de millones de ciudadanos, una sociedad plural, que desde la riqueza de su diversidad se unió en torno a un propósito común. Comunidades, partidos políticos, sindicatos, estudiantes y sociedad civil trabajaron juntos para que se escuchara la voz de la nación”.
Muy pronto los fulgores del Premio Nobel de la paz (idéntico al de Henry Kissinger, por ejemplo) se extinguirán. El gobierno de Maduro se fortalecerá con las amenazas no cumplidas y la historia arrancará la hoja del calendario.
A no ser que…
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