Número Cero/ EXCELSIOR
La subida de tono de las acometidas en el discurso presidencial contra la prensa, organizaciones civiles y sus críticos, y ahora otros países, desnuda un Presidente angustiado y a la defensiva. La retórica belicosa con la que el Presidente trata de blindarse de las noticias negativas revela una personalidad al borde de un ataque de nervios más que su destreza para marcar la agenda. En los últimos tiempos, de hecho, ha perdido el control de la conversación pública y caído en exabruptos que no convienen a su gobierno.
Los frentes de problemas aumentan. También crecen con el trabajo de trinchera con el que trata de hacer inexpugnable a la 4T. Pero los ataques, lejos de abrir el camino a reformas constitucionales aún pendientes y que presenta como imprescindibles para consolidar su proyecto, como la eléctrica, la político-electoral y de la Guardia Nacional, socavan su investidura. En éste, su cuarto año, el Presidente comienza a sufrir la ansiedad del tiempo que se acorta para cumplir promesas, dar resultados, concluir sus obras y dejar atada la continuidad del legado.
La situación apurada, afligida, se ve en el calado de la reacción a las denuncias sobre el posible conflicto de interés en su gobierno que lo mantienen descolocado por su temor a caer en el mismo costal de los anteriores. También en las repuestas agresivas y pendencieras a las críticas de periodistas, a los cuestionamientos de EU a la reforma eléctrica (“contaminan 10 veces más que México”). Y hasta en otros escándalos, como el de la ivermectina en la CDMX.
La lectura de complots y campañas de sus enemigos es el rasero que elige como estrategia para protegerse de las balas o el fuego de la crítica connaturales a su encargo, al costo de arriesgar obligaciones tan centrales como la libertad de expresión y la responsabilidad de explicar dichos y hechos de su gobierno. Parecen tales sus apuros de no fallar, sin prácticamente ninguna meta de su gobierno cumplida, que pierde la serenidad.
La mejor defensa no es el ataque, menos cuando su principal recurso es el control de la narrativa. El denuesto al trabajo periodístico y su inclusión a mafia del poder, inclusive a algunos periodistas que antes ensalzó, comienza a afectar la fuerza discursiva y capacidad disuasiva. Los ataques aumentan el riesgo para el trabajo de la prensa y proyecta la promesa incumplida de protección a la libertad de expresión. Antes de esto, su respuesta al tercer crimen ocurrido en enero pasado contra la periodista Lourdes Maldonado fue anunciar una nueva sección de la mañanera para presentar detenidos por crímenes, lo que también refleja su estrés por la justicia o bien frustración por sus escasos resultados. Al menos que sea mediática.
La impunidad en estos crímenes es la cara más visible e impactante de un malestar más profundo por la incapacidad de pacificar al país, recuperar la seguridad, revertir la pobreza e, incluso, terminar todas las obras emblemáticas en su sexenio. Aunque técnicamente le restan tres años, el adelanto sucesorio consumirá el último tramo en la lucha interna, y el escaso margen de un par de años es insuficiente para llevar al país a una nueva era. Ni en un sexenio podría agotar la agenda y, por eso, lo que preocupa detrás de los ataques son las decisiones que podrían tomarse para salvar su palabra y acallar, sin argumentos, a los críticos. La angustia no es buen consejero, como muestra su sorpresivo anuncio de “pausa” a las relaciones con España, sin mayor explicación que rechazar que “nos sigan robando” como “tierra de conquista”, presumiblemente por sus inversiones en energías limpias.
Pero la moderación del tono no vendrá solamente del ejercicio recomendado para bajar el estrés ni de constar que abrir guerras por todos lados es un juego en que nadie gana o dejar de pelear solo contra cualquier molino al que ve con cara de enemigo. Tampoco de la mayor dificultad de establecer la agenda, como ha logrado conservar a lo largo del sexenio, sino del impacto en su popularidad. Éste es el disuasivo para un Presidente que sabe ser pragmático cuando necesita recuperar la serenidad y evitar que decaiga su investidura, como le exigen los tres años que aún tiene por delante.