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Personalmente, prefiero atribuir el dislate de la señora presidenta al apresuramiento de una conferencia matutina y un error de fraseo, y no a cualquier otra cosa como podría ser el desconocimiento jurídico y constitucional.
Todo esto porque en el encuentro con los medios el jueves pasado, la titular del Ejecutivo enfáticamente dijo: no vamos a permitir ejecuciones fuera de la ley.
Obviamente, su prohibitivo anuncio equivale a la obviedad más simple: nadie, desde la Primera Magistratura permitiría ejecuciones fuera de la ley, pero en este país, donde la pena de muerte fue abolida por el gobierno de Vicente Fox en los albores del siglo XXI, ese planteamiento resulta completamente innecesario y se presta a ambigüedades inútiles.
–¿Entonces las ejecuciones “legales” si se permitirán? Pues tampoco, porque no hay ley para respaldarlas. Un error. Nada más eso.
Para decirlo sencillamente, cualquier ejecución judicial (entendida en este caso como la privación de la vida por el Estado después de un juicio y una sentencia) resulta imposible. Al menos en este país. No existe aquí la “Pena Mayor”. Punto.
–¿Por qué tardamos tanto en eliminar de nuestras leyes la pena máxima? Por suerte, al fin. Quizá.
Pero cuando la pena capital aún estaba vigente, en este y otros países, un hombre luminoso y genial como pocos, escribió esto (1862). Lo hizo en Francia. Se llamaba Víctor Hugo.
“… la vista de la guillotina fue para él un golpe terrible, del cual tardó mucho tiempo en recobrarse.
“En efecto, el patíbulo, cuando está ante nuestros ojos, en pie, tiene algo que alucina. Es posible tener una cierta indiferencia ante la pena de muerte, no pronunciarse, no decir ni que sí ni que no, mientras no se ha visto una guillotina con los ojos; pero si se llega a encontrar una, la sacudida es violenta; hay que decidirse y tomar partido.
“Unos admiran, como De Maistre, y otros execran, como Beccaria. La guillotina es la concreción de la ley; se llama «vindicta»; no es neutral, y no os permite que lo seáis tampoco.
“Quien llega a verla se estremece con el más misterioso de los estremecimientos. Todas las cuestiones sociales alzan sus interrogantes en torno a esta cuchilla. El cadalso es una visión. El cadalso no es un tablado, el cadalso no es una máquina, el cadalso no es un mecanismo inerte hecho de madera, de hierro y de cuerdas.
“Parece que es una especie de ser, que tiene no sé qué sombría iniciativa. Se diría que estos andamios ven, que esta máquina oye, que este mecanismo comprende, que este hierro, esta madera y estas cuerdas tienen voluntad. En la horrible meditación en que aquella visión sume al alma, el cadalso aparece terrible, mezclándose con lo que hace. El cadalso es el cómplice del verdugo; devora, come carne, bebe sangre.
“El cadalso es una especie de monstruo fabricado por el juez y el carpintero; un espectro que parece vivir, con una especie de vida espantosa hecha con todas las muertes que ha infligido. La impresión fue, pues, horrible.
“Al día siguiente de la ejecución, y durante varios días después, el obispo pareció abatido. La serenidad casi violenta del momento fúnebre había desaparecido: el fantasma de la justicia social le obsesionaba. Él, que de ordinario obtenía en todas sus acciones una satisfacción tan pura, parecía como si se acusara de ésta.
“A veces, hablaba consigo mismo y murmuraba, a media voz, lúgubres monólogos. He aquí uno que su hermana oyó y recogió una noche: —No creía que eso fuera tan monstruoso. Es una equivocación de la ley humana.
“La muerte pertenece sólo a Dios.
“¿Con qué derecho los hombres tocan esa cosa desconocida? Con el tiempo, estas impresiones se atenuaron y probablemente se borraron. Sin embargo, desde aquel instante, el obispo evitaba pasar por la plaza de las ejecuciones…”
En fin; cosas de la cultura.