COMPARTIR

Loading

NÚMERO CERO/ EXCELSIOR

El “extrañamiento” con EU evidencia que el tiempo de la reciprocidad con López Obrador se agota, igual que su sexenio. La política de “compensación” da muestra de desgaste con la decisión de intervenir en asuntos internos y reformas de la 4T. La época del quid pro quo llega a su fin o a buscar nuevos términos con el futuro gobierno de Sheinbaum.

Esa expresión latina no es ni más ni menos que una forma de convivencia e intercambio que nombraron los romanos, pero se ajusta al tipo de relación de los socios comerciales de Norteamérica del último sexenio. La frase volvería a estar de moda cuando Hannibal Lecter la convirtió en su favorita en El silencio de los inocentes al decir a la agente del FBI que pedía su ayuda para resolver un homicidio: Quid pro quo, Clarice…, yo te cuento cosas y tú me cuentas cosas”.

La comunicación entre López Obrador y Biden dejó de fluir con intensos conatos de incendio en la relación bilateral. Los últimos incidentes en que dejaron de contarse cosas son notables como el caso de El Mayo, detenido sin que las autoridades mexicanas supieran nada ni tampoco respuesta satisfactoria a la exigencia de información. Desde ahí, el fuego se propagó con la crítica inusual a la reforma judicial, que desactiva las condiciones del quid pro quo para el intercambio de favores con que domesticaron sus diferencias políticas.

El meollo de ese pacto era no intervenir en asuntos de política interna a cambio de contener la migración hacia EU y privilegiar los negocios del nearshoring y el T-MEC. Sin embargo, las posiciones han cambiado hasta el acre repudio de López Obrador contra la “prepotencia” e “injerencismo” de Biden; que dio paso a una protesta diplomática por las declaraciones del embajador Ken Salazar contra la reforma a la justicia. Una vuelta de tuerca a la marcha de la 4T cuando en mundo financiero internacional cunde el pánico por los cambios internos y dentro se abren frentes por la oposición de los empresarios y el paro en el Poder Judicial a ellas.

La pregunta es qué dinamitó la confianza de EU de cambiar los términos de la transacción, aunque luego Salazar recuperara el discurso de disposición al diálogo para matizar el impacto de sus declaraciones. Lo cierto es que sólo pasó una semana de expresar apoyo a la reforma judicial por voto popular a considerarla un riesgo mayor para la democracia y amenazar la relación comercial con EU. El “extrañamiento” es palpable en la reacción del excanciller Marcelo Ebrard: “¿De qué estás hablando, querido Ken?… que no amenacen con el T-MEC que ha sido el mejor negocio para México y EU”.

Los choques verbales revelan que algo hizo cambiar a Biden en su postura. Podría pensarse que el fin de ambos gobiernos es una coyuntura para que sus sucesores replanteen las cláusulas del intercambio. La diferencia es que si bien Biden es un “pato cojo” desde que abandonó la carrera presidencial, López Obrador está lejos de la condición de perder poder o eclipsarse detrás de su sucesora.

De ahí podría surgir otra explicación. Biden en su accidentada campaña desestimó la inédita fuerza política con que el otro llegará al final del sexenio, y más aún, que le daría tiempo de sacar las reformas con mayoría calificada en el Congreso que le dieron las urnas; siguió con el quid pro quo y contemporizar con López Obrador mientras comenzaba a tejer una nueva relación con Sheinbaum, sin calcular que su par retendrá las decisiones hasta el último día, al menos si cumple con su promesa de retirarse. Hasta ver que el costo de las reformas puede ser mayor para EU que los actuales beneficios si afectan garantías para la inversión, la estabilidad y gobernanza mexicana.