Número cero/ EXCELSIOR
Las protestas de estudiantes en EU, Canadá, Europa, y ahora en México, contra la guerra en Gaza representan el mayor desafío hasta ahora al consenso interno sobre el apoyo de sus gobiernos a Israel. Los movimientos en emblemáticas universidades occidentales enseñan las rasgaduras de sus democracias frente a la atroz matanza de palestinos en el conflicto de Oriente Medio.
Estos movimientos históricamente han tenido gran relevancia en las luchas sociales, como los que hoy se contagian en ambos lados del Atlántico para exigir el fin inmediato de la guerra. La desaprobación en campus prestigiados como Columbia, Harvard, UCLA o la UNAM evocan la de Vietnam que tumbó a Nixon y obligó a firmar la paz; pero también el epicentro en las aulas de la indignación contra el apartheid hace cuatro décadas, o más recientes en la protesta de Occupy Wall Street y un año después en México, con el Movimiento 132, en la elección de 2012.
Pero la principal diferencia con la actual condena es que se basa en un conflicto exterior que los estudiantes importan a la agenda interna, para elevar el costo a sus gobiernos de mantener el respaldo a Israel, aunque no participen directamente en una brutal represión que ya cobra la vida de 34 mil palestinos. Lo que hace común la protesta es la denuncia de crímenes atroces, a los que el mundo no puede permanecer ajeno mientras observa, por primera vez en tiempo real, la aniquilación de civiles en Gaza desde el ataque nunca visto de Hamás en territorio israelí en octubre pasado.
Lo que hace de éste un movimiento global es que los manifestantes en París, Londres, NY o en México consideran inadmisible ese apoyo y la responsabilidad de las democracias occidentales frente a las denuncias de genocidio. Ese juicio socava el consentimiento con sus dirigencias políticas para llevar la inconformidad a agendas locales que en pocos meses enfrentarán la elección presidencial en EU y México, y las europeas en junio.
La inconformidad es el mensaje y su peligrosidad reside en que, también a diferencia de aquéllas, se proyecta sobre democracias corroídas por luchas culturales y polarización política sin precedente, que sirve al discurso de extrema derecha para ahondar en divisiones. El temor de los gobiernos es que se contamine con ese coctel explosivo, pero en EU toma el camino equivocado de la represión, con más de 2 mil jóvenes arrestados en los campus. Las protestas confrontan a Biden con las filas demócratas; en Europa, a la izquierda con los populistas de derecha, y en México extrañamente levanta críticas de opositores al gobierno que reclaman a los estudiantes ocuparse de Palestina en vez de los desparecidos en el país.
La respuesta de los gobiernos han sido diversas, aunque compartan el temor de un quiebre de sus opiniones públicas. Biden está en la encrucijada de seguir con el apoyo sin fisura al gobierno de Netanyahu o profundizar el descontento que sacó a los estudiantes de las aulas. Su disyuntiva es debilitar su posición preponderante en Oriente Medio o la división de su partido ante el discurso de Trump de doblegar a “lunáticos furiosos” y recuperar los campus. Los europeos alejan la movilización mediante diálogo y negociación con los estudiantes, que al igual que los estadounidenses echan mano de exigencias internas como cortar la colaboración académica, tecnológica y comercial con Israel, o el uso de sus impuestos para financiar la guerra, para debilitar el apoyo, aunque no logren que sus gobiernos exijan poner un alto al fuego en Gaza.
En México la acampada inició esta semana en la UNAM con unos 100 estudiantes, pero su impacto en la agenda interna dista mucho, por la lejanía de la relación con Israel y el gradual desmarque del gobierno de López Obrador con las posiciones de las democracias occidentales. La neutralidad en que se situó al principio se decanta con el apoyo del ingreso de Palestina como Estado en la ONU, que vetó EU, y su rechazo a un pronunciamiento para presionar por la liberación de los rehenes en poder de Hamás. Eso atempera y desvía la protesta de los mexicanos hacia las potencias europeas y estadunidense, además de que ni las autoridades universitarias ni el gobierno han reprimido las manifestaciones como en otros lados. Aquí no es tema divisivo con el gobierno, sino expresión de la falta de consenso dentro de la sociedad.