NÚMERO CERO/ EXCELSIOR
El encontronazo diplomático de Trump con Colombia puso en blanco y negro el arma de los aranceles para resolver temas de una agenda política que tiene poco que ver con el comercio. Sirven lo mismo a su política segregacionista de tipo Apartheid contra la migración que para presionar a México y Brasil en su nueva guerra contra las drogas.
La crisis en que pudo derivar la negativa colombiana a recibir un avión con migrantes es un claro mensaje para todos los países que se opongan a sus designios políticos, como él mismo declaró. El presidente Petro justificó su decisión en que eran repatriados esposados como delincuentes y en condiciones indignas que vulneran los derechos humanos, aunque su denuncia se desdibujó bajo el poder mediático de un régimen que otorga pleno derecho a sus connacionales y a los migrantes ninguno.
De este primer coletazo de la Casa Blanca hay que destacar tres contenidos de la narrativa “trumpista” para normalizar una política que se abroga el derecho absoluto de decidir dónde tienen que vivir los migrantes, dónde trabajar y dónde moverse, como ocurría con los negros en el Apartheid sudafricano.
Primero, que la lógica de la “revolución del sentido común” de Trump está alarmantemente por encima de cualquier instrumento internacional para proteger y regular los derechos de los migrantes; sólo cuenta el mazo disuasivo arancelario que decida la soberanía estadunidense respecto al desplazamiento de personas, como con los mexicanos. En la “era Trump” está prohibido para un migrante incluso nacer en EU sin convertirse en un feto delictivo o criatura bajo sospecha tras eliminar la ciudadanía por nacimiento. Bajo esa óptica, no parece extraño que las redadas y expulsiones “en caliente” adquieran carta de naturalización sin siquiera leerles sus derechos y esposados como reos peligrosos.
Convertir el abuso y desdén por los derechos humanos en algo aceptable y normal es la peor cara del ejercicio del poder de Trump. Desde sus primeras acciones de gobierno confirma que no gusta de someterse a las reglas si suponen un freno a su política racista contra la “basura” migrante, como la califica su gobierno. Un ejemplo es el freno de un juez de Seattle a la orden ejecutiva con que pretende extinguir la ciudadanía automática para bebes nacidos en su territorio por ser “descaradamente” anticonstitucional; pero ni eso alcanza para cambiar el “buen sentido” del Departamento de Justicia de repeler “enérgicamente” el primer revés a su política migratoria.
Segundo, que cualquier resistencia a sus pretensiones expansionistas significa exponerse a la represalia de un mandatario que aprovecha la falta de un instrumento internacional integral y vinculante para gobernar la migración a su antojo. Petro trató de destacar ese vacío tan peligroso para el respeto universal de los derechos humanos, pero la campaña y las armas de Trump lo redujeron a mero ejemplo de cómo no negociar con él. Y, tercero, la normalización del caos que se impone a los contrapesos internos y externos para negociar sus condiciones. Ahí está la designación de un hombre cercano contra la tradición institucional del FBI o la advertencia del líder de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, de que el Congreso tiene listas las sanciones para los países que no cooperen en la repatriación de migrantes; algo que seguramente retumbó en los oídos de Sheinbaum.
El aviso de represalias lo reciben con cautela sus destinatarios en América Latina tras el escarmiento de Petro. México ha aceptado ya la devolución de más de 4,000 migrantes con una estrategia similar a la de López Obrador de abrir la puerta y evitar la confrontación directa con Trump; quizá, por esa colaboración, Sheinbaum confía en que no habrá aranceles para el país. Por el mismo camino transita el presidente brasileño, pero recurre a la diplomacia para expresar su inconformidad por las condiciones indignas de la expulsión de 88 inmigrantes brasileños repatriados el pasado fin de semana.
Las demostraciones de fuerza de la potencia son difíciles de evadir, tanto como sus aranceles o campañas que ridiculizan a quienes resistan la presión del nuevo expansionismo estadunidenses. Sheinbaum mantiene su postura de “cabeza fría” y el discurso de respeto a la soberanía de las naciones, que parece haber traído cierta calma a las bravatas de Trump en medio de la crisis migratoria; aunque, dicho sea de paso, Google ya ha cambiado el nombre al Golfo de México sin detenerse en la soberanía más que de un solo país.