NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
La batalla electoral de este 5 de junio en seis estados se recordará como el momento en que escaló una guerra fratricida entre Morena y el PRI que, como suelen ser las disputas de familias políticas, consiguió sacar su peor cara. Es una lucha sin cuartel por el poder territorial hacia la sucesión presidencial, pero también un punto de inflexión de la polarización que amenaza la sobrevivencia del viejo partido hegemónico frente a la nueva supremacía morenista.
El futuro del PRI está en riesgo por su extinción en los estados y un constante trasvase de cuadros y operadores a Morena, exgobernadores y la aproximación de sus mandatarios estatales, como los de Oaxaca e Hidalgo, al poder presidencial. Si en los primeros años de López Obrador confiaron en un acuerdo tácito para jalar juntos sin alianza formal, la guerra de audios entre la gobernadora morenista Layda Sansores y el líder priista, Alejandro Moreno, marca el momento del divorcio.
Morena va con todo para avanzar sobre los rastrojos del PRI como terreno fértil para extender su dominio político y vencer las resistencias del bloque opositor. El PRI ya no le representa la utilidad de antes a medida que se achica el juego formal de la pluralidad con la división del sistema de partidos en dos bloques irreconciliables. Como tercera fuerza política, el PRI había sido una especie de bisagra para mantener abiertos espacios de negociación y el acuerdo de reformas, hasta el naufragio de la eléctrica. Es el lugar que hoy busca ocupar MC como tercera vía frente a la política de bloques.
El PRI puede ser el que más pierda en las urnas el próximo domingo con la derrota en dos fuertes bastiones, Oaxaca e Hidalgo, donde siempre ha gobernado. Pero en esta disputa también ha perdido credibilidad su dirigencia con la exhibición del lenguaje y las prácticas mafiosas de Moreno.
Su sucesora en el gobierno de Campeche, Layda Sansores, ha conducido un ataque contra su imagen a través de la difusión de grabaciones que lo exhiben como un político corrupto que habría aprovechado el cargo para lavar dinero, defraudar al fisco, a sus familiares, y hasta despreciar a la prensa.
El tipo de político que acabó por representar el mundo de la política y, en particular, de aquel “Nuevo PRI” de Peña Nieto que Morena desplazó en 2018 con la pala de los escándalos de corrupción de sus gobernadores. El perfil de la política que Morena rechaza en su narrativa de cambio, pero del que tampoco puede distanciarse con el pragmatismo de la Cosa Nostra, denuncias por traición a la patria contra quienes piensen diferente o amenazas a sus opositores, como refleja el audio del contraataque de Alito, de una conversación con el senador del Verde, Manuel Velasco.
Esta grabación también corrobora que el baile del Primor tocaba sus últimas melodías con la reforma eléctrica y la decisión priista de ir con el bloque opositor. Como en casi toda pelea entre familias políticas, el gobierno y su partido tampoco salen bien librados por ventilarse sus métodos políticos, como la delación, advertencia o amenazas de riesgos a quien interfiera en su proyecto. Y más importante, la escasa utilidad del PRI si sus hombres fuertes ya están de su lado, como deja ver su cobertura territorial. Si se confirman los resultados de los sondeos, Morena sumará entre 4 y 5 estados, y gobernará a más del 60% de la población.
La ruptura familiar, sin embargo, creo que se explica, sobre todo, por la lógica de la polarización que —como ha reclamado López Obrador— obliga a definirse sin medias tintas ni espacios para la pluralidad hacia el encontronazo con el bloque opositor en 2024. Aunque al PRI le cuesta cada vez más ganar distritos electorales y estados, su votación total —unos 9 millones de votos en 2018— es un terreno de oportunidad para recuperar los 10 millones de votos que llevaron a Morena a retroceder en el Congreso y la CDMX en 2021.
Los pronósticos del próximo domingo cierran cada vez más espacios a la pluralidad, como el valor en que se asentó la democratización y que hoy se sustituye por la exclusión y el enfrentamiento. Por ello, los resultados pueden prefigurar el choque de trenes en 2024 entre el pluripartidismo, que se niega a morir, y el partido hegemónico, que pugna por volver.