Número cero/ EXCELSIOR
La nota del discurso de violencia política es el peor mensaje del debate presidencial para un país asediado por la dureza de la agresión machista y la cifra escandalosa de 30 políticos asesinados en la campaña. La licencia para atacar traspasa límites como si fuera un derecho de estrategias partidista para entregarse a la guerra sucia con que desacreditar al adversario y ganar el “corazón” de los votantes lo que queda para la elección.
Estos comicios son inéditos por muchas razones, pero la más importante, que en pocos días México tendrá una mujer presidenta por primera vez en su historia. Pero también, paradójico, que las dos que pueden ganar se enzarcen en una batalla verbal a contrapelo de históricas reivindicaciones feministas. El debate no sólo fue un glosario de ataques con artillería pesada, sino de acusaciones para tratar de invisibilizarse e invalidarse en un baño de lodo que oscureció casi cualquier propuesta.
¿Cuál es el objetivo? Mostrarse una a la otra incapaces para acceder al cargo más alto del poder en el país ¿Qué aporta al debate público? Incluso, a la estrategia de Xóchitl, que tiene la idea de que sólo con ataques masivos negativos podrá recortar su desventaja demoscópica de dos dígitos con Sheinbaum. ¿Por qué la puntera se dejó arrastrar en contra de cualquier manual electoral para conservar ventaja?
Las dos candidatas coincidieron en explicar el aquelarre como producto de un ambiente enrarecido. Sheinbaum habría llamado corrupta a la otra para repeler calumnias y el mote de candidata de las “mentiras” que usó Xóchitl para referirse a ella, dado que no se mencionaron por su nombre. La tentativa de borrar a una mujer sin nombrarla es una de las mayores críticas contra el machismo y la violencia de género, que ahora dejan pasar con la licencia del encuadre político.
Pero el revire de Xóchitl al tilde del “Prian” con la acusación de “narcocandidata” llevó al extremo su estrategia de colocar a Sheinbaum en estructuras cargadas de sentido negativo, y que, sin aportar prueba alguna, se reduce a una caricatura. Ese exceso verbal dibuja esa delgada línea de la violencia política, que luego festejaría al bromear con que la de enfrente “aún está buscando sus dientes”. En efecto, encasillar a una candidata en una estructura criminal es una desproporción que pretende menoscabar simbólicamente su derecho político a querer conducir la nación, aun si sólo sea el intento de extrapolar la campaña del “narcopresidente” contra López en su sucesora.
A pesar de ello, los ataques se celebran como el rearme de una guerrera y demostración de que la “guerra sucia” es la estrategia correcta. Es la misma de la polarización que usó López Obrador con la oposición, dicen sus seguidores, como si eso justificara la campaña negra. Aunque dudo que el marcador se haya movido, esos golpes sirven de caja de resonancia a los suyos para alzarle la mano e insuflar optimismo a una campaña que entraba a las horas bajas de decepción. En cualquier caso, la violencia verbal de la guerra psicológica se asoma como la estrategia central del tercer debate y el resto de la campaña.
Xóchitl mantendrá el tono de sus ataques porque, lejos del exabrupto por el ambiente enrarecido, responde a creer que puede ganar la “mente y corazón” de los indecisos si encasilla a Morena en la “narcopolítica” con la prueba de un meme sobre la Santa Muerte que circuló en sus redes, y encuadrar a Sheinbaum en ella simplemente porque no hay manera de que se mande sola, en otra descalificación de género.
La campaña de continuidad de Sheinbaum no es extraña en cualquier democracia para un partido en el poder, aunque se critique como signo de falta de autonomía de llegar a la Presidencia. La defensa de los resultados del gobierno es una estrategia casi obligada para un candidato que ofrece seguir con el mismo proyecto porque, además, se apoya en la aprobación presidencial. Aunque el reclamo imprudente del Presidente tras el primer debate no le ayuda a consolidar su estilo, pero sería más costosa la confrontación con el líder indiscutido de su partido.
Ése es el principal dilema que deberá resolver el resto de la campaña, en un terreno difícil porque, al mismo tiempo, enfrentará la guerra sucia opositora, y evitar caer en la batalla de lodo que no conviene al puntero, como seguramente le enseñó el último debate con Xóchitl.