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Después de las elecciones pasadas ha habido innumerables impugnaciones en todas las elecciones, salvo en las presidenciales. Tenemos un sistema electoral de los mejores estructurados del mundo. Es así porque está basado (aunque no formalmente, sí realmente) en la presunción de la mala fe, en sospechar que se van a hacer todo tipo de trampas para ganar una elección.

Ahora bien, la trampa más socorrida y difícil de detectar legalmente es la llamada “compra de votos”, que no es otra cosa que amenazar con males si no gana el candidato que se les quiere imponer, o bien prometer beneficios a cambio de que dicho candidato triunfe en las elecciones.

Pero también está la consabida repartición de todo tipo de bienes, desde el ofrecimiento de grandes fiestas, cierres de campaña con artistas conocidos, la repartición de despensas y materiales de construcción, regalos y el consabido billetazo, de que si me llevas la boleta en blanco o me enseñas la foto que comprueba que si votaste por el bueno, te doy dinero o te ofrezco una buena chamba en el nuevo gobierno.

En mayor o menor medida, esas prácticas son ilegales o bien faltan a la ética. Hay otras que son permitidas tanto legal como moralmente. Pero ¿cuál sería el fraude electoral perfecto? Uno que realmente resultase en que el que gana la elección es la persona por la cual los electores no votaron mayoritariamente, pero que las autoridades electorales de forma legal otorgaran el triunfo a la persona que no obtuvo el voto mayoritario.

Mucho se ha especulado que ese fraude es el que supuestamente cometió Felipe Calderón en las elecciones del 2006, en donde se levanta con el triunfo ante Andrés Manuel López Obrador. Pero lo único que se ha dicho al respecto, es que si se hubieran recontado todas las casillas electorales otro resultado hubiera sido, en donde AMLO gana la elección. Que, al negar tal acto, las autoridades electorales consumaron dicho supuesto fraude, y que al meter supuestos algoritmos en el sistema de conteo le dieron el triunfo a Calderón. Sin embargo, es raro que de todos los reconteos realizados, que no fueron pocos, no cambiaron un ápice el resultado electoral.

He estado pensando mucho esto, y se me ocurre que una forma de logar un resultado distinto al de la voluntad popular pero legalmente obtener el triunfo para el candidato perdedor, en un caso de una elección muy cerrada, en un ámbito electoral reducido, pudiera ser realizando lo siguiente:

1. Detecto las casillas fuertes de mi adversario.
2. Pago dinero a los presidentes de esas casillas y demás funcionarios electorales de casilla, para que no se presenten el día de la elección a las mismas.
3. Recluto a personas que estén dispuestas a fungir como presidentes de casilla para que tomen el lugar de los faltistas, pero que no vivan en la sección electoral en donde fungirán como tales.
4. Pago a los auxiliares de la autoridad electoral para que designen a las personas reclutadas, aunque no vivan en la sección electoral en donde fungirán como presidentes.
5. Al perder la elección impugno las casillas perdidas aduciendo que su votación es nula porque la elección en las mismas la llevaron a cabo funcionarios que no viven en la sección electoral.
6. La autoridad judicial anula dichas casillas en sus tres instancias.
7. Gano la elección en virtud de que las casillas que le dieron el triunfo a mi adversario fueron anuladas y el resultado de la elección me favorece, aunque no la hubiera ganado con votos reales.

Esta hipotética situación se puede dar, y ello constituiría el fraude electoral perfecto. Pero para que ello ocurra es necesario que existan las siguientes condiciones:

1. Un ámbito de una elección relativamente pequeño (en una estado chico o en un municipio) y un resultado cerrado.
2. Tener mucho dinero que repartir.
3. Estar muy firmes y seguros que no se van a topar con presidentes de casilla responsables y con una gran capacidad moral para oponerse a ser comprados y no denunciar el hecho a las autoridades.
4. Medir muy bien a los funcionarios electorales que fungen como auxiliares de la autoridad electoral para que no vayan a denunciar el coecho.
5. Que no haya grandes reclamaciones del pueblo que se sienta defraudado en su voluntad y no existan las grandes movilizaciones sociales.
6. Contar con autoridades electorales judiciales que no se vayan con el criterio de que lo que se tiene que respetar es la voluntad popular, antes que tecnicismos legales.

Es sumamente difícil lograr ese fraude electoral perfecto. Lo que sí puedo decir, es que en una elección presidencial es prácticamente imposible lograrlo con el sistema electoral que gozamos. Cualquier similitud con la realidad es coincidencia.