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–¿Qué estabas haciendo hace cincuenta años durante el golpe de Estado en Chile?, me preguntó ayer por la mañana Raymundo Riva Palacio en el estudio de Foro TV.
–Lo mismo que hoy. La única diferencia era la ubicación. Hace 50 años estaba con Jorge Villa Alcalá, gran periodista y Carlos Ravelo, entre otros, haciendo la primera edición matutina de Últimas Noticias de Excélsior.
Acaba a de ver las imágenes de la condecoración a la hija de Allende y me preguntaba cómo el ansia de acercarse a los personajes de la historia, cuando eso ya no es posible y darse lustre con sus huellas –como en el caso del presidente López Obrador— les permite a los gobiernos acercarse a los hijos quienes casi nunca tienen importancia alguna.
Es como si uno se pudiera inscribir en la historia con los invisibles lazos (a veces inexistentes), entre padres célebres e hijos aprovechados de la leyenda de los apellidos.
Hace meses, por ejemplo, el gobierno tetramorfósico obligó a los militares a tragarse el sapo de recibir en su campo número Uno, a la hija de Lucio Cabañas. ¿Cuál es su mérito? Ninguno.
“(La jornada).- En un insólito acto efectuado en el Campo Militar número Uno, que abrió sus puertas a víctimas y familiares de víctimas de la guerra sucia, Micaela Cabañas Ayala, hija del maestro insurgente (¡?) Lucio Cabañas, reivindicó la lucha y figura de su padre en Atoyac, Guerrero, como preámbulo para exigir, ante el presidente Andrés Manuel López Obrador y el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresensio Sandoval, justicia para el guerrillero y para sus familiares que padecieron la represión y torturas, sólo por ser parientes de quien encabezó la Brigada de Ajusticiamiento (06.22.22).”
Hace unos días, en Actopan, Hidalgo, el municipio se vistió de fiesta: sus autoridades recibieron a la hija del Che Guevara. ¿Y esa quién es? Nadie, la hija del guerrillero muerto en Bolivia en 1967.
Sin embargo, eso no le resta validez al recuerdo de la actitud diplomática mexicana frente al ruin golpe de estado de Augusto Pinochet, quien poco tiempo antes había montado una guardia de honor en el monumento a la Independencia en la ciudad de México. Solamente Fernando Alcalá, de Televisa, logro entrevistarlo antes del golpe.
Y tampoco le restan validez a las palabras de la secretaria de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena:
“…Esta casa fue escudo contra la muerte y el tormento, fue santuario que salvó vidas y brindó amparo, voz. Hoy… quiero rendir homenaje a uno de nuestros diplomáticos mayores, el gestor valiente de la respuesta inmediata, que arriesgó su vida, que recorrió la ciudad sitiada para rescatar en persona a los perseguidos, a Isabel, a Marcia, a Carmen Paz, a Enrique O’Farril, él personalmente, y por eso hoy, con orgullo de nuestra cancillería les quiero hacer entrega de algo que trae Laura Carrillo.
“…Este es un cuaderno que me regaló Ricardo Núñez, y es un cuaderno que era de Gonzalo Martínez Corbalá. Y en esos aviones que él llevaba a la gente de vuelta, ¿verdad?, estos chilenos escribieron en este cuaderno, en este primer vuelo, su agradecimiento a México y a Gonzalo Martínez Corbalá…
“(…) Y la verdad es que Gonzalo Martínez Corbalá les abrió las puertas a chilenas y chilenos. Y el inicio de ese éxodo tiene fecha y hora porque fue minutos después de las dos de la tarde del domingo 16 de septiembre cuando aterrizó, de 1973, cuando ese avión aterrizó en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, era un DC9 que se llamaba, Sinaloa, de Aeroméxico, con 90 pasajeros en donde iban, precisamente, Isabel Allende, Hortensia Bussi de Allende…”
Muchos reconocimientos tuvo Gonzalo, pero jamás le entregaron por su heroísmo la presea Belisario Domínguez. La merecía. Aun se puede. No se la vayan a dar post mortem a Lucio Cabañas.