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“La patria como oficio”, se titula una antología sobre Guillermo Prieto editada por la “Fundación para las letras mexicanas”. La frase es una espléndida síntesis de la vida del famoso liberal mexicano, cuya aportación más conocida, sin embargo, no es de orden literario, sino personal.

Todos recordamos la escuela y la enseñanza de aquella frase y el ejemplo de ella desprendido, cuya oportuna contundencia detuvo a la soldadesca dispuesta a matar a Don Benito Juárez.

“Los valientes no asesinan”, les dijo. Y bajaron, los fusiles, según se aprecia en una alegoría colocada en los corredores del tercer piso del Palacio Nacional.

Ahí muy cerca del recinto del 57, donde el señor presidente actual –la ambición de poder como oficio–, quiso leer su heroico discurso del cinco de febrero, en cuya templada oratoria anunció su intención de hacerle a la Constitución vigente tantos cambios, como para convertirla en obra personal, o al menos marcarla con el tatuaje de su Cuarta Transformación, ambición histórica por la cual el proponente podrá alojarse en el parnaso de los héroes nacionales –el palacio celestial–, y compartir el espacio de la vaguedad pretérita con don Miguel Hidalgo a quien de seguro tratará con el respeto derivado de la condición sacerdotal, como va a pasar (por otros motivos) con Don Benito o el señor Madero ya convertido en espíritu sin necesidades de invocación espiritista.

–Hola, Benito, ¿cómo está usted?, le podrá preguntar al Benemérito quien se sacará, de seguro, la chistera y lo saludará con la aparente timidez de su trato mixteco:

–Buenas tardes, Don Andrés.

Por ahora no hay ni siquiera indicios de cómo podría conversar nuestro gran timonel con los hombres del pasado, aquellos quienes sin anunciarlas hicieron las anteriores transformaciones nacionales y construyeron este país con todas sus fallas de origen, sus defectos de fábrica y sus incomprensibles condiciones prolongadas hasta el día de hoy.

Y no los hay (los indicios), porque ese diálogo con los muertos solamente se puede producir cuando se está en la misma e irreversible condición de todos ellos; es decir, muerto, finado, tieso, rígido, frío, cadavérico, pues, y como tal cosa no ha sucedido, ni queremos verla, porque es frase dicha y repetida todos los días, Dios nos lo cuide y lo mantenga con nosotros durante muchos, muchos años más, siquiera hasta cuando los nietos suyos ya peinen canas y puedan disfrutar de la Arcadia humanista generada por su atingencia, solvencia moral, talento político, honestidad valiente y agudezas legislativa.

Sin embargo, hay cosas ominosas en el horizonte. La más grave de todas ellas: la imposibilidad de terminar todas las pequeñas transformaciones cuyo conjunto, logrará la magna y definitiva Cuarta Transformación. Y eso porque el conjunto no se ha modificado.

Apenas hay indicios de un nuevo rumbo, pero seguimos a bordo del mismo barco y quienes se subieron a la tercera clase siguen ahí en el pañol del fondo, junto a la sentina, mientras los de billetes de primera disfrutan de sus camarotes de lujo en la parte de arriba.

Lo demás ha sido pura escenografía, puro maquillaje con el postizo de las pensiones universales. Por eso la Cuarta necesita un Segundo Piso cuya elevada posibilidad permitirá de seguro acabar hasta el primero. Por eso el iniciador de la obra se ha empeñado en hacer posible la llegada al poder de alguien capaz de edificar las columnas y colocar las trabes, como ya hizo en dichosos tiempos, con el elevado piso vial del Anillo Periférico.

Pero como Schubert, todos tenemos nuestra sinfonía inconclusa y en nada disminuye el genio gaudiano la nunca terminada catedral de la Sagrada Familia, cuyos grandes picos y caprichos de cubos enloquecidos y frondas de piedra de todos modos nos emocionan y causan estupor de vértigo palpitante al mirar el roquedal sinfónico.

Así pasa con la IV T. No es necesario terminarla para maravillarse por sus aciertos conceptuales, por su audacia redentora, por su profundidad histórica.

Ya si algún día se hace, pues quien sabe, pero siempre nos quedará para admirarla la misma conmoción espiritual y humana de cuando Don Carlos Marx nos previno de la inminente llegada de la Dictadura del Proletariado.

–¿Cuándo?, cuando la historia en su dialéctica implacable, nos lo permita. Y mientras unámonos, proletarios del mundo.

Pero mientras eso ocurre y la lucha de clases se resuelve (siquiera por decisión dividida), en favor de los pobres del proletariado, nosotros vemos cómo se avanza paso a paso con la Cuarta Transformación de la Vida Pública.

Y no hay sigilo ni misterio. La verdad se abre paso a cada momento.

Ya vendrán otros, ha dicho el sol rojo de nuestros corazones, sin acritud ni nostalgia, ya preparamos el relevo generacional.

Y ya también nos dijo el hombre cómo la próxima administración será igual a esta, lo cual no sabemos si es para alborozarse o salir corriendo, porque la canción de los pobres primero, no les ajusta a los menesterosos porque vea usted cómo hasta entre los iguales hay desiguales, por ejemplo, el señor Carlos Slim, quien además de su tarjeta del Bienestar, ha recibido una jugosa canonjía, fíjese que suave, como decía Manolín: en lugar de cancelarle una concesión para hacer una carretera obviamente inconclusa, se decidió mejor comprarle la dicha prebenda, con lo cual se crea un gravoso antecedente.

–¿Por qué comprar una concesión?

–Por aquello de los favores recibidos, supone un lego.

Pero sea como sea, la Cuarta Transformación ya tiene un nuevo instructivo. Son las muchas reformas presentadas en el aniversario de la vieja constitución a la cual se honra de dientes para afuera.

Y de ese paquete, para no dejar dudas, la heredera, Claudia Sheinbaum ha dicho: indudablemente será parte sustancial de mi programa de gobierno.

Un fantasma recorre el mundo, el fantasma del Segundo Piso…