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La arrasadora victoria del movimiento de Andrés Manuel L.O., y ahora de Claudia Sheinbaum a quien el fundador y guía le cedió un (entonces) decorativo bastón de mando convertido ahora en el cetro histórico de la izquierda mexicana (si eso es la izquierda mexicana), obliga a repensar el destino de las cenizas.
Con la fuerza de un terremoto, Morena destruyó hasta los cimientos la posibilidad real de una alianza opositora. Nada logró la coalición de los inconformes, excepto probar su pequeñez y la inutilidad de sus procedimientos. Sus adherentes y simpatizantes (a la larga votantes), lograron menos sufragios en su favor de los alcanzados por Josefina Vásquez Mota. Un petardo.
El Partido de la Revolución Democrática, surgido como se sabe de una escisión del PRI y una suma del oportunismo tránsfuga de distintos matices, está en riesgo de perder hasta el registro. Como consecuencia de su falta de seguidores, votantes y hasta simpatizantes. Ni regalado, todos le mirarían el diente como a un penco viejo.
El Partido Acción Nacional, alguna vez imbuido de ideologías más allá de la derecha, proclive al clericalismo de los meapilas (les decía su fundador a los extremosos), no sólo jugó con deslealtad hacia su propia candidata, sino además fue usado para el servicio con gordas cucharas en el grupo dirigente, cuyos pellejos quedaron a salvo con algunas posiciones plurinominales, de esa pluri nominalidad a la cual Andrés Manuel L.O., conmina a los suyos a desaparecer como parte del ahora fácilmente aplicable Plan C.
Y del PRI poco se puede decir y menos se puede esperar. Es el partido de un sólo hombre. Y ese hombre no vale nada.
Un estudioso de la política, cuyo nombre me reservo, me envió un largo texto del cual extraigo estos ilustrativos párrafos:
“… Pero la oposición no perdió ante un partido político. Morena no es un partido normal, es el partido de un caudillo político que supo alinear todo el aparato del gobierno, que recortó el presupuesto para subsidiar a millones de votantes, que recaudó recursos para hacer una campaña previa a la legal, poniendo espectaculares y pintando bardas en todo el país (que nadie supo cómo se financiaron) en favor de la Jefa de Gobierno cuando aún no empezaba la campaña, que usó miles de empleados (los Siervos de la Nación) con sus uniformes guindas pagados por el gobierno, integrando padrones de beneficiarios de programas sociales para atrapar desde el primer año del sexenio a los futuros votantes, como no lo podía hacer ningún partido de oposición.
“…Y que violó la ley todos los días fungiendo como real y virtual jefe de campaña de su candidata. No era poco.
“No es “la gente” la que ganó estas elecciones, como creen algunos confundidos, tal vez de buena fe, sino un presidente muy fuerte que después de 18 años de campaña sabía cómo acopiar y luego usar todo tipo de recursos, políticos y materiales para imponer a su sucesora.
“Desde el punto de vista del interés nacional, no hay motivo para festejar nada, porque este gobierno que por fortuna va terminando sigue siendo el peor que hemos tenido desde los años veinte: anti desarrollo económico, anti inversión pública productiva, anti modernización energética del país, incapaz de dialogar con la oposición, vamos ni siquiera con los gobernadores de otros partidos, enemigo de periodistas e intelectuales, que no propuso nunca un modelo para modernizar al país, y que no entiende el papel que debe jugar México en el mundo…”
Todo eso es cierto, dolorosamente cierto, pero eficaz ante un electorado cuyo voto no se expresa a mano alzada sino con la mano extendida en pos de la munificencia caritativa de los amplísimos programas socio-electorales. Casualmente la cifra de beneficiarios se parece a la suma de los votos: 38 millones.
Lo dije aquí muchas veces: Morena no compra votos; compra votantes.
Y cuando Andrés; Manuel L.O., ganó por primera vez dije: no se va (Morena) en cuatro sexenios. Ya viene el segundo.